Palabra difícil de pronunciar
Solidaridad es una palabra muy larga y muy difícil de pronunciar, pero es también una realidad difícil de vivir. Se puso de moda cuando los polacos se sacudieron el yugo del Partido Comunista y de la Unión Soviética gracias al sindicato Solidaridad que logró de forma democrática el triunfo en las elecciones de su patria. Con el triunfo de los polacos se derrumbó también el Muro de Berlín, nefasto símbolo de la dictadura soviética que tanto daño hizo en el siglo XX. Esta lucha por la libertad se llevó a cabo por la solidaridad de los polacos y de las naciones que presionaron para que se respetara su libertad recién conquistada.
¿Qué es?
Alma es mamá de dos hijos sordomudos. Mientras vivió en el DF le era fácil llevarlos a la escuela para sordomudos en la Parroquia de San Hipólito, pero se cambió al Estado de México, e ir y venir se convirtió en algo imposible. Con el tiempo fue conociendo a otras familias en su misma situación y entonces se les ocurrió la idea de hacer ellos mismos una escuela para sus hijos. Unidos encontraron remedio a una necesidad común. ¡Eso es la solidaridad!
Todos entendemos el concepto de “sólido”, de donde viene nuestra larga palabra que significa hacernos sólidos con los demás, es decir, una sola cosa con ellos porque somos parte de ellos y compartimos las mismas necesidades.
De la solidaridad a la comunión
Es comprensible que luchemos juntos cuando tenemos las mismas necesidades, pero no es fácil comprender que alguien que no tiene necesidad se una solidariamente con los necesitados y tome su lucha como propia. Para eso se necesita amor.
La solidaridad es por eso una virtud esencialmente cristiana. Jesús es solidario.
Hace muchos años vi un cartel en el que un sonriente niño llevaba sobre sus espaldas a otro niño más pequeño. Al pie de la foto se leía: “No pesa, es mi hermano”. Nosotros, los hijos de Dios, deberíamos ver en cada hombre de la tierra a un hermano cuyas penas son nuestras penas porque lo amamos.
Paraíso, esquina con la Gloria
Hace tiempo promovimos un grupo de reflexión en un asentamiento humano que ocupaba ilegalmente una barranca. Nos reuníamos con la esperanza de conseguir las cosas que nos hacían falta. Juntos, logramos legalizar la vivienda, agua, drenaje, pavimentación, luz, etc. ¡Vivíamos en Paraíso, esquina con la Gloria! y entonces... ¡dejaron de asistir a la reunión! Habían conseguido todo lo material que necesitaban, y ya sólo siguieron asistiendo algunas mujeres y niños, y lo hacían más por amistad que por interés en las reflexiones cristianas que hacíamos. ¿Qué nos falló? Quizás se nos olvidó buscar primero el Reino de Dios y su justicia, y nos convertimos en simples promotores sociales, lo que no estuvo mal, pero no era nuestro papel. La solidaridad va más allá de los bienes materiales es, también, compartir los bienes espirituales de la fe. La solidaridad es una urgencia para todo ser humano y se hace cada vez más exigente en la medida en que crecemos en el aprecio de la dignidad de nuestros hermanos, sin que importe -como decía san Pablo- que sean judíos o griegos, libres o esclavos, porque todos somos iguales a los ojos de Dios.
¿Cómo aprender a ser solidarios?
En la actualidad hay manifestaciones todos los días; preocupémonos por investigar cuáles de ellas corresponden a necesidades humanas ciertas y cuáles solamente responden a los intereses de algún político.
Sepamos apoyar las luchas justas con nuestra presencia y nuestra ayuda comprometida.
Escribamos cartas de apoyo a los que actúan bien y enviemos mensajes de consuelo a las personas que sufren alguna desgracia.
Mostremos comprensión y seamos amables con los que atraviesan una situación difícil y penosa.
Compartamos generosamente no sólo nuestros bienes materiales, sino lo que sabemos, lo que somos y ¡nuestro tiempo!
Aprendamos a organizarnos para conseguir lo que necesitamos: seguridad, limpieza, salud, moralidad, espectáculos sanos...
Los pequeños también pueden ser solidarios, interesándose en las grandes causas, guiados por los papás.