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¿Sería legítima una ley de matrimonio de homosexuales?

El pasado 29 de junio comenzó en España - por votación del Congreso de diputados - la preparación de una ley que equipara las uniones del mismo sexo con el matrimonio. Los obispos han publicado una nota el 15 de julio diciendo que las personas homosexuales merecen respeto como toda persona, pero que no hay que pensar que cambiar lo que es el matrimonio pueda ayudar a nadie. Si quieren hacerlo tendrán que aportar estudios serios para cambiar una institución milenaria que tiene a favor razones de tipo antropológico, social y jurídico. Veámoslas brevemente.

En primer lugar, la antropología nos dice que el amor matrimonial a través de la sexualidad diferenciada tiene una apertura a la vida: la plenitud de amor lleva a volcarse en esa donación que llena la existencia de los cónyuges y transforma el matrimonio en una familia con hijos, en muchos casos. Esto no tiene base en las relaciones homosexuales, que no poseen esta riqueza de complementariedad ni esa apertura. La filiación y la fraternidad tienen un valor también muy rico, y sería una pena perder o desvirtuar la riqueza social de esta célula básica de la familia, por una perversión legal que manipulan los políticos siguiendo la moda que unos reducidos grupos de presión están creando en la opinión pública. El único lugar donde pueden decirse “padre” y “madre” sin trampas, con alegría, sin engaño, es en el ámbito familiar, basado en el matrimonio de un hombre que es padre, y una mujer que es madre, sean naturales o adoptivos, de primeras o segundas nupcias. Hasta ahora - y no sería de recibo hacer experimentos con cosas tan serias como los hijos - la misma identificación sexual de la persona necesita la figura del padre y madre: “ningún estudio ha puesto fehacientemente en cuestión estas evidencias” (dice la Conferencia Episcopal en el citado documento). 

En segundo lugar, las razones sociales: la institución del matrimonio es más primordial que el mismo Estado; tiene que haber una tutela por parte de los Estados; por eso cabría pensar si es legítimo un Estado que pretenda destruirla. Hasta ahora, “ninguna sociedad ha dado a las relaciones homosexuales el reconocimiento jurídico de institución matrimonial” (id.). El matrimonio es la base insustituible del crecimiento y de la estabilidad de la sociedad, y se debilita la verdadera justicia y solidaridad si se debilita el matrimonio, la familia como lugar de formar a los ciudadanos en "humanidad". Es como si el Estado fabricara moneda falsa, legislara mentiras, pondría en peligro todo el sistema, el justo orden social. Habría que procurar por otros conductos hacer moneda buena, es decir dedicar fondos a hacer lo que debería hacer el Estado legítimo: promover el bien social sin hacer experimentos de resultados muy inciertos en tema tan importante. Por supuesto, toda discriminación injusta ha de ser evitada, y precisamente por esto sería injusto para las uniones homosexuales y para los matrimonios equipararlos si de eso se deriva un mal social que perjudica a todos.

Por último, las razones jurídicas dicen que no hace falta casarse para tener cobijo legal: dos hermanos o cualquier comunidad que vivan juntos por motivos de amistar, religión, etc., pueden tener cobertura legal sin necesidad de que esas personas formen matrimonios entre ellas. En todo caso habrá que revisar esas leyes para que no se perjudique a la realidad matrimonial, que es de las que goza de más estima en todos los pueblos. Es algo que desde las sociedades antiguas ha sido considerado sagrado. Que ahora no nos vengan con cuatro ideologías baratas a pervertirlo, haciendo que sea una reunión de amigos. Pienso en lo que dice la ética económica sobre la ley impositiva injusta: se puede no pagar aquella parte de impuestos que el Estado destina a cosas equivocadas, y destinar esos fondos a promover cosas justas que debería promover. No se trata de promover una protesta fiscal, pero me viene a la cabeza porque, volviendo al ejemplo de la moneda falsa, habría que promover moneda buena, es decir leyes más justas, trabajar en crear el clima de opinión que respalde el bien común.