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Ser mamá. Mucho más que ser ama de casa

En cierta ocasión leí Mafalda la heroína de las historietas de Quino, aquella chiquilla de cabellera ruda, mirada inquisitorial y pensamiento agudo, recorría sorprendida su casa observando la exquisita limpieza de una cocina reluciente y unos pisos brillantes, asombrándose del orden y la pulcritud. Finalmente encuentra a su madre, quien atareada planchaba una enorme pila de ropa, y en uno de esos desplantes filosóficos, muy propios de ella le lanza sin remilgos una fulminante pregunta “Y vos, mamá, si tuvieras vida propia ¿qué serías?”

Ciertamente estas son las tareas que se asocian a la maternidad y a las que cantidad de mujeres no están dispuestas a someterse, por que hay “mucho que planchar, mucho que lavar, mucho que zurcir”, como decía una vieja canción de cuna.

La mujer no es la esclava de su casa, la maternidad es mucho más que estas superficiales actividades. No es tampoco solamente una tarea que cumplir en la educación de los hijos o una carga más de las que se le han impuesto a la mujer. La maternidad es una vocación que lleva consigo la transmisión de la vida, ¿será posible que una mujer no tenga vocación para la maternidad, que no tenga vocación para dar vida? ¿Será realmente sólo una opción más de vida para las mujeres?

Actualmente circula un miedo a la maternidad, parecida a una epidemia que como neurosis colectiva que ataca a las mujeres y que parece traducirse en miedo al dolor del parto, a cuidar a más de tres hijos, a ser juzgada como una irresponsable y retrógrada, pues para este tipo de personas la mujer que quiere ser madre trunca de raíz cualquier aspiración en la vida. El hecho de llenar una solicitud oficial o responder a la pregunta “Y tú ¿qué eres?” y solamente responder “ama de casa”, deja a muchas mujeres pasmadas, estáticas y al borde de una crisis de identidad. 

Claro, no queremos que parezca que las mujeres no tienen vida propia, que han optado por la abnegada vida del hogar, por perder la figura o tal como las abuelas o sus madres lo hicieron, sacrificar la tan ansiada realización personal.

Y hablando de realización hay quien ve la maternidad como una opción única en la vida: o trabajas, te realizas, eres profesionista, aspiras a más en la vida, o te dedicas a cuidar niños durante toda tu vida. Pero... ¿es que no hay intermedio? ¿No se puede ser madre, trabajadora y profesionista a la vez? ¿Es que los hijos impiden la realización de las mujeres? ¿Nuestra sociedad con sus 40 horas a la semana no deja una opción intermedia? ¿No existen posibilidades de trabajo en casa y de trabajo en el hogar? Se habla de que en el futuro mucho trabajos podrán realizarse en el hogar a través del internet. ¿Esta opción no puede ser aprovechada por la mujer? ¿Es que los hijos la absorben las 24 horas del día?

Antes de la Revolución Industrial la mujer trabajaba, era madre y no se cuestionaba su existencia con plantones feministas o reivindicaciones partidarias. La comunidad, es bien cierto, ayudaba cuando la mujer se encontraba en períodos críticos, pero siempre se la veía trabajando y cuidando del hogar. Que una mujer trabaje o sea madre, como estilos de vida opuestos y excluyentes no es realmente el dilema que debe considerarse, sólo es cuestión de un poco de organización y sentido práctico para armonizarlos. 

El verdadero dilema que se le presenta a la mujer es el del amor incondicional contra el amor egoísta a sí misma y a sus derechos, renunciado al regalo de transmitir la vida y ser amada y valorada por este simple hecho. 

Ser madre conforme al amor incondicional, implica ponerle un toque femenino a la familia y a la sociedad, ser capaz de vivir el amplio significado de la maternidad: transmitir la vida, amar, apoyar, educar, respetar, conocer a sus hijos y a quienes acoja como sus hijos, porque ¿de qué tipo de realización se puede hablar, si no hay otra que la que se alcanza con el ser capaz de amar incondicionalmente? Además el criar a unos hijos, ¿no debería tomarse en cuenta como uno de los trabajos más excelsos? ¿No podríamos hacer que los gobiernos abrieran los ojos para que se dieran cuenta del trabajo que muchas mujeres realizan al dotarlos de ciudadanos con valores? ¿Cuánto tendría que invertir un Estado para preparar hombres y mujeres con sólidos valores morales? ¿A cuánto ascendería la nómina de estos profesores o preceptores que es el trabajo que realiza una madres, digamos, por dieciocho años?