Con Dios suele pasarnos como con el aire. Todos sabemos que existe. Nadie le ha visto ni tocado, pero nadie puede vivir sin el aire. Cinco minutos sin respirar y moriríamos. Sólo de vez en cuando oímos y sentimos al aire. Como fuerte vendaval o como suave brisa.
Dios es inmaterial, es espíritu puro. Estamos incapacitados, mientras vivimos, para ver a Dios. Nos pasa a los mortales como al ciego de nacimiento que está incapacitado para ver y menos conocer los colores, por muchas explicaciones que se le dé.
Es una inútil pretensión para cualquier humano, afanarse por ver, tocar, entender a Dios. Sólo podemos aspirar a oír y sentir a Dios, tanto dentro como fuera de nosotros mismos.
De mil modos y maneras podemos sentir a Dios. En la naturaleza, en el macrocosmos, en el microcosmos, en la propia conciencia, en el amor de y a los demás, en el silencio de la oración y contemplación, en la lectura de la Biblia, el Evangelio o un buen libro, en una plática, en una visita al sagrario o a una persona enferma o necesitada etcétera.
Lo más importante no es sentir a Dios, sino buscar a Dios hasta encontrarnos con Él. Sólo entonces se experimenta la verdad de la frase de Sta Teresa. : ¡SÓLO DIOS BASTA¡