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¿Seguro, seguro, seguro?

¿Seguro, seguro, seguro?

Poco a poco en el mundo entero vamos tomando con más seriedad el tema de la seguridad. Es cierto que existen accidentes inevitables, pero la inmensa mayoría tienen como causa la imprudencia.

Hace pocas semanas coincidí, al cargar gasolina, con una señora joven quien llevaba en su auto a dos niños de aproximadamente 2 y 4 años. El más pequeño iba de pie sobre el asiento delantero derecho y como soy bastante metiche le sugerí que lo sentara y le pusiera su cinturón de seguridad, pero su respuesta fue “ya se lo dije, pero no quiere”.

Me resulta difícil aceptar este tipo de justificaciones. Iba a decir el “razonamiento”, pero esto no merece ser llamado así, pues aquí la razón no hizo acto de presencia.

En nuestro país, cuando se producen accidentes en los que salen lastimados los menores, lo común es que se culpe a quien no respeta las señales de velocidad, de alto o cambios de carril sin previo aviso, pero no suele castigarse a quienes no llevan debidamente protegidos a los niños.

Otro error muy común consiste en llevar a los bebés sobre las piernas del copiloto, de forma tal, que en caso de un choque el peso del adulto proyecta al menor hacia el frente aplastándolo contra el tablero del auto y cuando se recibe el impacto en un costado sale volando por las ventanillas.

Todavía nos falta mucho por aprender de los sistemas de prevención de accidentes de otros países. Por ejemplo, en Israel es obligatorio ponerse un chaleco amarillo con reflejantes, a cualquier hora del día, para cambiar una llanta. Nosotros en cambio, nos conformamos con sacar un triángulo de emergencia – en caso de que todavía esté en la cajuela – para ponerlo a 4 metros del auto, lo cual no sirve para nada.

Basta asomarnos a la cartelera del cine, a un noticiero o a una sala de emergencias de un hospital para confirmar que los peligros no están delimitados dentro de las zonas selváticas o en alta-mar. Siempre y en todo lugar nos puede suceder algo que cambie nuestras vidas para siempre.

Como en cualquier aspecto de nuestra vida, también se puede exagerar en el tema de la seguridad, llegando a convertir la virtud en manía, como le sucede a quienes al sentarse en la sala de espera del doctor instintivamente buscan el cinturón de seguridad.

Quizá nos convenga hacer una revisión en nuestras casas para buscar los posibles puntos de riesgo, como ventanas con vidrios rotos; contactos eléctricos en mal estado; fugas de gas en calentadores estufas y hornos; escalones resbalosos; sillas frágiles; áreas poco iluminadas; etc. En definitiva, hagamos caso a quienes nos quieren, y al despedirse de nosotros, nos dicen: ¡Cuídate!