¿Se ha pronunciado el Vaticano sobre el tema de la adopción de embriones humanos congelados?
La
Santa Sede no se ha pronunciado oficialmente sobre este problema. Como
usted sabe, hay actualmente un interesante debate abierto sobre la
licitud de la adopción de embriones entre expertos de bioética y
teólogos moralistas católicos. La discusión se ha desarrollado sobre
todo en Estados Unidos pero está presente también en otros países como
España, Italia, Inglaterra, etc.
A
mi entender, la reflexión no ha madurado todavía suficientemente como
para que la Santa Sede pueda pronunciarse magisterialmente sobre este
problema.
¿Qué significa exactamente “adoptar embriones”?
La adopción de embriones (también llamada por algunos "adopción para el nacimiento" o "adopción preanidatoria"),
se refiere al hecho de que un matrimonio o incluso una mujer sola,
adopten voluntariamente a uno o más embriones cuya madre genética no
puede o no quiere acogerlos en su seno.
Normalmente
se trata de embriones producidos en laboratorio con las técnicas de
fecundación artificial y congelados temporalmente en la espera de
darles un destino definitivo. La madre adoptiva accede a que los
embriones, una vez descongelados, sean depositados en su útero con la
esperanza de que aniden en él y puedan seguir adelante en su desarrollo
natural hasta el nacimiento.
Normalmente
se entiende que la mujer que los adopta para el nacimiento está también
dispuesta a mantener la adopción después de nacimiento, ofreciéndoles
cariño, un hogar, una educación, etc.
Usted, como decano de una facultad de bioética, ¿qué piensa? ¿Podemos adoptarlos? ¿Por qué y según qué condiciones?
En
mi opinión lo primero que debemos tener en mente es que estamos
hablando de individuos humanos, y no simplemente de un cúmulo de
células como algunos pretenden. Es interesante notar que la última
edición del prestigioso Manual de Embriología Humana, del embriólogo
americano R.M. O’Rahilly (publicada apenas hace unos meses) afirma
categóricamente que el término "pre-embrión" debe ser
totalmente descartado en cuanto no científico, y que el término embrión
se aplica al individuo humano desde momento de la fecundación hasta que
pasan ocho semanas de su gestación.
Tenemos
que tener también en cuenta que los embriones que podrían ser adoptados
se encuentran en situación de abandono y ante una alternativa
dramáticamente clara: o alguien los adopta dándoles una oportunidad
para que sigan adelante su desarrollo y puedan ver la luz, o mueren
irremediablemente (ya sea porque se los destruye sin más o porque son
utilizados para experimentar sobre ellos o para obtener de ellos
células madre; es absurdo pensar en tenerlos congelados para siempre; y
de cualquier modo sería una injusticia hacia ellos).
Por
tanto, creo que en este caso se deben aplicar los mismos razonamientos
éticos y jurídicos que se utilizan para resolver la situación de
abandono de niños ya nacidos. Ciertamente, lo ideal sería que cada niño
creciera y se desarrollara en el ámbito familiar de los padres que le
trajeron a este mundo; pero si esto no es posible por cualquier razón,
el mal menor, en sentido de que es el único bien posible para el
interesado, es que alguien lo acoja generosamente ofreciéndole su hogar
y su amor.
Quienes
dicen que esta opción es moralmente inaceptable deberían demostrar que
se trata de un acto intrínsecamente inmoral o que proceder en ese
sentido provocaría necesariamente un mal mayor del que se quiere
remediar. Y esto, sinceramente, me parece que no ha sido demostrado por
quienes argumentan contra la adopción preanidatoria.
El
fin es bueno, ciertamente (hablamos de salvar vidas humanas), pero el
medio, ¿es bueno? ¿Se puede hablar en este caso de escoger el mal
menor? ¿No caemos en una instrumentalización de la sexualidad de la
mujer frente a la vida de un ser congelado? ¿No sería esto comparar a
la mujer como a una máquina, como si fuese una especie de incubadora?
Su
pregunta recoge algunas de las objeciones que se hacen contra la
adopción de los embriones. A mi entender, estas y las demás objeciones
hasta ahora presentadas, no se sostienen suficientemente.
Se
dice que en este caso el medio es malo porque se entiende, según yo
inadecuadamente, que la adopción de los embriones sería una especie de
"maternidad de alquiler" o "maternidad subrogada". En realidad, se
trata de dos actos con un objeto y un sentido muy diversos: la
maternidad subrogada consiste en llevar adelante la gestación de un
embrión sustituyendo a la mujer que pretende ser después la madre del
niño, y ese comportamiento es establecido de antemano, en el momento en
que se programa la fecundación artificial. Aquí en cambio estamos
hablando de una mujer que pretende simplemente salvar la vida de un ser
humano del único modo en que es posible hacerlo; y se supone que
normalmente será ella misma quien adopte al niño que nazca como su
propio hijo.
En
el caso de la maternidad sustitutiva o subrogada, la mujer,
efectivamente, está usando su cuerpo como si fuera solamente un
instrumento. En el segundo caso, está usando su cuerpo para salvar la
vida de un ser humano; se trata, por tanto, de un acto de solidaridad;
y no hay nada de inmoral en recurrir a nuestra corporeidad para
realizar un acto solidario y de amor; es precisamente esto lo que
justifica moralmente que una mujer dé de pecho a un bebé ajeno cuya
madre no lo podrá alimentar, o que cualquiera de nosotros done un
propio riñón para salvar la vida de otra persona.
Algún
autor ha hablado de uso inmoral de la sexualidad en el caso de la
adopción de embriones. Como ha mostrado el teólogo americano William
May, este razonamiento no es acertado: la gestación de un ser humano es
sin duda normalmente consecuencia de un ejercicio de la sexualidad,
pero en sí misma no es una expresión de la sexualidad personal, sino
una consecuencia posterior del acto sexual, como lo puede ser más tarde
el dar de pecho al niño, y hasta su misma educación posterior... Acoger
al embrión abandonado por otros no es hacer un uso impropio de la
propia sexualidad, como no lo es dar de mamar al hijo de otra mujer.
Si
se adoptase esta solución, ¿no nos haríamos cómplices de la congelación
de embriones, o de colaborar con quienes practican la FIVET?
La
Iglesia ha defendido siempre que el proceso de la vida natural tiene
lugar en el marco de las relaciones matrimoniales, ¿verdad?
La
Iglesia defiende siempre el respeto de toda persona humana, también del
no nacido y también del embrión. Por ello mismo, considera inmorales
las prácticas de fecundación artificial en las que se hace existir a un
nuevo ser humano sin que su existencia sea realmente originada por ese
acto de amor responsable que realizan los esposos cuando se tornan uno
al otro con la donación total, corporal y espiritual, que se da en el
acto conyugal. Pero aquí nos encontramos ante una situación en la que
alguien ya ha realizado ese mal moral dejando como resultado un embrión
humano destinado a la muerte, a no ser que alguien realice el gesto
solidario de acogerlo en su seno hasta el nacimiento. El mal ya ha sido
hecho por otros, ahora se trata de evitar otro mal, el de la muerte del
embrión. Cuando se trata de la adopción de un niño abandonado por sus
padres, el mal ya está hecho por otros (los padres que lo abandonaron),
y quienes adoptan ahora están evitando que de ese mal se siga otro
peor: el abandono total de la creatura.
La
adopción, en un caso o en otro, no es una colaboración con el mal
realizado por otros sino un gesto de solidaridad y de amor hacia la
pobre creatura que ha sido abandonada, antes o después de nacer.
Sinceramente,
no me parece que quienes hacen fecundación artificial se preocupen
mucho de lo que se hace con los embriones; no creo que proceder a la
adopción de embriones signifique justificar lo que ellos hacen. Al
contrario, me parece que la adopción de embriones constituye un claro
mensaje para la sociedad: se adoptan sólo a personas necesitadas de que
alguien las acoja. Por eso mismo quienes son favorables a la
fecundación in vitro y también quienes defienden a capa y espada el
derecho al aborto, se oponen con frecuencia a la adopción de los
embriones.
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