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Santa Teresa y Nuestra Señora

Este día 15 celebramos la fiesta de Santa Teresa de Jesús, en este mes del Rosario, que nos habla de ir a Jesús por Maria. Revisando algunos documentos carmelitanos, se puede ver que entre sus primeros recuerdos de la infancia ya habla del amor a la Virgen: habla del cuidado que su madre tenía de hacerlos rezar y ayudarles a que fueran devotos de Ella y de algunos santos, que la comenzó a despertar a los seis o siete años; es conmovedora su oración cuando pierde su madre, a la edad de 13 años: afligida fue a una imagen de nuestra Señora y le suplicó con muchas lágrimas que ella fuera su madre; y desde entonces tiene conciencia de una protección especial de María, que la ha vuelto a ella cuantas veces tenía necesidad. Su devoción mariana crece día a día: acude a ella en las penas, la recuerda en sus fiestas, cultiva la devoción al Rosario... es una progresiva contemplación y experiencia de los momentos más importantes de la vida de la Virgen, según las palabras del Evangelio, que van haciendo mella en su alma, va acogiendo su corazón de Fundadora aquellos misterios: así, el canto del Magnificat estará en sus labios constantemente; como también contempla el misterio de la Encarnación pensando en la presencia del Señor dentro de nosotros a imagen de la Virgen que lleva dentro de sí al Salvador; y penetra en el corazón de María al pie de la cruz, porque ha entrado místicamente en el dolor de la Virgen, cuando ella también ha probado la desolación y la noche oscura del espíritu. Sus profundas experiencias místicas le llevan a revivir los misterios de la vida de María. También es muy interesante ver como desde la primera fundación la devoción mariana va siempre acompañada a la de San José, que en sus experiencias místicas lo ve al lado de la Virgen, quien le dice que pusiese al primer convento el nombre de san José, que ellos dos serían los protectores.

María es vista por Teresa como la primera cristiana, la discípula del Señor, la seguidora de Cristo hasta el pie de la Cruz. En ella se han mirado siempre como al espejo las carmelitas, y Teresa de una manera particular ve en Nuestra Señora la esposa ideal del Cantar de los cantares, la mujer perfecta, totalmente poseída por Dios, enamorada de Él, que nunca ha puesto resistencia a las mociones del Espíritu Santo; modelo de una adhesión total a la Humanidad de Cristo. Ella es modelo de sentimientos de pureza de corazón, de pensamiento y de intención; de pobreza y humildad; de admiración que llega al estupor ante las maravillas de Dios: para Teresa es ejemplo y modelo de todas las virtudes, y la Madre que nos enseña que la cruz es camino por la gloria.

Esta filiación a Maria Santa queda expresada en muchos detalles hasta el punto que decir Carmelo es decir María, el Carmelo es todo de María. Ella es Señora, Patrona, Madre de la Orden y de cada uno de sus miembros. Todo es mariano en los Carmelos de Santa Teresa: el hábito, la Regla, las casas. Ya la primera casa la confía a Ella en el gobierno, y la llama "mi Priora”. Su devoción al Santo Escapulario queda expresada en lo que dice a propósito de la muerte de un carmelita: porque ha vivido su estado de vida religiosa, le han aprovechado las Bulas de la Orden para no entrar en el Purgatorio. Y desde que recibió una especie de investidura mariana para ser Fundadora, procuraba vivir y hacer vivir “la Regla de nuestra Señora del Carmen”, que tanta gloria da al Señor y a la gloriosa Virgen María, llevando su hábito. Veía a la Virgen como la gran intercesora, que con manto blanco acogía a todas y distribuía las gracias, como la de ir superando diversas dificultades que encontraban las fundaciones, y por ella se van poblando “los ‘palomarcitos' de la Virgen nuestra Señora ..."

Sobre este fundamento del amor filial a la Virgen, se edifica la fraternidad carmelitana, ese amor del espíritu de familia. Ocupando lugar tan destacado en el Carmelo, las imágenes de la Virgen -"dulce Madre"- presiden también sus iglesias, y así Santa Teresa continúa propagando la devoción mariana a través de sus hijos.