Catalina nació en Génova en la primavera de 1447, de la noble familia Fieschi. Era hija de Jaime Fiesco y nieta de Roberto, hermano del Papa Inocencio IV. Tenía tres hermanos y una hermana mayor, que se llamaba Simbania. El nombre de Catalina le fue dado en honor de Catalina de Siena y de Catalina de Alejandría.
A los trece años decidió abrazar la vida religiosa en el convento de las Hermanas de Nuestra Señora de la Gracia, donde su hermana Limbania era ya una Religiosa profesa. Habló con el director de la Orden, pero no aceptaban niñas tan jóvenes en la congregación. Esto causó una fuerte herida en el corazón de Catalina, pero no perdió su fe en el Señor.
Cuando su padre murió, se pensó que era necesario mantener el mando político uniendo en matrimonio a los hijos del mismo rango. A la edad de 16 años se vio obligada a casarse en un matrimonio de conveniencia. Su esposo era totalmente opuesto a Catalina, ella piadosa y él, un hombre de mundo que no tenía compasión ni escrúpulos por nadie. Después de haber aguantado muchas infidelidades de parte de su esposo, a los cinco años de casada, se sintió abandonada de todos y en profunda desolación, incluso de Dios. Volcó su vida a la frivolidad, de fiesta en fiesta, trataba de buscar un significado a su vida. Pero esto no la llenó de paz ni de gozo, sino mas bien de desesperación y depresión.
Su Conversión
El 21 de marzo, de 1473, en la fiesta de San Benito, su hermana Limbania le sugirió que fuera donde un sacerdote confesor, ella consintió. Se encontró con un santo confesor por medio del cual el Señor la llenó de gran fortaleza y de Su amor incondicional; cayó en éxtasis y se sintió incapaz de confesar sus pecados. En ese momento el Señor le mostró toda su vida como pasada en una película; pudo ver la traición que ella había hecho al amor del Señor, pero al mismo tiempo pudo ver a través de las Sagradas Llagas de Jesús, la gran misericordia del Señor por ella y por todos los hombres, y el contrastante amor de Dios y el amor del mundo. Esto le hizo repudiar desde ese momento el pecado.
Ese mismo día, estando en su casa, el Señor se le apareció, todo ensangrentado, cargando la cruz, y le mostró parte de Su vida y de Su sufrimiento. Ella, llena del amor del Señor y triste por los diez años que había desperdiciado no amando al Señor, decidió limpiar su vida y así, empezar una vida nueva en El. Ella misma cuenta en sus diálogos que no hacía sino decir entre sollozos: "Es posible, ¡oh Amor!, que en un sólo momento me ha revelado lo que no se puede decir con las palabras?" Catalina había encontrado su camino de Damasco: había sido herida por el rayo.
Luego, Nuestro Señor durante otra aparición, hizo recostar la cabeza de Catalina en Su Pecho al igual que el Apóstol San Juan, dándole la gracia de poder ver todo a través de Sus ojos y sentir a través de Su corazón traspasado.
Por medio de sus constantes oraciones, su esposo se convirtió y aceptó vivir en celibato perpetuo. Decidió entrar en la orden franciscana terciaria y se trasladaron del palacio a una casa pequeña cerca del hospital, donde servían a los enfermos, ayudándolos a morir en paz. Es allí donde su esposo muere víctima de una enfermedad contagiosa.
Catalina tuvo además la vista interior del pecado, y sabiendo lo que hay en el fondo de un pecado venial, concibió por éstos tal horror que de hubiera muerto si Dios no la hubiese fortalecido. Si creía ver en sí la menor imperfección, estaba, según su propio dicho, como en una caldera de agua hirviendo hasta haberse librado de ella. "Mi visión del pecado venial, -decía- no ha durado un solo instante, y ha sido tal que si se hubiera prolongado habría podido reducir a polvo un cuerpo de diamantes. ¿Qué será, pues, el pecado mortal? Cualquiera que llegue a comprender lo que son el pecado y la gracia, es imposible que pueda nunca más odiar o amar otra cosa alguna".
Luego añadía: "Veo en el Todopoderoso tal inclinación a unirse con la criatura racional hecha por El a su imagen y semejanza, que si el diablo pudiese librarse de su culpa, el Señor lo elevaría a aquella altura a que Lucifer quiso elevarse rebelándose''. Dios puede hacer mucho más de lo que nosotros podemos desear.
Un día, Santa Catalina oyó que el Espiritu Santo le decía estas palabras: "Más suave te fuera estar en un horno ardiendo que soportar la completa desnudez a que yo quiero llegue tu alma". La historia de esta desnudez ha sido escrita, o mejor dicho, balbuceada por la misma Santa Catalina. Su palabra consiste en un silencio trémulo. El silencio va rugiendo en torno de la palabra de San Pablo: "El Verbo de Dios es vivo, eficaz, más penetrante que la espada, y llega hasta la división del alma y el espíritu".
El alma y el espíritu no son dos substancias diferentes como el alma y el cuerpo. Desde el punto de vista filosófico, en el hombre no hay más que alma y cuerpo. ¿Qué será, pues, la división del alma y el espíritu? San Pablo lanza al mundo esta palabra desconocida, como una espada de fuego en medio del campo de batalla y luego se va sin explicarla. Santa Catalina de Génova recoge la espada, y pasa su vida comentando la palabra de San Pablo; pero su magnífico comentario, por causa de esta magnificencia misma aumenta las tinieblas de la noche en vez de disiparlas, porque aquí la noche es la luz. Cuánto más desarrolla Santa Catalina el sentido de la palabra de San Pablo, cuanto más penetra el misterio contenido en ella, más invasoras y extensas se hacen las sagradas tinieblas. Por esto, después de cada frase, siente la Santa crecer en ella la imposibilidad de hablar... ¡Qué cosa tan deliciosa, sería hablar del amor, si se encontraran palabras para ello! El amor endereza las cosas torcidas y une las contrarias. iOh amor!, ¿Cómo llamáis a las almas que os son caras?
Santa Catalina decía a uno de sus hijos espirituales: "Si hablo del amor me parece que le insulto, por lo lejos que mis palabras están de la realidad. Sabed solamente que si una gota de lo que mi corazón contiene cayera en el infierno, el infierno se cambiaría en paraíso". Tal es el lenguaje de Santa Catalina de Génova. Son frases, gritos, sollozos y silencios, y cada una de estas cosas llama a las otras en su auxilio, como si con su ayuda quisiera triunfar de las debilidades de la naturaleza.
Batalla ente el Amor Divino y su amor propio.
Catalina describía el amor propio como el odio propio, decía que el amor propio es el anzuelo puesto por el diablo para hacernos caer y la estrategia para traer el mal al mundo. El alma dominada por el amor propio se dirige a su ruina espiritual. Sorda y ciega para la Verdad, condena su ser voluntariamente, abriéndose camino al Purgatorio o a la eterna agonía del infierno. Para ella el amor propio causa mayor muerte que la muerte de nuestro propio cuerpo, pues nos aparta del Amor Divino, de la Verdad y de la verdadera Voluntad de Dios. "La mejor manera de amar al Señor de una forma plena es olvidándose de uno mismo", insistía.
Durante una aparición el Señor le dijo: "Nunca digas yo deseo, o yo no deseo. Nunca digas mío, sino siempre nuestros. Nunca te excuses, sino que siempre estés pronta para acusarte a ti misma".
De su experiencia personal de purificación nació su brillante "Tratado del Purgatorio". Determinante fue su influjo en la vida eclesial de su tiempo, con el Movimiento del Divino Amor - por ella inspirado, sobre la espiritualidad moderna a través de la Escuela Francesa de los siglos XVI - XVII que sintió mucha admiración por ella. Murió al alba del 15 de Septiembre de 1510. Fue canonizada en 1737 por el Papa Clemente XII. Pío XII, en 1943, la proclamó "Patrona de los Hospitales Italianos".
Texto de santa Catalina
Tú, Señor, trajiste del cielo el suave maná y el dulce alimento de la caridad, que tiene en sí tal vigor que hace soportar cualquier suplicio; y así lo hemos visto por experiencia, primero en ti, dulce Maestro nuestro, Señor y guía, y luego en tus santos.
¡Oh, cuántas cosas han hecho y soportado ellos con gran paciencia con ese tu amor infundido en sus corazones, del que quedaban tan encendidos y unidos contigo que ningún tormento los podía separar de ti! (…)
No hay camino ni más corto, ni mejor, ni más seguro para nuestra salvación que este vestido nupcial y dulce de la caridad, la cual da tanta confianza y tanto vigor al alma, que esta se presenta a ti sin ningún temor. Y al contrario, si se encuentra desnuda de caridad al tiempo de la muerte, queda tan abyecta y vil que se iría a cualquier otro lugar, triste y malo cuanto se quiera, para no comparecer ante la divina presencia. Y con razón, pues siendo tú, oh Dios, sencillo y puro, no puedes recibir en ti nada que no sea puro y sencillo amor. (Santa Catalina de Génova. Diálogos).