San Francisco de Asís, 4 de octubre
Nació en 1182 en Asís. Su padre, Pietro de Bernardone ejercía con éxito el comercio de tejidos y deseaba iniciarle en la misma actividad. Fue Su padre el que le escogió el nombre derivado, al menos aparentemente, de la nación francesa, a donde él iba a menudo para sus negocios y de donde procedía su mujer. La guía paterna se dirigía a darle los secretos del mercado pero, al mismo tiempo, le facilitada todo para llevar una vida sin problemas.
Durante las luchas que tuvieron en Umbría, Francisco participó con un grupo de amigos suyos en una expedición militar de Asís contra Perugia. Fue hecho prisionero por los peruginos vencedores (1202) y sólo al año siguiente 1e permitieron volver a su patria.
Entre sus numerosos episodios, se cuenta que durante un viaje de vuelta de Spoleto encontró a un pobre leproso. En principio se alejó con repugnancia, pero enseguida, movido por un sentido de conciencia volvió atrás y le ofreció su ayuda y consuelo.
Un día Francisco llegó hasta la iglesita dedicada a San Damián. En esta iglesia mientras el Santo oraba, oyó una voz que le decía: “Francisco, repara mi iglesia”. No comprendiendo enseguida el significado pro fundo de las palabras divinas Francisco volvió a casa de su padre y cogió algunos tejidos para ir a venderlos en la ciudad vecina de Foligno. A su vuelta se paró en San Damián, para dar lo obtenido en la venta para reparar esa iglesita. Pero lo que Dios le pedía era reparar toda su Iglesia, en sentido espiritual. Aquí maduró la decisión de renunciar a todos sus bienes para vivir en absoluta pobreza.
Su padre, enfurecido por este comportamiento, le obligó a volver a casa y lo tuvo encerrado como a un prisionero en una habitación. Mientras Pietro Bernardone partía de nuevo para otro de sus viajes de negocios, fue su madre, Dona Giovanna, quien liberó al joven.
Más adelante, es llevado a juicio ante el obispo por iniciativa de su padre. Francisco hizo una declaración pública de pobreza, devolviendo los vestidos recibidos por la familia. Empezó su predicación con una modesta túnica ceñida por una cuerda.
Los temas esenciales de su predicación eran: el amor cristiano, la. exigencia de paz entre los hombres, la fe en la salvación y la alegría. Insistía en la necesidad de oponerse a las malas costumbres y a la avaricia.
Después de estas vivencias Francisco fue a Gubbio. De vuelta a Asís, se cobijó en la iglesia de Sta. María de los Angeles, lugar especialmente grato para él, cuya pobre capilla fue denominada “Porciúncula”, de “parte”, pequeña porción del conjunto del lugar consagrado.
Los caracteres esenciales del movimiento franciscano esta. basados en la necesidad de la total observancia de las enseñanzas del Evangelio, sobre el despego de las pasiones y de las cosas. terrenas, traducido en el ideal de pobreza.
Varios jóvenes acudían a Francisco, inspirados por su palabra y por su ejemplo. Acompañado por los primeros doce seguidores, éste llegó a Roma, donde el Papa
Inocencio III lo recibió y escuchó su petición de que reconociera su Orden de frailes, que habrían aceptado la regla de la pobreza. No le fue fácil. Tuvo que esperar.
Después de haber obtenido el reconocimiento papal (1209), éstos se declararon Frailes Menores y vivieron en oración, de limosna y de humildes trabajos.
Una de las mujeres jóvenes que enseguida se interesó por la concepción religiosa franciscana fue Clara Scifi, de noble familia, quien aceptando la regla de los Menores, organizó el primer convento de las Clarisas. Mientras tanto la predicación de los frailes se extendía por toda Italia y en el extranjero, en Marruecos, en España, en tierra santa, a través de incomodidades, peligros, y persecuciones. En 1213, visitando Montefeltro, San Francisco fue bien recibido por el conde Orlando Catani señor de Chiusi, que en aquel momento se encontraba en San Leo, de éste recibió como don el monte Verna a donde él iría varias veces en su último periodo, para dedicarse a la meditación, en días de mística soledad.
Es conmovedor el episodio de la donación del monte Verna en las “Consideraciones acerca de las llagas”. El Santo tenía entonces 31 años e inspirado por Dios se puso en movimiento para ir a Romagna con Fray León, su compañero. Llegando el castillo de Montefeltro, en el que se estaba dando un gran convite y cortejo para nombrar caballero a uno de aquellos condes, los dos místicos decidieron presentarse al lugar de la fiesta. Entre los caballeros que allí se encontraban estaba Orlando de Chiusi quien había oído hablar a menudo de Francisco de Asís y «tenía gran interés en verle y en oírle». De hecho en- seguida se dirigió a la plaza del pueblo cuando supo que el fraile se encontraba allí y se preparaba a predicar en lengua vulgar. El tema escogido para el sermón fue: «Es tan grande el bien que espero que toda pena me complace».
Al final el conde Orlando conmovido por las palabras del Santo, se le acercó y le dijo, invitándole, que tenía en Toscana «un monte muy recogido que se llamaba monte Verna ... solitario y salvaje» propio para quien desease llevar una vida solitaria. «Si éste te gustara, con gusto te lo donaría a ti y a tus compañeros para la salud de mi alma».
Hacia el final de su vida, Francisco tuvo la sensación de que la Orden que había fundado se le estaba escapando de las manos. El rápido crecimiento numérico había desbaratado su ideal primitivo de vivir con sencillez evangélica. Y algunos hermanos lo presionaban para que mitigase su Regla, para que diese vía libre a los estudios y a casas más grandes. Por otro lado, estaban los compañeros de la primera hora, que no querían cambios. Francisco se sentía fracasado; peor aún, como alguien que había puesto en peligro la tarea encomendada por Dios. En esas condiciones se refugió en las montañas de Verna. Allí se le apareció el Señor y le dijo unas palabras que las diversas fuentes nos transmiten con insólita uniformidad:
“¿Por qué te turbas hombrecillo? ¿Acaso te he puesto yo como pastor de mi Orden de tal modo que te olvides de que yo sigo siendo su responsable principal? Por tanto, no te turbes, sino preocúpate por tu salvación, porque aunque la Orden quedase reducida únicamente a tres hermanos, mi ayuda siempre seguirá firme”[1].
El espíritu de Francisco salió de la prueba purificado y fortificado. Vuelve cantando a su eremitorio: “Francisco, Dios existe, ¡y eso basta! ¡Dios existe, y eso basta! La alegría y la paz habían vuelto a su alma. “Tenía la impresión de que sólo ahora conocía lo que era la verdadera pobreza de espíritu: vivir despojado hasta de la finalidad por la que había vivido hasta entonces, sacrificar a Dios la misma obra para la que Dios lo había suscitado en la Iglesia”. (R. Cantalammessa).
En la noche de Navidad de 1221 San Francisco; instituyó en Greccio, el primer Pesebre o Belén, tradición que se extendería por todo el mundo. En el monte Verna recibió las llagas o estigmas, el 17 de septiembre de 1224. En este mismo lugar, al año siguiente, casi ciego, compuso el “Canto de las criaturas”. Murió el 3 de octubre de 1226, en la enfermería de la Porciúncula, llamada hoy día “Capilla del tránsito”.