Como católicos, se nos enseña todo el tiempo que Dios Nuestro Señor es Nuestro Padre Bondadoso, que nunca nos podrá negar nada de lo que le pidamos. Esto mismo se dice de la Virgen María, reforzado con la frase “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”. Si esto es así, ¿cómo se explica uno que las cosas no sucedan como uno lo pide?
También se nos dice que debemos dejarnos en las manos de Nuestro Creador, y aceptar Su Voluntad. Si esto es así, ¿para que entonces hacer un Plan o Proyecto de Vida, si al fin y al cabo, es Dios quien determina nuestro destino? ¿Para qué pedimos y rogamos, si Dios nos va a dar lo que El cree conveniente?
Esto parece ser una verdadera incongruencia y los católicos muchas veces no podemos contestar a los no creyentes cuando nos hacen estas observaciones.
¿Realmente existe tal incongruencia en el obrar del Señor? Esto sí que sería una incongruencia, que el Todopoderoso nos invitara a hacer algo que no tiene ningún sentido; por lo tanto, nosotros como humanos seguramente estamos haciendo una consideración equivocada al respecto.
Pedir ayuda, apoyo, luz en nuestras decisiones, salud en nuestra enfermedad, etc. es pedir lo que nosotros creemos que necesitamos; son nuestras necesidades humanas; son las cosas que alcanzamos a ver y que son obvias para nosotros. Es por eso que es sano pedir.
Ahora bien, los ojos de Dios son infinitamente bondadosos, infinitamente precisos e infinitamente atinados. El sabe lo que se tiene que ir presentando en nuestra vida para que alcancemos nuestra salvación, por lo tanto, es El quien al decidir ayudarnos o darnos luz, nos estará dando lo más conveniente para nuestra salvación, aunque nosotros no alcancemos a entenderlo, o lo que es más común, no lo aceptemos de buena gana.
En muchas ocasiones le reclamamos a Dios el hecho de que nos esté mandando situaciones que no nos merecemos, que no nos gustan, que creemos que no podemos confrontar; por lo tanto, con esta actitud le estamos diciendo aunque en forma indirecta: “Señor, estás totalmente equivocado, parece que no estás atento a mis NECESIDADES REALES, sino lo que Tú estás haciendo es algo bueno para ti, pero no para mí”.
Estas expresiones tan comunes sobre todo en los momentos más difíciles o apremiantes, nos salen del fondo del corazón; le reclamamos a Nuestro Creador, el estar haciendo mal las cosas. Es entonces cuando nos parece totalmente absurdo “pedir”, para que al final de cuentas, se nos dé lo que Otro quiere.
En cuanto al Plan de Vida, por poner un ejemplo, nosotras como madres de familia marcamos una ruta para nuestra propia familia, y decidimos que nuestros hijos se mantengan sanos, estudiosos, responsables, que obedezcan todos los lineamientos morales que como padres les marcamos, que terminen una carrera profesional, que se busquen un buen partido, que se casen y tengan hijos. Cuando en el camino de este proceso algo se distorsiona, nos preguntamos, ¿para qué planear si las cosas se van a dar de diferente manera a como yo las estoy deseando?
Y volvemos a lo mismo, nuestro plan es un plan humano, y por lo tanto, imperfecto. Si lo importante es nuestra salvación y la de nuestros seres queridos, Dios estará rectificando nuestros propios deseos para encaminarnos hacia la perfección. Sin embargo, no hay que olvidar que está en nuestras manos tomar acciones positivas ante cualquier eventualidad. Si en nuestro plan de vida no está contemplado un hijo con discapacidad o una enfermedad de nuestro cónyuge o de nuestros padres, o una hija que se embaraza fuera del matrimonio, o cualquier cosa de este tipo, tendremos que hacer una pausa en nuestras vidas para confrontar lo que ha salido diferente, entenderlo, analizarlo, ver cuáles son las nuevas condiciones y circunstancias, y a partir de ahí y a pesar de nuestro dolor, tomar nuevas acciones que nos permitan sobrevivir con el mejor ánimo posible.
Las personas con verdadera fe, hacen su Plan de Vida, y le piden a Dios que les ayude a rectificar o completar lo que esté faltando desde un punto de vista Divino. Es así que cuando las cosas salen diferentes, no se espantan, ni reclaman al cielo, sino hacen adecuaciones para seguir su camino, pero ahora sí, con las disposiciones de Dios. NO quiere decir esto que dejemos TODO TODO EN SUS MANOS, sino lo que estamos dejando en Sus Manos, es la verificación de que todo lo que planeamos nos encamine a nuestra salvación.
Cuando mi padre perdió sus dos piernas, y sufrió este estado durante dos largos años, nuestra primera reacción fue preguntarnos ¿por qué Dios mío no te lo llevas? Ya cerca de los días de su muerte, lo convencimos de aceptar la visita de un sacerdote, porque él aun siendo creyente católico, nunca practicó su religión. De hecho estaba renuente a todos los sacerdotes a quienes no dejaba de criticar, pero finalmente aceptó confesarse, comulgar y recibir la Unción de los Enfermos y esto lo hizo más como un favor a nosotros que a él mismo. Sin embargo, el favor fue para él, porque después de recibir estos tres sacramentos, estuvo más en paz consigo mismo, soportó con más entereza los múltiples dolores que se le presentaban, y en su rostro, el día que falleció, se mostró una tranquilidad que no había mostrado muchos años atrás.
¿Para qué Dios permitió estos dos años de sufrimiento? Yo creo que para que mi padre se salvara. Aun sin ser un mal hombre, tuvo muchos defectos, muchos errores, mucha falta de entereza, y algunos actos de omisión; por lo tanto, este período de sufrimiento lo ayudaron a expiar sus culpas y a sentir en el fondo de su corazón la presencia de Dios. Mi padre se supo amado y reconciliado con El.
No dejemos que nuestra limitación humana nos haga desesperar ante las cosas que no se dan como nosotros queremos y más bien busquemos el para qué Dios permite ciertas cosas, ciertos cambios en nuestros planes, ciertos sufrimientos o situaciones de las que no entendemos el por qué. Al buscar el para qué, estamos dando un sentido sobrehumano a nuestras circunstancias, trabajando primero, en asimilarlas y adaptarnos, y luego en tomar acción hacia ese nuevo camino, aplicando nuestra voluntad, con la frente en alto, sabiendo que si hacemos un esfuerzo sincero, tendremos a Dios siempre de nuestro lado.
Dios nos ama como somos, no necesita que seamos perfectos para amarnos. Lo que sí espera de nosotros es una respuesta positiva ante las circunstancias de la vida y mucha fe en El. ¿Se dan cuenta de la gran diferencia que en esto existe? Sin ser perfectos, Dios nos ama, esperando de nosotros el buen uso de nuestra capacidad de decisión y de nuestro libre albedrío para conservarnos felices a pesar de todo.