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Resurgir de una crisis

La vida es superación, búsqueda de un sentido, y el sufrimiento aunque a veces duele engrandece a quien lo padece, todo ello está reflejado en la famosa historia de un águila, ese animal tan longevo, majestuoso en su vuelo, de quien se creía que rejuvenecía cuando cambiaba su plumaje (“de modo que te rejuvenezcas como las águilas”, dice el Salmo 103, 5 e Isaías. 40, 31): nuestra águila puede llegar a vivir 70 años, pero para llegar a esa edad, a los 40, debe tomar una seria y difícil decisión. Entonces, sus uñas están apretadas y flexibles y no consigue tomar las presas para alimentarse. Su pico largo y puntiagudo, ya muy largo, se curva demasiado hacia el pecho. Las alas, envejecidas y pesadas, y las plumas gruesas. ¡Volar se hace ya tan difícil! Entonces, el águila tiene solamente dos alternativas: morir o enfrentarse a un doloroso proceso de renovación que durará 150 días: consiste en volar hacia lo alto de una montaña y quedarse ahí, anidar cerca de un paredón. Allí el águila comienza a golpear su pico en la pared hasta conseguir arrancárselo. Luego debe esperar el crecimiento de uno nuevo con el que desprenderá una a una sus uñas. Cuando éstas comienzan a nacer, comenzará a desplumarse, y a esperar 5 meses, cuando sale para su vuelo de renovación... a vivir 30 años más. En nuestras vidas, muchas veces tenemos que resguardarnos por algún tiempo y comenzar un proceso de renovación; para continuar un vuelo de victoria, debemos desprendernos de costumbres, tradiciones y recuerdos que nos causaron dolor. Solamente libres del peso del pasado podremos aprovechar el resultado valioso que una renovación siempre trae.

En la vida tenemos crisis, a nivel personal, familiar, profesional, social... llamamos crisis a la manifestación aguda de un trastorno físico o moral, cuando se crea una situación tensa y difícil en la vida y hay que resolver un problema, para volver a un equilibrio, una armonía vital... pero de las crisis no se sale siempre derrotado, sino que el resultado puede ser un vuelo con alas nuevas. Los golpes de la vida nos pueden hacer más fuertes, aunque pueden también hacernos caer en el escepticismo. A algunos, les viene una tristeza vital, esa "insoportable ligereza del ser", que dicen ahora.  Es una tristeza con preguntas negativas: "¿la vida es sólo esto?, ¿de verdad esto es todo?" Ante un shock que aturde, absolutizamos aspectos que no van (de la vida personal, del cónyuge, del trabajo), a veces aparecen ganas de cambiar de vida, moverse, y es muy fácil equivocarse pues en esa situación no podemos ser objetivos, perdemos la visión de conjunto. Son momentos de desnudez en los que se ha perdido pico y plumas, y hay que saber estarse quietos, esperando que pase la tormenta (exterior e interior) y vuelva a salir el sol, el pico y las alas, pues como dice la canción "no hay pena que cien años dure". Me decía una persona: “con frecuencia tengo angustias por un asunto u  otro.  A mí me gustaría, tener más ligereza en este aspecto, no implicarme hasta este punto, pero no puedo evitarlo...” pero precisamente allá encuentra el consuelo de Dios: “por cada problema que tenemos, Nuestro Señor tiene muchas soluciones. Realmente miras la inmensidad el mar y te ves tan poca cosa...,  que piensas que arriba hay alguien que ya sabrá encaminar el problema,  más bien que yo. Creo que ha de pasar el tiempo,  pero yo no lo veo claro... Parece que todo el mundo te deje colgado... necesito hablar con alguien que analice las cosas sin involucrarse, alguien que me permita dejarme expresar lo que siento,  y así encontrarme mejor”.

Así, ese proceso de renovación y limpieza prepara para una nueva etapa, mira hacia lo que queda de nuestra vida, para afrontar los problemas de cara, porque la fuerza no se obtiene de acostumbrarse a la derrota sino del proyecto que se forja en la inteligencia y en el corazón y el esfuerzo en la lucha para alcanzarlo.