¿Por qué celebrar la venida de Dios al mundo cuando de repente ya no lo necesitamos, no nos hace falta?, ¿qué significado puede tomar la Navidad para una sociedad que comienza a considerar a Dios como algo superfluo?, ¿qué contenido tiene en consecuencia la celebración de la Navidad?, ¿no sería más auténtico suprimirla o por lo menos cambiar su significado?
Desgraciadamente asistimos a una paulatina transformación de la fiesta; no es pesimismo sino ser testigos de cómo cada día resulta más difícil encontrar tarjetas de navidad que tengan como motivo a la Sagrada Familia, o ver publicidad “navideña” si no abiertamente inmoral por lo menos frívola, en fin, asistir a la auténtica fiebre de consumo que caracteriza estos días. Es como si de pronto la esperanza en lugar de estar puesta en Dios se coloque en
los bienes materiales, convirtiéndose de esta forma en fin y norte de todo esfuerzo.
La Navidad como momento de reflexión, comunión y entrega perece anegada por una celebración de la que no se sabe ni el motivo ni el sentido, acaso como metáfora de una sociedad que ha perdido dramáticamente esas coordenadas existenciales y camina alegremente hacia la nada.
Benedicto XVI percibe con agudeza esa “crisis navideña” y plantea
decididamente la cuestión: "¿La humanidad de nuestros
tiempos espera todavía al Salvador?... da la impresión de que muchos consideren a Dios como algo ajeno a sus intereses. Aparentemente no lo necesitan: viven como si no existiera o, lo que es peor, como si fuera un obstáculo para la realización propia". Además el Papa nos coloca frente a la Navidad de los que no tienen nada, de los sufrientes, de aquellos que misteriosamente están más cerca de Cristo estos días, al estar marcados con el sello del dolor: "Nuestros hermanos y
hermanas en Oriente Medio, en algunas zonas de África y en otras partes del mundo que viven el drama de la guerra: ¿qué alegría pueden vivir?, ¿cómo será su Navidad? (...) tantos enfermos y personas solas que, además de sufrir físicamente, sufren en sus sentimientos porque a veces se sienten abandonados:
¿cómo compartir con ellos la alegría sin faltarles al respeto por su
sufrimiento?".
Es preciso redescubrir la auténtica Navidad, darnos cuenta una vez más de que, aunque sea de modo inconsciente –tal vez por estar envueltos en ese cúmulo de preocupaciones insulsas que caracterizan estos días- también nosotros necesitamos del Salvador y
en el fondo lo anhelamos; tarde o temprano comprendemos la falacia de esas promesas de “felicidad barata” que ofrece un mundo consumista. Un camino para vivir la Navidad es mirar a los otros, a los más necesitados, a los que sufren; en esa medida salimos de la asfixiante cárcel del propio yo y comenzamos a entrever un “tú” lleno de sentido, y detrás de ese “tú”, misteriosamente unido
a él, el “Tú” con mayúscula, que no cesa de hablarnos al fondo del corazón, acaso con más fuerza en estas fiestas en que se nos presenta inerme, hecho Niño.
La comunión y la entrega a los demás nos muestran que somos nosotros los primeros enriquecidos, que en realidad nos hacía falta “darnos” para probar un nuevo modo de felicidad. Solo puede darse aquel que se posee; al compartir nos liberamos de las cadenas que nos atan a lo superfluo, al culto de lo banal y queda abierto el camino que conduce a la trascendencia, para contemplar pasmados que el Trascendente se ha hecho concreto en la figura de Jesús: somos
Cristo para los otros cuando nos damos a ellos y los demás son Cristo para nosotros cuando les hacemos el don de nuestra vida.
Esa vocación a la comunión y al amor que pasa por el olvido de si es la cátedra silenciosa pero elocuente de Belén, luminosa para el que tiene fe, incomprensible para el de corazón obcecado por el egoísmo; tal vez por ello el mundo cada día está paradójicamente más necesitado de la Navidad: "A pesar de las contradicciones, las angustias y los dramas, o incluso precisamente por eso, hoy la humanidad busca un camino de renovación y salvación, busca un Salvador y espera, a veces sin darse cuenta (...) la
llegada de Cristo, el único redentor verdadero del ser humano". ¡Ojalá que al esforzarnos por vivir en plenitud el auténtico espíritu navideño, mostremos con nuestras vidas que de una forma misteriosa, Dios sigue presente en el mundo y no se ha olvidado de nosotros!