La aspiración más común de toda persona inteligente es lograr la realización plena de su vida, bien en este mundo o en la trascendencia del más allá. En el modo de lograrlo radica la diferencia esencial entre los humanos.
Para los que carecen de fe, la realización personal la logran a través del amor a cuanto constituye el meollo de su existencia: llegar a ser aquello a que aspiraron desde niños, ejercer una profesión de servicio al bien ajeno, tener un trabajo gratificante, fundar una familia a la que aportar lo mejor de sí mismos y un perpetuarse en una descendencia que les acoja, comprenda y les corresponda con amor.
Si su memoria o recuerdo perdura en la mente y corazón de sus semejantes, tras su muerte, por dejar huella de bonhomía y obras altruistas, la realización habrá sido plena y satisfactoria en el amor vivido.
Para los creyentes, su realización personal no difiere mucho de la de los demás. Sólo que nunca han de perder de vista el horizonte del más allá, al que han de llegar con las manos llenas de buenas obras: Amor a Dios Padre, Señor y Creador, con la conciencia en paz por haber cumplido lo mejor posible su voluntad, y amor a sus semejantes, sus hermanos, con obras de justicia y de verdad..
Que nadie malogre el tiempo -único e irrepetible de su vida –viviendo en el egoísmo.