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¿Quiénes dirigen mi vida?

¿Quiénes dirigen mi vida?

La televisión, la prensa, la radio, internet, han penetrado en muchos hogares y en la vida de millones de personas.

Casi nos resulta imposible vivir sin saber qué dicen los principales periódicos, sin estar informados sobre lo que otros han escogido como temas de actualidad, sin conocer cuál es el libro de moda, la película que están viendo “todos”, la canción más famosa de la temporada.

Hemos dejado que otros, los que deciden quién triunfa y quién es relegado al olvido, determinen cuáles son mis centros de interés, mis preocupaciones, mi modo de vestir, mis lecturas, incluso la elección de una carrera, de una dieta o las ideas filosóficas y religiosas con las que oriento mi existencia.

También hay que reconocer que no todos viven bajo el imperio de los medios de comunicación ni bajo la ley de la moda. Hay muchos hombres y mujeres que dirigen su vida en clave de convicciones, que buscan lecturas profundas que sirvan de ayuda para llegar a la verdad, que apagan la televisión y ganan así tiempo para acceder a fuentes de información distintas de las que son dirigidas por quienes elaboran y distribuyen el “pensamiento global”.

No se trata, desde luego, de crear una cápsula, de encerrarse en una burbuja protectora para que el golpe del mundo no altere nuestros modos de pensar. Vivimos en sociedad, y un cierto conocimiento de lo que pasa a nuestro alrededor nos resulta casi obligatorio. Pero una cosa es recoger las informaciones suficientes para elaborar mi juicio, para incluso tomar decisiones sobre el candidato sobre el que voy a votar o sobre la necesidad de buscar formas de presión ciudadana para protestar contra graves injusticias, y otra es vivir pegado a los mil informativos que repiten siempre los mismos temas y que no nos dejan tiempo para cosas más importantes.

Mi vida no puede depender de lo que otros dictaminan ser los “temas importantes”. Temas que, muchas veces, dejan de lado lo realmente importante: la búsqueda del sentido de la vida, el valor de la familia y de la fidelidad, la riqueza de la verdadera amistad, la belleza de quien opta por dedicar una tarde de descanso para visitar a un conocido enfermo.

Necesito abrir puertas y ventanas a nuevos vientos. Especialmente a lo que nos quiso decir un Galileo hace 2000 años, cuando nos habló del Padre, nos invitó a confiar en la providencia, nos enseñó la grandeza del perdón, nos lanzó el reto de tomar cada día la cruz para seguirle.

Un Galileo que no nos ha dejado solos: sigue presente en el Evangelio, en la Iglesia, en la Eucaristía. Sigue presente en tantas iglesias viejas, lejanas a los gustos de la moda, a las cámaras de la televisión, pero cercanas al mundo del espíritu. Sigue presente en la belleza de un mundo que es, como decía el Papa Juan Pablo II, un libro magnífico que el hombre debe leer: “En sus páginas se encuentra un mensaje que espera ser descifrado: es el mensaje del amor, con el que Dios quiere alcanzar el corazón de cada uno para abrirlo a la esperanza” (Juan Pablo II, Florencia, 19 de octubre de 1986).

¿Quiénes dirigen mi vida? Hoy quiero dejarle a Cristo que tome las riendas, que me lleve de la mano, que me muestre el rostro del Padre, que me envíe el consuelo del Espíritu Santo. Quiero decirle que quiero vivir, plenamente, minuto a minuto, este tiempo breve que me prepara a lo eterno. Un tiempo que me permitirá llegar un día al abrazo de un Dios que, con mil lazos, me invita a dejarme dirigir por Él, a dejarme guiar hacia el banquete de los cielos...