En ocasiones se usa la expresión “católicos abiertos” para contraponerla a “católicos cerrados”.
Los primeros, según quienes usan este tipo de expresiones, serían aquellos católicos que rompen esquemas rígidos, que no se aferran a dogmas como si fueran inmodificables, que tienen libertad para poner en discusión las enseñanzas del Papa y de los obispos, que piensan por su cuenta, más allá de las fronteras estrechas de catecismos y concilios.
Los “católicos cerrados”, según quienes usan tales fórmulas, serían aquellos católicos que no ponen en discusión la doctrina oficial, que acogen plenamente las enseñanzas del Papa y de los obispos, que no tienen la capacidad de poner en duda lo que consideran como dogma, como revelado, como patrimonio acogido por la Iglesia a lo largo de los siglos.
Esta contraposición, sin embargo, supone que hay diversas maneras de ser católicos, cuando en realidad sólo es posible ser católicos de una única manera: la de quienes aceptan plenamente la Revelación de Dios, tal y como la acoge, protege y enseña la Iglesia (el Papa y los obispos que están unidos al Papa y entre sí).
Fuera de esa perspectiva un bautizado deja de ser católico. Por lo mismo, no es auténtico católico, por ejemplo, quien asume ideologías que promueven el odio de clases, o el racismo, o el desprecio hacia otros seres humanos. Tampoco es auténtico católico quien defiende el aborto, o quien promueve la venganza como si fuese algo aceptable, o quien niega la indisolubilidad del matrimonio, o quien rechaza la existencia del demonio y del infierno.
La lista de ideas y doctrinas que se oponen a la fe católica es muy larga. Existen muchos modos de salir del redil de Cristo, de romper con la unidad de la Iglesia. Quien actúa fuera de su identidad de creyente, podrá ser presentado como “abierto”, cuando en realidad es simplemente alguien que ha perdido un don maravilloso ofrecido por Dios porque prefirió un día buscarse cisternas rotas que no pueden contentar su corazón (cf. Jer 2,13).
La distinción entre católicos abiertos y cerrados es, por lo tanto, engañosa. El uso de esas etiquetas busca presentar como mejores a los que avanzan hacia la pérdida de su fe, y como peores a los que viven dentro del redil de Cristo (cf. Jn 10,1-16).
La realidad es precisamente la opuesta: un católico que piensa fuera de la “regla de la fe” se cierra a la gracia, queda prisionero de la mentalidad del mundo, rompe la unidad de los creyentes. En cambio, un católico que vive según la doctrina recibida, se abre plenamente a la gracia, acoge el regalo de Dios, permanece dentro de la Iglesia y se une plenamente a sus hermanos.
Sólo desde esa actitud de acogida y de apertura a Dios es posible que haya un solo rebaño y un solo pastor, porque se escucha la única palabra que salva: la que viene del Padre a través de su Hijo en el Espíritu Santo.