¡Que mueran los curas!
En este mundo matraca parece que estamos obligados a despertar cada día sabiendo que los periódicos y la televisión nos presentarán un nuevo invento. Hoy será un shampoo que sirve también como pasta de dientes y puede degustarse como postre en la comida. Mañana, será un reloj de pulso con teléfono celular, marcapasos para los que padecen del corazón, banómetro y barómetro. Para el miércoles, nos tendrán preparada una máquina de coser, de baterías solares, que cosa ropa, y cueza huevos rancheros.
Ahora bien, así como las ciencias prácticas sufren de incontinencia electrónica y digitalizada; parece que, en el terreno de las ideologías todo está dicho, y no nos queda más remedio que cenar lo que sobró de la comida.
Aquí es donde nos encontramos con veinte siglos de refritos anticatólicos por parte de muchos Nerones que gozarían mandando de nuevo la Iglesia a las catacumbas. Todo esto, dicho sea de paso, no nos asusta ni nos daña a quienes fuimos formados en un ambiente anticlerical. Mi papá, durante una larga época de su vida fue “comecuras”, y dicho sea de paso era un hombre maravilloso, pero yo le salí sacerdote. . . ¡Lástima Margarito! No cabe duda que Dios sigue escribiendo derecho en renglones torcidos.
Pero no vayan a pensar ustedes que los anticlericales son desarrapados, sátrapas, sucios y malolientes. ¡No qué va! Entre ellos hay muy limpios, elegantes y letrados. A veces se encuentra gente que lee mucha ciencia y literatura. Se llaman cultos y sabios, aunque a veces sólo son aportadores de datos y formas bellas en el arte del decir. Haylos que tienen la inteligencia llena de ciencia fatua y el alma vacía, y sin faltar quienes, como diría mi buen amigo René Alonso: “se creen los hechos a mano”.
Alguna vez he pensado que lo que hace aborrecible la Religión para algunos, es su “sobrenaturalidad”, es decir, de todo aquello que se encuentra por encima de lo natural, y puedo suponer que quienes viven arrastrados por las pasiones bajas deben sentir odio a todo lo que los supera. Sin embargo, yo concuerdo con ellos en que los clérigos hemos de hablar exclusivamente de Dios.
Para entender esto en cabal justicia, convendrá repasar con pausa y atención los cuatro Evangelios, donde se nos narra la vida y predicación de Jesús, con sus claras y fuertes exigencias como por ejemplo cuando les echaba en cara a algunos su hipocresía y su ambición, pues habían perdido de vista que deberían vivir, y tratar a los demás, como lo que eran: hijos de Dios.
A lo largo de veinte siglos, la Iglesia, siguiendo el ejemplo de Jesús, de San Juan Bautista, de San Pablo, y muchos otros, ha tenido que enfrentarse a personas y sistemas poderosos, a los cuales no resulta raro verlos jugando sucio, comprando árbitros, y transmitiendo los partidos con sus propios locutores.
Conviene no perder de vista que, la Iglesia y el Estado son dos instituciones diversas, que se distinguen por sus objetivos propios, y sus medios específicos, por lo que su perfección está limitada a su respectiva esfera: “Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”. Pero son “complementarias” en servicio de la persona, pues ambas buscan que el hombre alcance su fin, una institución en el orden natural, y la otra en el sobrenatural, pero siempre entendiendo y respetando al hombre como una unidad.
Si entre mis lectores hubiera algún comecuras que se le antojara desayunar Padre Alejandro con pan tostado, le sugiero que pida alguna otra cosa más, porque soy flaco y de baja estatura, de lo contrario podría quedarse con hambre.