Tarde o temprano hemos de enfrentarnos a la desagradable experiencia de asistir a los velorios de amigos y parientes, y algún día también, al nuestro. Ahora bien, antes de que les toque a otros la suerte de sepultarnos, considero oportuno pensar cuál ha de ser nuestra actitud frente a los deudos del difunto en turno, toda vez que, con justa razón, pueden esperar algo de nosotros.
En los velorios, al igual que en el resto de nuestras actividades, hemos de preocuparnos de actuar con sentido común, y quienes tenemos fe en un Dios remunerador, que nos dará en la otra vida aquello que nos hayamos ganado en ésta, también habremos de echar mano del sentido sobrenatural.
La experiencia nos muestra que nunca faltan los imprudentes que, metiendo el dedo en la llaga de los familiares dolidos, suelen preguntar: ¿Y cómo murió?, ¿Y sufrió mucho?, ¿Y desde cuándo estaba así? y demás bobadas; consiguiendo redoblar el dolor de la pérdida, mientras desgastan las diezmadas energías que les restan, repitiendo “cansablemente” lo mismo.
También hay quienes, se dedican a relatar cómo fue la muerte de otras personas, como si esto pudiera servir de consuelo en su dolor, sin darse cuenta que, la única muerte que les interesa en ese momento, es la de su ser querido.
¡Con lo fácil que resulta callar!, sobre todo en momentos en los que un apretón de manos, un abrazo, o una mirada llena de ternura dicen tánto. Un corazón herido por un intenso dolor, ha de ser ungido con el aceite de la caridad más fina. Es más importante saberse acompañado en algo que todos saben pero resulta imposible de describir. En definitiva, hemos de procurar transmitir la empatía que nos permite sufrir con ellos, quizás no por haber perdido a esa persona determinada, pues probablemente nosotros no llegamos a tratarla, sino en cuanto que el dolor de nuestros amigos ha de ser nuestro, si no, no hay auténtica amistad.
Ahora bien, se me ocurrió preguntarle a una señora -muy linda persona por cierto- qué es lo que la confortó más cuando murió su marido, y su respuesta, palabras más, palabras menos, fue: “yo disfruté mucho todas las muestras de cariño de aquellos que se acercaron a mí en esos momentos tan duros, y en especial, lo que más me ayudó a soportar mi pena, era escuchar los favores que habían recibido de mi esposo”.
Quienes tenemos fe, sabemos que Dios escucha nuestras oraciones por los difuntos, de tal forma que rezando por ellos, algún día les oiremos decir: “Te lo agradezco en el alma”, y: “Te estaré eternamente agradecido”. Aunque probablemente la falta de práctica en la oración pudiera hacer pensar a alguien ¿qué es lo que conviene rezar? La respuesta podría ser: Lo que te sepas... Dios aborrece la burocracia.