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¿Qué hacemos con los hijos?

En las últimas semanas he tenido la oportunidad de escuchar a dos mamás contándome algo de su relación con los hijos y ello me motivo a abordar este tema. Una de ellas me decía que a veces se sentía confundida porque no sabía qué hacer, si dejarlos por imposibles o ponerles un castigo ante ciertas actitudes, que ellos adoptan frente a la opinión y voluntad de sus padres. La otra mamá me expresaba su malestar ante la ausencia de la hija, que por estudios había tenido que ir al extranjero. Estos son dos casos de los incontables que hoy día se presentan en la vida familiar, y frente a los cuales los padres de familia se sienten desorientados, confundidos y a veces sin medios para hacer lo más conveniente.

Quisiera, a través de esta reflexión, dar algunas sugerencias al respecto. Entre los modelos de padres de familia que encontramos hoy, sumidos en dificultad, podemos enumerar algunos: los papás autoritarios, que hacen que sus hijos crezcan inseguros, que estén en casa el menor tiempo posible, que no les cuenten lo que les pasa, que busquen un trabajo lo antes posible o que simplemente se vayan de casa; los papás ausentes, que dicen trabajar todo el día por el bien de los hijos, para darles lo que necesitan, que llegan a casa cansados con ganas de dormir y que se van temprano antes de que los hijos salgan para el colegio o la escuela; los papás que dejan toda la autoridad de la educación de los hijos en las mamás, que, según ellos, son los que los conocen y viven con ellos; los papás que llegan a casa con tragos de más, gritando contra todos, exigiendo y regañando y que han perdido el respeto de sus hijos.

Nos encontramos también con mamás que descargan sobre sus hijos los problemas conyugales; con mamás que, después de que los niños dejan de ser bebés y ya no los pueden o quieren cargar, los maltratan de palabra y de obra; con mamás que no se interesan por los problemas de sus hijas e hijos ni quieren escucharlos, pues ya tienen bastantes problemas con su padre o con los quehaceres de la casa; con mamá, que quisieran poner a sus hijos en bolsitas de plástico para que nada les haga daño o para tenerlos siempre con ellas; con mamás,  que, siempre que hablan con sus hijos, es para regañarlos o sermonearlos, etc.

Bueno, estos son algunos de los papás y mamás que o no saben qué hacer con los hijos o que hacen lo que no deben hacer. Entonces, ¿Qué hacemos con los hijos?

Lo primero que los hijos necesitan es amor. Y lo primero que se deben preguntar, tanto los papás como las mamás, es si sus hijos son fruto del amor; si no lo fueran, qué difícil será remediar ese problema. Si son fruto del amor, entonces hay que vigilar mucho para que los hijos puedan sentir  ese amor, experimentarlo en sus vidas, en todas las circunstancias, en las buenas y en las malas.

Junto con el amor, los hijos necesitan seguridad; claro que la seguridad no es posible sin amor, pero los papás deben hacerles sentir esa seguridad en el trato que les dan, en el interés que muestran por lo que les pasa, en el tiempo que les dedican, en el modo como les hablan, en los consejos que les dan. Esa seguridad es fruto de un amor que tiene claros los valores en que hay que educar a los hijos.

Y esto nos pone frente a otro aspecto de la vida de los hijos, que hay que cultivar: los valores; valores tales como el cariño, la obediencia, el respeto, el trabajo, la fe, el servicio, por nombrar algunos; valores que se enseñan de palabra y con el ejemplo. Hay un tiempo en que los papás son superhéroes para sus hijos y las mamás son lo máximo para ellos; ¿qué pasa después? Cuando los hijos ven que sus papás y mamás les enseñan una cosa y hacen otra, se derrumba su credibilidad y su autoridad. Y una de las razones de la pérdida de esta credibilidad es que el papá dice una cosa y la mamá dice otra, peor aún, se ponen a discutir entre ellos y no se ponen de acuerdo, o de la discusión pasan a las palabras ofensivas y así sucesivamente de mal en peor.

Y lo último que quisiera mencionar, en cuanto a qué hacer con los hijos, es que los papás y las mamás tengan bien claro, que sus hijos no son propiedad suya. Que los hijos y las hijas tienen su propia vida, su propia vocación, su propio futuro, sus propios derechos, y que los eduquen teniendo en cuenta todo esto. Que cuando llegue el día en que éstos sean ya mayores de edad y, por razón de trabajo, de estudios o de elección de estado o vocación, quieran dejar la casa, les den la bendición  con la satisfacción de que sus hijos ya se sienten responsables de su vida y los dejen marchar.