6 de junio de 2011.- En estos días, México está viviendo momentos cruciales para su futuro. Ello, porque se pretende aprobar una sorprendente reforma constitucional que aboga, como era de suponer, por los típicos “nuevos derechos” por todos conocidos. Esta modificación ya ha sido aprobada por el gobierno central, y para ser definitiva, debe recibir el visto bueno de un número determinado de Estados federales miembros. Pura casualidad, sin lugar a dudas.
De esta manera, según este proyecto, no deben existir discriminaciones de ninguna especie hacia las diversas “preferencias sexuales” (la única que parece importar hoy, incluso al margen y en completa oposición con otras libertades más fundamentales). En consecuencia, con ello todas las conductas en este orden debieran ser aceptadas (además de las ya conocidas: exhibicionismo, fetichismo, vouyerismo, sadismo, masoquismo, etc.), puesto que si de verdad nada es calificable de mejor o peor, todo vale.
Acorde con lo anterior, la mencionada reforma busca también monopolizar la educación sexual en manos del Estado, acabando así con esta área fundamental de la patria potestad, así como con la libertad de enseñanza. De este modo, (y en una línea casualmente muy similar a la que el derrotado PSOE pretende imponer en las escuelas de Andalucía), los niños serán “sexo-adoctrinados” desde prebásica. Y por supuesto, la objeción de conciencia se encuentra tolerantemente prohibida en estos asuntos.
En este mismo orden de cosas, se pretende, so excusa de “derechos reproductivos”, universalizar el aborto (siguiendo en esto el tenaz empeño de diversos organismos internacionales), para lo cual el nuevo texto sustituye la noción de “persona” por la de “individuo”, con lo que los miembros de la especie humana pasarían a tener el valor que les asignen las leyes, de acuerdo al gobierno de turno.
Como si fuera poco, y en consonancia con la destrucción de cualquier derecho fundamental que no acate este nuevo orden, se pretende imponer la tutela del Estado a las manifestaciones religiosas (judaísmo, cristianismo e islamismo, entre otras), e incluso, advierten algunos, se busca que los textos sagrados sean reescritos para adecuarlos a este pansexualismo que se nos quiere imponer.
Sin embargo, tal vez la mayor novedad en toda esta avasalladora arremetida ideológica, es que entrega tanto la consagración como la interpretación de estos “derechos humanos”, a documentos, organismos y cortes internacionales, con lo que además de todo lo dicho, México pierde soberanía en pos del “stablishment” internacional. Esto, además de ser completamente antidemocrático (al poder introducirse reformas al ordenamiento jurídico de espaldas e incluso en contra de la ciudadanía), abre las puertas a un poder que, además de difuso, se torna incontrolable.
Pura casualidad, sin lugar a dudas. A ver cuándo comenzamos a despertar.