La Comisión Teológica Internacional acaba de publicar el texto, fruto de muchos años de trabajo y del impulso de dos pontífices, “Hacia una ética universal: una nueva mirada sobre la ley natural” donde se estudia en profundidad y sintéticamente a la ley natural. El texto, articulado en cinco capítulos busca reivindicar el concepto de ley natural como fundamento común del diálogo moral en los seres humanos. Subraya la urgente necesidad de contar con parámetros objetivos y puntos de vista comunes, convergentes, para establecer una moral universal con bases sólidas, impermeable a manipulaciones o intereses de grupos particulares, que garantice la intangibilidad de determinados valores, para salvaguardar la dignidad humana, de forma que ésta no quede al arbitrio de modas superficiales, grupos de presión, ideologías o caprichos de autoridades prepotentes.
El punto de arranque es novedoso, ya que en su búsqueda de puntos en común y en su afán de tender puentes de contacto entre diversas tradiciones filosóficas y religiosas, hace un interesante repaso de las convergencias en materia ética que existen en algunas de las religiones más representativas de la humanidad: judaísmo, cristianismo, Islam, budismo, hinduismo, taoísmo y confusionismo, por citar algunas. Muestra como la idea de ley natural se gestó en la cultura grecorromana y ha pasado a formar parte del pensamiento clásico, que embona admirablemente con las tradiciones religiosas mencionadas anteriormente. Hacer el bien, evitar el mal, o la llamada “regla de oro”: “no hagas a otro lo que no te agradaría que te hicieran a ti” y en positivo, “todo aquello que quieran que les hagan los hombres, háganlo a los demás” constituyen un fundamento firme y un principio ético común de las diferentes tradiciones morales.
El documento prefiere no obviar las dificultades; más aún, el plantearlas le brinda ocasión de aclarar los conceptos. No ignora, por ejemplo, que realidades consideradas en el pasado como “de ley natural”, obedecían en cambio a condicionamientos culturales: la monarquía como forma de gobierno ideal, donde la autoridad viene de Dios mismo, o los esclavos por naturaleza de Aristóteles. Tampoco que han existido culturas que no guardan una sintonía moral con la mayoría de los pueblos: la poligamia o la existencia de la antropofagia en el pasado. Más que partir del caso problemático, es oportuno considerar la normalidad, las excepciones son excepciones, y pueden ser estudiadas sus causas y limitaciones.
Resulta interesante sin embargo como el texto sale al paso de interpretaciones erróneas de la ley natural, que son muchas veces las que han rechazado los enemigos de ella. Es decir, se trataría del rechazo de una visión errónea de la ley natural, la que generó su desprestigio. Verla como una especie de esencia, que debería ser conocida por todos y que se configura en forma de código o reglamento, es sin duda insuficiente. Más que algo “venido desde fuera” y por lo tanto impuesto y arbitrario, se trataría de la misma razón humana que en su vertiente práctica juzga lo que es bueno e intenta evitar lo malo. La razón humana es natural y en su ejercicio práctico espontáneamente busca el bien y evita el mal: el correcto ejercicio de esa razón es la ley natural, de forma que puede ir afinándose progresivamente, personal y culturalmente.
La noción de naturaleza es equívoca, una idea errónea de naturaleza es verla como algo estático: algo que tiene que ser así porque es natural. Así se contrapone racionalidad a naturaleza, olvidando que la razón es natural en el hombre. Esta consideración enfrentaría a la naturaleza con la técnica y la ciencia humanas. En efecto, el hombre con su razón rectifica, completa o perfecciona lo natural: la enfermedad es natural, pero no por eso es buena, la medicina artificial, pero no mala.
La ley natural ayuda a desenmascarar intenciones poco claras, o a descubrir los motivos últimos de las motivaciones morales, permitiendo discernir entre lo que es inmoral y lo que representa únicamente una gran incomodidad, o la necesidad de tener una conducta heroica. El valor de la verdad y el de la vida son siempre valores a defender aún a costa de una grave incomodidad. Es verdad que conductas erróneas pervierten el auténtico sentido moral, de forma que se dificulta su clara percepción, por eso el documento marca que la percepción de la ley natural es progresiva, también culturalmente, es decir, a nivel de la humanidad en su conjunto, por ejemplo: la abolición de la esclavitud, la igualdad de la mujer, el rechazo generalizado de la pena de muerte. La Declaración Universal de los Derechos del Hombre, de 1948, sería un claro paso adelante en este intento, pero actualmente no solo es insuficiente, sino que está en peligro debido a lecturas relativistas del documento. Todo ello nos invita a repensar y relanzar la noción de ley natural.
P. Mario Arroyo
Doctor en Filosofía por la Università della Santa Croce