Al amor, como a una cerámica, cuando se rompe, aunque se reconstruya, se le conocen las cicatrices.
Proverbio griego
¿Qué fue lo que prometimos?
Prometo serte fiel. Lo importante es saber traducir ese prometo serte fiel.
No nos referíamos solamente a la fidelidad en cuanto a que nunca
comenzaríamos una relación sentimental, seria o superficial con otra
persona, por un momento o para toda la vida. Significa muchísimo más.
Prometo llevar bien puesta la camiseta del equipo, tirar en la
misma direcci6n y defender nuestra portería. Lo nuestro. A veces me he
topado con un hombre o una mujer, que solo viendo cómo se comporta con
la persona a quien dice que ama, me dan ganas de preguntarle: ¿tú, para dónde tiras?
Si los dos tuvieran puesta la camiseta del mismo color y se pasaran el balón, meterían goles, alcanzarían metal, jugarían en equipo y así harían la vida más simple y tendrían la felicidad más a la mano.
Pero uno parece ser delantero de un equipo y el otro defensa del
contrario: se estorban en las jugadas, se cometen frecuentes faltas, se
ignoran. Algunos parecen estar buscando la tarjeta roja ¡después de
haber visto no una sino mil veces la amarilla!
Esto no debe suceder en el matrimonio. Amarse no es mirarse uno al otro. sino mirar en la misma dirección.
Tirar en la misma dirección. Amarse es tener una meta común y unos
mismos ideales, y eso debe reflejarse en los acontecimientos de la vida
diaria. Amarse es mirarse uno al otro con comprensión, respeto y con
capacidad incluso de diferir.
Prometo no bajarme del burro. Te explico de qué se trata: en
mis años de estudiante, paseaba en una ocasión por un pueblo de
Santander, en el norte de España, y me encontré a un pastor con quien
entablé una conversación debajo de un cobertizo, pues llovía a
cantaros. La recuerdo como una charla muy interesante. En un
determinado momento le pregunté cuántos años tenía de casado, a lo que
respondió: ¿Cómo ve, Padre? Tenemos treinta años de casados y no nos hemos bajado del burro.
La expresión realmente me encantó. Si él hubiese dicho, no nos hemos bajado del tren... o del caballo, hubiese sido diverso. El caballo sugiere libertad, velocidad, crines al viento... En cambio dijo: no nos hemos bajado del burro.
En el burro, como en el matrimonio, a veces se va hacia adelante, a
veces hacia atrás, a veces rebuznando... a veces, el animal, -me
refiero al burro- como que no se mueve. Así es en el matrimonio. A
veces para atrás, a veces para adelante, a veces rebuznando... pero
siempre los dos en el burro. ¿Qué importa por dónde y cuánto haya
costado mientras hayan ido juntos, en la misma dirección, apoyándose,
acompañándose, amándose?
Prometo buscar tu realización, tu felicidad. Si prometiste
serle fiel, te comprometiste a buscar su felicidad, ya que la fidelidad
no puede reducirse a no fallarle en el sentido de nunca enamorarte de
otra persona. Eso es más que nada una obligación, un requisito y algo
que deberían dar por supuesto.
Prometo serte fiel, es llenar las expectativas que tenian el uno sobre el otro cuando eran novios. Desde
que nos vimos y pensamos en unirnos para toda la vida, pensarnos que,
juntos seríamos felices y desparramaríamos esa felicidad en nuestros
hijos. Si queremos sernos fieles, tenernos que hacer realidad ese sueño
que tuvimos desde el inicio.
No voy a olvidar jamás esa escena de la película Los puentes de Madison en la que ya casi al final de la vida, el marido, muriendo en la cama, llama a su esposa y le dice más o menos lo siguiente:
- Fanny, yo sé que tenías tus propios sueños e ilusiones en la vida, perd6name por no haberlas hecho realidad.
La mujer simplemente lo beso en la frente e hizo un gesto de resignación.
Es tan fácil hacer felices a los demás cuando uno se lo propone,
que sinceramente, honestamente, para no lograrlo, se necesita ser de
verdad egoísta.
Cuando prometieron ser fieles, entre otras cosas, prometieron
buscar con tesón la felicidad del otro, pues la fidelidad no es sólo
cuidar que no haya engaños, sino que apunta a todo un proyecto de vida.
De hecho, y aunque no es el ideal, hay matrimonios en los que, uno de
los dos, por descuido, ha caído en una infidelidad. Pero como siempre
ha buscado hacer feliz al cónyuge, este error -por mas grave que sea-
no es más que una mancha en una pared llena de luz. Desde luego que no
es el caso de la persona descuidada, sensual, irresponsable, que
frecuenta ambientes inconvenientes y que trata con personas del sexo
opuesto sin ningún pudor y sin respeto. En una persona así, la caída
siempre será inminente e injustificada. El derrumbe comenzó desde que
se descuidó en su conducta ordinaria.
Prometo serte fiel es también cuidar el corazón. No permitir
que nada ni nadie le robe la Paz inicial. Prometieron luchar
especialmente cuando les vinieran a la cabeza Ideas rubias. La
fidelidad no es no meterse con otra persona, sino sobre todo cuidar el
corazón. Hay mucha gente que quizá jamás concretará una infidelidad
conyugal, sin embargo vive en una continua deslealtad al no cuidar el
corazón de cualquier amor que no sea su único y verdadero amor.
Prometo serte fiel, es decir, también, Prometo hablar
bien de ti. Lo que tenga que decirte, te lo diré a ti, para ayudarte,
con amor y por amor. No se lo diré a mi mama ni a mis hijos, menos a
mis amigos en un desayuno. Prometo hacer crecer tu fama dentro de lo
más íntimo que tenemos que son nuestros hijos, padres, hermanos y
también nuestros amigos. Me esforzare para que ellos siempre tengan una
buena imagen de ti. Sólo escucharán cosas positivas acerca de quién y
cómo eres tú. Estarán orgullosos de nosotros.
Finalmente, prometo serte fiel, ahora sí, significa que no to cambiaré por nadie. No te quiero para un amor intermitente u ocasional, ni como un amor de Paso.
Estas promesas que hicieron, además tienen dos especificaciones que
deben considerar como muy importantes y darles su sentido propio,
porque de verdad, parece que no todos las han entendido. Cuando se da
una infidelidad en el matrimonio por parte de quien sea, y el cónyuge
decide que esto es lo único que no esta dispuesto a perdonar, y que ahora sí se acabó todo, es simplemente porque no ha entendido qué fue lo que prometió. ¿Cuáles son esas dos especificaciones?
1. En lo próspero y en lo adverso.
Hay quienes creen que lo próspero es tener dinero mientras lo adverso se identifica con todo tipo de carencias económicas.
Muchas parejas tienen los recursos necesarios para vivir felices y
sin embargo no alcanzan la felicidad porque ésta se compone de muchos
otros factores que ellos no han logrado completar.
Lo próspero es efectivamente cuando todo va bien. Como se suele decir: viento en popa.
Hay algo de dinero, tienen su propia casa, no hay grandes intromisiones
de la suegra, siguen teniendo más o menos las mismas aficiones y casi
idénticos gustos, no se han desgastado con el tiempo, hay armonía,
diálogo, intimidad... ¡Ah, lo próspero! ¿Por qué no todo en la vida es
crecer? ¿Por qué no todo en este mundo camina hacia adelante sin más
complicaciones?
La respuesta es muy sencilla: los problemas y las dificultades
existen desde que aparecieron hombre y mujer sobre la tierra, y esta
vida simplemente no sería la misma si quisiéramos quitarle esta
contrapartida de la dificultad. Además no siempre está en nuestras
manos evitar algunas dificultades que se van suscitando en el camino,
pues muchas de ellas nos las imponen la sociedad, la cultura, el
entorno en el que nos movemos... Pero es interesante que sepan partir
de este presupuesto cuando piensan ya en el matrimonio y cuando están
por emitir estas promesas que los comprometen para siempre.
Cabe añadir que en el matrimonio, los problemas son una oportunidad
maravillosa de crecimiento. Este debe ser un camino de crecimiento, y
para eso necesitan aprovechar todas las oportunidades.
En el matrimonio, lo adverso puede ser: dificultades en el campo
económico, la pérdida del trabajo o el fracaso rotundo en el negocio,
la intromisión indeseada de algún familiar político en el propio hogar,
la llegada de los niños quizá demasiado rápida, la enfermedad de uno de
ellos que acusa gravedad... Y, ¿por qué no? el hecho mismo de que el
amor que sentían el uno por el otro ya no sea como era en el noviazgo,
o al inicio del matrimonio.
2. En la salud y en la enfermedad.
Prometo que en la salud, te aplaudiré, te proyectaré, te
acompañaré y apostaré por ti. No estaré celoso de tus triunfos, ni
permitiré que me afecte el que tú seas más que yo a los ojos de los
demás.
En la enfermedad, prometes que estarás a su lado. Pero cuando
prometiste esto, no te referías a enfermedades que se arreglan con un
suero ni aun con una enfermera de cabecera. Te referías a enfermedades
más profundas, más complicadas, con alcances más intensos, como el
alcoholismo, el desánimo, la pérdida del sentido de esta vida o
enfermedades del corazón o del carácter.
Tú un día puedes llegar a dejar de amarlo (la) y es entonces cuando
debes demostrarle que prometiste serle fiel. Es precisamente en estos
momentos -de enfermedad del corazón- cuando puedes probar tu fidelidad. Qué fácil era cuando todo marchaba bien, cuando parecían competir en el darse cariño.
La fidelidad se demuestra en la prueba y en el dolor, y quizá no
haya prueba más grande para una persona que ama de verdad, que el
sentir que no es correspondida y que no es amada con la misma
intensidad. Ante un problema de esta naturaleza, se puede reaccionar de
dos maneras: pagar con la misma moneda, que no será ni amor ni
fidelidad, o luchar con todo el corazón por recuperar ese amor que se
esta apagando o se ve casi perdido.
La fidelidad sólo acepta este segundo tipo de actitud. Si te pierdo, lucharé por reconquistarte; ése será mi programa.
Si la enfermedad es grave y llego incluso a perderte
definitivamente, seguiré siendo tuyo, y tú seguirás siendo parte de mi
proyecto de vida. El hecho de que uno de los dos haya fallado, no implica que el otro deba fallar también. Lucharé por reconquistarte,
como se ve en algunas películas o novelas, sólo que aquí es de verdad:
no hay actores ni música de fondo ni paisajes bonitos... sino
sacrificio, humillación y mucho valor para reconquistar el amor que una
vez iluminó la vida y del que surgió la familia que ya existe.
Recuerdo a ese general francés, que después de la segunda guerra
mundial fue requerido en el partido comunista. Con el aumento de sueldo
y por participar de tantos beneficios que le ofrecieron, abandonó a su
mujer de treinta y siete años, con siete hijos, y se marchó de la casa.
Lógicamente pronto encontró a otra y así continuaron sus vidas por
separado. Pasaron veinte años y dicho partido nunca terminó de
consolidarse bien, hasta que finalmente se disolvió. Machos que habían
gozado de los beneficios de la organización, pronto se vieron en la
calle, sin dinero, sin familia y sin amantes, que son las primeras en
irse cuando falta todo lo demás. Cansado, solo, ya acabado, vuelve un
día a su casa, toca la puerta y le abre su mujer. Una esposa también
cansada, que había sacado adelante a todos sus hijos, sola. Una madre
heroica.
- Quiero hablar contigo- le dice.
- Pasa- abre la puerta y dibuja en el aire con su mano el ademán de adelante.
Pero él se da cuenta de que está la mesa puesta con dos lugares, y titubeando le dice:
- Perdona, no quiero importunar, ¿estás esperando a alguien?
- Sí -responde segura y sin dejar de mirarlo a los ojos- desde hace veinte años todos los días la mesa ha estado puesta para dos, porque te sigo esperando.
Lo más probable es que los sentimientos de esta mujer no fuesen tan
favorables. Podemos incluso imaginar que ella hubiese querido golpearlo
o que debió azotarle la puerta al instante sin permitirle no sólo
entrar a la casa, sino tampoco entrar a un hogar que comenzaron los dos
pero que sólo ella de verdad construyó. Este relato no tendría ningún
valor si no fuera histórico.
Lo que lo hace grande es precisamente que sucedió. Es una mujer que
sacó adelante sola a siete hijos y que se sobrepuso al orgullo y a un
explicable rencor. Una de esas personas que tienen muy claro que el
matrimonio es para siempre. Ella quizás pensaba: él me dejó, pero yo no lo puedo dejar, porque Dios me lo dio, y por él tengo que responder. Ella sabía lo que era un compromiso con Dios, con un hombre y con unos hijos.
En una ocasión, una señora me vino a ver:
- Padre, mi único pecado es que odio a ni marido. Yo pensé: pequeño detalle.
- Me dejó hace cinco años. Ni quiero, ni puedo verlo.
Comprendí que la dificultad era muy grande y le ofrecí una solución más para ella misma que para su matrimonio:
- Señora, lo que usted necesita es un cambio de mentalidad.
Renueve el compromiso que hizo hace treinta años: rece por él, de vez
en cuando escríbale, preocúpese en la medida de sus posibilidades por
él, aunque ya nunca puedan volver a reunirse. Usted será más feliz
amando con un amor realmente heroico, que dando rienda suelta a odios
estériles. El amor siempre nos deja algo, nos lleva a algo, produce
algo. Del odio sólo germinan rencores, soberbias, impaciencias,
insatisfacciones y un sin número de frustraciones, pues nuestro corazón
fue hecho para amar. Ir en contra del amor es luchar contra nosotros
mismos.
Desgraciadamente muchos matrimonios se romperán porque nunca se
entendió que la fidelidad que se prometieron al inicio, debería ser,
como los mejores relojes, a toda prueba. Así es, a prueba de todo, incluidas la peor enfermedad, la más tremenda crisis y el más injusto adulterio
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