Cuando
dos jóvenes llegan al matrimonio, en realidad se conocen poco. Tal vez
ni se dan cuenta todavía de la magnitud de su amor.
El amor es una aventura que hay que descubrir y vivir cada día. Se
necesita ir creciendo juntos, madurando juntos, para hacer de ese tú y de ese yo un nosotros.
Esta interacción no se puede dar en el silencio.
Lo que no se vale:
* Platicar sólo lo que se refiere a problemas urgentes o superficiales.
* Intentar una conversación única, de una vez para siempre, y si no resulta como deseamos, pues ya se acabó el asunto.
Lo que sí se vale:
En lugar de poner (con su silencio) una piedra más en el muro que les pueda separar en determinado momento:
1. Vaya avanzando poco a poco en el conocimiento mutuo, a través
del entendimiento y la ayuda recíproca en las circunstancias de cada
día.
2. Cada vez que usted encuentre un aspecto nuevo en la
personalidad del cónyuge, sea cualidad, debilidad o defecto, hay que
sorprenderse, desde luego, pero en seguida vuelva a decir ese sí te acepto, que pronunció el día de la boda.
3. Hágase a la idea de que ama y acepta a su pareja tal como es, sin pretender hacerla a su modo y su medida.
4. Comuníquese con su pareja diciéndole lo que es, lo que piensa, lo que siente y lo que desea hacer.
5. Escuche atenta y comprensivamente lo que el otro le quiere comunicar.
6. Evite hablar -sin finalidad alguna- sólo por no quedarse callado.
7. Evite buscar los defectos del otro solo para decírselos en forma hiriente.
8. Evite desahogar su mal humor en su cónyuge, ya que con esto convertiría a su amor en un amor-tiguador.
9. Tenga una buena disposición para encontrar y aplicar diferentes
alternativas para el mismo problema antes de estallar contra su
familia; no busque culpables, busque soluciones.
10. Tenga mente positiva para escuchar realmente al otro con apertura y sin prejuicios, tal como él desea ser escuchado.
¿Que no hay temas por tratar?
Aquellas parejas que han llegado a esa crisis de silencio, dirán:
¿Cuáles son los temas de conversación entre nosotros? Absolutamente
todo lo que sucede en la vida es tema de conversación.
No hay que esperar acontecimientos extraordinarios para dialogar,
podemos empezar por nuestros deseos, ilusiones, problemas, triunfos,
economía, trabajo, hijos, diversiones, vacaciones y más.
Muchas veces los pequeños detalles de cada día son los que nos
permiten iniciar esa comunicación que nos hará descubrir en qué
fallamos o en qué estamos mejorando. En ocasiones, el gran obstáculo es
sencillamente la falta de ganas para platicar, porque hemos dejado
entrar en nosotros el resentimiento por tantas situaciones conflictivas
por las que hemos pasado y por tanto reproche mutuo.
Cuando es el disgusto lo que nos impide hablar, conviene tomar prácticamente todos esos motivos de enojo, amarrarlos en un paquete
y guardarlos en lo más escondido de nuestros sentimientos, sin ninguna
intención de sacarlos a relucir en cada momento. Una vez hecho esto,
entonces sí se puede abordar cualquier tema, por insignificante que
parezca, pero con la firme intención de hacer como que estamos
platicando con una persona amiga o con alguien a quien acabamos de
conocer, a fin de que no surjan - por ningún motivo - las
desavenencias.
En el momento en que pareciera surgir alguna de ellas, es mejor
abandonar rápidamente el diálogo, olvidar pronto el incidente y
volverlo a intentar en una mejor y pronta ocasión.
¡Ya es tiempo!
¡Ya es tiempo de reflexionar y de actuar! En realidad siempre es
tiempo de enderezar el rumbo, esté en la situación que esté, un
matrimonio tiene mucho que ganar si decide luchar y darle la pelea a la
crisis.
La recompensa es la felicidad conyugal, de los hijos y de quienes vivan cerca la familia.