Fuente: equipogama@arcol.org
Los
niños acaban de salir de la escuela. Corren, en grupos desorganizados,
hacia el parque. En un instante organizan sus juegos, en medio de un
griterío lleno de entusiasmo.
Juanito,
Sandra, Pepe, Alfonso, Felipe, Jimena, Marifer, corren entre los
árboles, saltan en los jardines. Cada uno se identifica por un nombre,
un mote, y unos apellidos. Cada uno tiene una historia, una vida
maravillosa, el cariño de sus padres. Cada uno fue un día (¿dejó alguna
vez de serlo?) producto de una concepción.
A
veces creemos que con el cambio de palabras podemos ocultar la
realidad. Pero el sol sigue brillando aunque nos pongamos gafas
cubiertas con 30 capas de papel aluminio. La luna existe aunque pase
por la dramática etapa de “cuarto creciente”. Y los papás saben que un
hijo, aunque sea llamado “producto de la concepción”, es siempre un
hijo...
Engañar
a la sociedad es posible: se ha hecho mil veces en el pasado, se hace
hoy y se hará mañana. Pero el engaño no cambia la realidad. Porque los
indígenas tenían alma, aunque algún cretino dijese que “tal vez no”...
Porque los hebreos tienen la misma dignidad que los arios, aunque
Hitler tuviese la mayoría de votos en un parlamento de mentiras. Porque
el rey está desnudo aunque nadie se atreva a decirlo. Porque el aborto
es y será un crimen, aunque sea defendido por quienes primero se
autodeclaran defensores de los derechos humanos y luego van contra el
derecho básico de la vida social: el derecho a la vida.
Por
más engaños y por más mentiras que nos repitan algunos personajes muy
respetables y decididos a que el aborto se convierta en un “derecho”,
nacen y nacerán miles y miles de hijos desde la misteriosa riqueza de
la sexualidad humana. Aunque sean llamados “productos”, aunque sean
despreciados por leyes inicuas, aunque sean olvidados por defensores de
la economía libre que están preocupados por el mercado de valores y se
olvidan que la justicia vale también para los pobres.
Juanito
acaba de resbalar. Su pantalón nuevo ha quedado marcado para siempre
con una “s” despiadada. Su madre, que acaba de llegar al parque para
recogerlo, no está preocupada por el pantalón, sino por esa sangre
fresca que brota desde la rodilla y baja poco a poco hacia el pie
derecho.
Ella
sabe que su hijo, un simple “producto de la concepción” según algunos,
es un ser maravilloso, un canto al futuro, una página de esperanza. Por
eso le limpiará la herida y lo tratará con ese cariño que tienen las
madres. Ellas saben ver más allá de las leyes creadas por ideologías
asesinas, porque reconocen, en cada hijo, una riqueza casi infinita de
alegría, de amor, de ternura eterna.
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