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Prioridad Apostólica: La Formación Permanente

Prioridad Apostólica: La Formación Permanente

1. Introducción.

Frente a la necesidad de hacer apostolado, como requisito connatural a la misión, y ante las menguadas fuerzas con las que cuenta la persona consagrada, no debemos perder de vista la necesidad de centrar nuestra vida en Cristo. “Sólo el conocimiento de ser objeto de un amor infinito puede ayudar a superar toda dificultad personal y del Instituto. Las personas consagradas no podrán ser creativas, capaces de renovar el Instituto y abrir nuevos caminos de pastoral, si no se sienten animadas por este amor. Este amor es el que les hace fuertes y audaces y el que les infunde valor y osadía.”

Es Él quien nos dará la fuerza para llevar adelante la formación apostólica tan necesaria para poder llevar a cabo le nueva evangelización en el siglo XXI. Si las religiosas quieren en verdad ayudar a la Iglesia en esta labor, deben tomar conciencia de las diversas situaciones y circunstancias a las que se enfrenta la mujer consagrada. Junto con la fuerza que viene de Cristo, es necesario estar preparada para enfrentar los retos. La actitud de preparación es una actitud que se viene recomendando vivamente a partir del Concilio Vaticano II y nace por la misión que las religiosas deben desempeñar en el mundo : “"Evangelizar", para la Iglesia, es llevar la Buena Nueva a todos los estratos de la humanidad y, gracias a su influjo, transformar desde dentro a la humanidad misma: criterios de juicio, valores determinantes, modos de vida, abriéndolos a una visión integral del hombre.”

La Buena Noticia que es la síntesis de todo apostolado, no se transmite por ósmosis. La misión debe penetrar el corazón y la conciencia de los individuos para transformarlos desde dentro. Por lo tanto el servicio de la evangelización que las religiosas hacen a la Iglesia y a los hombres, debe tener en cuenta también, ciertos elementos humanos para hacer que la transmisión del mensaje sea eficiente y de larga duración para el hombre. No podemos pensar por tanto que Dios hará su parte – sin duda que la hará-, sin la colaboración de los hombres. La gracia actúa sin violentar la libertad y en correspndencia a la apertura de mentes y de corazones. La religiosa tan sólo siembra para ayudar a abrir las mentes y los corazones a la Buena Nueva. La gracia hará lo demás. Este trabajo de abrir mentes y corazones requiere de una revisión constante de métodos y personas, o sea, de una formación permanente que permita a las religiosas adaptarse a las circunstancias y adaptar el carisma apostólico a las circunstancias.

Antes de seguir adelante en nuestra labor de profundización sobre la formación permanente, debe quedar claro que no es sólo la formación permanente la que dará a la religiosa la clave del éxito para el apostolado. El hombre se mueve a nivel de los medios, Dios lo hace a nivel de los fines. No son los muchos medios, la diversidad de técnicas, el estar al día en la pedagogía, la que abrirà las mentes y los corazones al mensaje de la salvación. Es Jesucristo, es su gracia la que lo harà. Sin duda laguna, valiéndose de las religiosas, como simples instrumentos. Esta confianza en el primado de la gracia para el apostolado, no debe llevar a la mujer consagrada a una actitud de desgana o de adocenamiento en la búsqueda de la salvación de las almas. Al contrario, sabemos que Dios lo harà todo, pero para hacerlo, cuenta, “tiene necesidad” de los medios que nosotros pongamos a disposición de la gracia. Esta actuarà a través de los medios, pues así Dios lo ha diseñado en la economía de la salvación. Si la gracia no encuentra los medios, la materia, será difícil que llegue a las almas y no conviene tentar a la Providencia, esperando los milagros para todo.

Esta combinación exacta entre gracia-trabajo, ha quedado escrita por Juan Pablo II al inicio del Tercer milenio: “Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, « no podemos hacer nada » (cf. Jn 15,5).”

Sin esta base firme, sin esta convicción profunda del primado de la gracia sobre el apostolado, se corre el gran riesgo de poner en último lugar aquello que debería ser lo esencial . Se piensa, a veces, que la esencia de la vida religiosa es el apostolado, el trabajo por los demás, el salir al paso frente a las necesidades más urgentes del mundo. La actividad, sin interioridad va apoderándose de la vida del hombre, al grado que éste llega a someter la vida toda al apostolado, siendo que el apostolado debería ser la expresiòn de la “vida”. Y la vida para el consagrado no es más que el seguimiento de Cristo. “A lo largo de los siglos nunca han faltado hombres y mujeres que, dóciles a la llamada del Padre y a la moción del Espíritu, han elegido este camino de especial seguimiento de Cristo, para dedicarse a El con corazón « indiviso »”.

Las consecuencias de no apuntalar el apostolado en la vida de gracia puede llevar a las religiosas a perder el “norte” de su vida, y dedicarse más a la acción que a la vida interior, con el peligro de convertir el apostolado en voluntariado, siendo que el apostolado debería ser una expresión, entre otras muchas, del amor a Cristo. Así lo atestiguaba ya Juan Pablo II en 1983: “En muchos casos parece ser que el apostolado o el ministerio pudieran haber eclipsado otros valores. Vuestro empeño (de obispos) para los religiosos y las religiosas de vuestras diócesis, debe tener en cuenta todos los diversos aspectos de esta teología.”

Muchas veces los valores humanos en el apostolado prevalecen sobre otros, diluyendo aquél que debería ser el primer valor, como es el amor a Cristo expresado en el prójimo. A veces, no hay que olvidarlo, la religiosa es también persona humana y participa del pecado original, por lo que, no pocas veces, se deja llevar en el apostolado por un excesivo afàn de protagonismo, máxime en estos tiempos, en los que por la falta de personal consagrado, es requerida para desempeñar diversidad de labores, haciéndose consciente que sin su labor, el futuro de la Congregación puede estar en peligro.

Para mantener un adecuado balance entre el binomio apostolado-gracia, la religiosa debe recurrir a la fuente de la gracia, y como un medio muy adecuado tiene a su disposición la oración. Siendo la oración “una íntima relación de amistad que esencialmente consiste en el amor” , la religiosa encontrará en este medio la forma más adecuada para amar a Dios y de ahí partir para amar al prójimo en el apostolado. “La oración y la contemplación son el lugar de la acogida de la Palabra de Dios y, a la vez, ellas mismas surgen de la escucha de la Palabra. Sin una vida interior de amor que atrae a sí al Verbo, al Padre, al Espíritu (cf. Jn 14, 23) no puede haber mirada de fe; en consecuencia, la propia vida pierde gradualmente el sentido, el rostro de los hermanos se hace opaco y es imposible descubrir en ellos el rostro de Cristo, los acontecimientos de la historia quedan ambiguos cuando no privados de esperanza, la misión apostólica y caritativa degenera en una actividad dispersiva.” Conviene detenernos por tanto un momento en la oración, antes de seguir el desarrollo de nuestro artículo.

2. La oracion y el apostolado.

“Como el Padre envió al Hijo, así el Hijo envió a los Apóstoles (cf. Jn., 20,21), diciendo: "Id y enseñad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo" (Mt., 28,19-20). Este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad salvadora, la Iglesia lo recibió de los Apóstoles con la encomienda de llevarla hasta el fin de la tierra (cf. Act., 1,8). De aquí que haga suyas las palabras del Apóstol: " ¡Ay de mí si no evangelizara! " (1Cor., 9,16), por lo que se preocupa incansablemente de enviar evangelizadores hasta que queden plenamente establecidas nuevas Iglesias y éstas continúen la obra evangelizadora.” “Aunque a todo discípulo de Cristo incumbe el deber de propagar la fe según su condición, Cristo Señor, de entre los discípulos, llama siempre a los que quiere para que lo acompañen y los envía a predicar a las gentes. Por lo cual, por medio del Espíritu Santo, que distribuye los carismas según quiere para común utilidad, inspira la vocación misionera en el corazón de cada uno y suscita al mismo tiempo en la Iglesia institutos, que reciben como misión propia el deber de la evangelización, que pertenece a toda la Iglesia.”

Debemos comprender y tener claro el concepto de apostolado. No se “hace apostolado” como quién ejecuta una acción en un tiempo y en un espacio determinado. Fuera de ese tiempo y esa acción cesaría el apostolado. Por lo tanto, podemos afirmar que no se hace apostolado, sino que se es apóstol, si por apostolado entendemos una misión de salvación. . Dios llama a los religiosos a entregar su vida por amor a Cristo, para seguirlo en una forma íntima y radical. La misión no es más que la expresión de este amor. De ahí que “se es apóstol” y no “se hace apostolado”; pues la persona por la profesión religiosa, queda toda consagrada a Dios, y no únicamente sus acciones. “La llamada de Cristo que es la expresión de una amor redentor, abarca a toda la persona, espíritu y cuerpo, sea hombre o mujer, en su unico e irrepetible “yo” personal . Por lo tanto, si las acciones pertenenecen a la persona, todo lo que la religiosa haga, sienta o actúe, le pertenecerá a Dios, al haberse consagrado a su servicio.

Para dar una mejor repuesta a Cristo, la religiosa debe vivir centrada en la oración pues es ahí el lugar en donde El la llama y en donde ella da una respuesta. Es ahí donde Dios le hace ver la urgencia de la misión y le da unos medios – el carisma del instituto – para mejor responder a la salvación de las almas. Lo importante no es aplicar con eficacia, metodologìa y exactitud las normas y las directrices dictados por la Congregaciòn para el apostolado. El primer paso será el amor total a dichas normas, pudiendo decir entonces que la medida de la eficacia en el apostolado será la medida del amor que se tenga a todas las indicaciones del apostolado. Es en la oración donde este amor se caldea y se foguea, pues el amor no puede aprenderse, sino que debe vivirse.

Sin una postura de oración , sin una disposición para convertirse en una persona orante que lleve a la oración el apostolado y que de la oración saque las fuerzas para el apostolado, haciendo de la vida una unidad, la religiosa corre el peligro de convertir el apostolado en una actividad, en un voluntariado horizontalista con tintes de beneficencia, corriendo el riesgo de diluir su vocación, que es vocación al Amor, y no una vocación al amor social. “La fuerza de transformación que encierra el espíritu de: las Bienaventuranzas, penetrando dinámicamente la vida de los religiosos, caracteriza su vocación y su misión. Ellos consideran como primera bienaventuranza y "liberación" el encuentro con Cristo, pobre entre los pobres, atestiguando que creen realmente en la presencia del Reino de Dios por encima de las cosas terrestres y en las exigencias supremas del mismo.
Habiendo aclarado la estrecha unión que debe existir entre oración y apostolado , revisaremos ahora sí, algunos conceptos relativos a la formación permanente y al apostolado.

3. Algunas ideas relativas a la formación permanente.

Mas que dar un concepto o una serie de definiciones , es conveniente que reflexionemos sobre la íntima unión que debe existir entre apostolado y formación permanente.

En uno de nuestros artículos anteriores , hablamos de la necesidad de formar un corazón apostólico. Son muchos los factores que nos obligan a estar constantemente revisando nuestras formas apostólicas. Trataré de elencar algunas de ellas y demostrar su íntima relación con la formación permanente. Pero antes, como es lógico, se impone conocer algunas ideas sobre la así llamada formación permanente.

Si hemos asegurado en el capítulo anterior de este artículo, que la religiosa, no hace apostolado, sino que es apóstol , debemos suponer, por la consagración de toda su persona , que todo su actuar redunda o debe de redundar en el apostolado. Por lo tanto, todas sus actividades son apostolado. No dudamos, como también señalamos al inicio del artículo, de la eficiencia de la gracia, pero es conveniente, ofrecer a la gracia los mejores medios, que en el caso que estamos tratando, serán las actividades apostólicas de la religiosa. Para ofrecer a la gracia mejores actividades apostólicas, deberá verificar que está utilizando los mejores medios. Este esfuerzo por utilizar los mejores medios, es lo que lleva a la religiosa a un proceso constante de formación, para adquirir nuevos medios o perfeccionar los ya utilizados. Se habla entonces, de una formación permanente, originada, por la misma dinámica de la vida religiosa.

La llamada de Dios, no se reduce a un momento de la historia personal. “La formación continuada, está motivada, primero por la iniciativa de Dios, que llama a cada uno de los suyos en todos los momentos y en circunstancias nuevas” . El llamado es constante, como constante son los cambios en la persona. Estos cambios, inciden en el comportamiento de la persona, en su modo de actuar, de percibir la realidad, y por ende, en el apostolado. La persona, si no quiere permanecer aferrada a viejos hábitos o percepciones, tiene que adecuarse a este nuevo llamado de Dios. Si la religiosa es fiel a Dios, El se encarga de irla purificando en su camino del seguimiento de Cristo. Le hará ver sus apegos, sus hábitos de vida. La formación permanente, en este caso, es lograr saber arrancarse de esas posturas, hábitos, para pasar a aquellos mas perfectos a los que Dios la está llamando.

Este aspecto, toca íntimamente, un campo de la formación permanente, que es el campo espiritual. La persona en el apostolado, aprende a actuar más por amor, que por criterios de eficacia humana. Aprende a confiar más en Dios, que en los medios de la técnica, cualquiera que esta sea (psicológica, sociología, administración del personal, etc). Aprende a trabajar sólo de cara a Dios y no de cara a los hombres, ni siquiera de cara a sus superiores. Por tanto, requiere una adaptación continua a lo que Dios le pide en su espíritu. Si es dócil y quiere agradar a Dios, irá cambiando. Él la irá formando para trasformarla más en Cristo. En este caso, la formación permanente no es sino adecuarse a las peticiones y mociones del Espíritu, que redundarán en beneficio del apostolado.

La formación permanente, es también necesaria, pues el mundo cambia en forma vertiginosa. No es necesario ahondar en este punto. Basta sólo echar una ojeada a los avances técnicos y científicos: lo que hoy aparece como una novedad, el día de mañana es asimilado por el mundo, que lo hace parte de la cultura, con las consecuencias que sobre la moral y la religión puedan tener. Si la persona consagrada, no se da cuenta de ello y no va al paso de los cambios, no para asimilarse a ellos, diluyendo su identidad religiosa, sino precisamente, para permear de valores evangélicos esos cambios, si no lo hace, corre el peligro de quedar desfasada y de no entender el mundo que cambia., ni de ser entendida por el mundo. Aquí, la formación permanente, tomará el cariz de una actualización constante, y de un estudio sobre cómo aplicar las mejores técnicas de transmisión de valores cristianos a los cambios constantes y veloces de la sociedad.

Otro punto también de suma importancia que explica la necesidad de la formación permanente para el apostolado es la vida de la Congregación. “Un Instituto, tal como lo ha querido su Fundador..”. .
Esta coherencia y unidad interna no significa estar alejados de los cambios que el mundo sufre. Dios suscita el carisma en un tiempo determinado pero sin por ello fijarle un límite de permanencia en la historia, pues recordando lo que decía Pablo VI, los institutos religiosos florecerán y tendrán vigor, mientras permanezca y aliente en ellos el espíritu del Fundador. Este espíritu será el que haga ver a los miembros la oportunidad de validez y la actualidad que tiene el Instituto, para salir al paso de las nuevas necesidades que surgen con el paso del tiempo.

Es claro que esta capacidad de discernimiento no podrá llevarse a cabo si los miembros del Instituto, permanecen anclados al pasado o no son capaces de ponerse al día, mediante una formación adecuada. “Seguir a Cristo significa, ponerse en marcha, evitar la esclerotización y el anquilosamiento, para ser capaz de dar un testimonio vivo y verdadero del Reino de Dios en este mundo”

El contenido de la formación permanente debe ser un proceso global que abarca todos los aspectos de la persona de la religiosa. A saber:

a) La vida según el Espíritu o espiritualidad. Hemos mencionado la importancia que tiene la oración en el apostolado. Formación permanente como prioridad apostólica significará en este campo crecer en el amor de Dios, conversando con El respondiendo al amor que El ha tenido por nosotros. Y un medio privilegiado para crecer en el amor será la oración. Quien se contenta con una vida de oración sin profundizar vitalmente en la relación con Dios corre el peligro de convertir el apostolado en un trabajo asalariado donde la paga es la comida y hospedaje. Para que el apostolado sea de empuje, vigoroso, realmente fuego de la presencia de Dios entre los hombres, es necesario que esté alimentado con la oración. La formación permanente no será tan solo asistir a ejercicios espirituales anuales sino aprovechar la oración diaria para crecer en el amor de Dios. Este amor vendrá a reflejarse en el apostolado en la medida que el alma se deje guiar por el Espíritu en la oración. “Caminar desde Cristo significa reencontrar el primer amor, el destello inspirador con que se comenzó el seguimiento. Suya es la primacía del amor. El seguimiento es sólo la respuesta de amor al amor de Dios. Si «nosotros amamos» es «porque Él nos ha amado primero» (1Jn 4, 10.19). Eso significa reconocer su amor personal con aquel íntimo conocimiento que hacía decir al apóstol Pablo: «Cristo me ha amado y ha dado su vida por mí» (Ga 2, 20).”

b) La actualización de los métodos y de los contenidos de las actividades pastorales en concordancia con el magisterio de la Iglesia.
Una adecuada actualización no significa necesariamente la renuncia a los métodos y contenidos de la actividad pastoral, sino más bien una labor profunda de discernimiento y distinguir bien entre los fines y los medios. Entre éstos se deberá hacer una valoración para conocer aquellos y cambiar aquellos que ya se han vuelto obsoletos, aquellos que pueden adaptarse y aquellos que deben renovarse y ser cambiados por otros. Pero para realizar esta labor de discernimiento se requiere tener la formación adecuada para llevarla a cabo: tener un conocimiento teórico y práctico de la finalidad y de la espiritualidad del Instituto. Conocer perfectamente los métodos pastorales, tanto los antiguos como los nuevos. Conocer la historia de los apostolados y valorar el papel que han jugado los diversos métodos aplicados. Proyectar los nuevos métodos en base a resultados alcanzados en otra obra de apostolado. Conocer las personas involucradas en los apostolados.

Y para lograr todo esto se necesitará un trabajo de formación permanente, que le permita a la religiosa realizar el discernimiento para adecuar los métodos y los contenidos de las actividades pastorales del Instituto. Muchas congregaciones han visto perderse obras de apostolado por una escasa formación permanente, pues se dieron primero a la tarea de innovar antes que a la de formar.

c) Otro contenido de la formación permanente, será la actualización doctrinal y profesional, que pueden incluir entre otros, los siguientes campos: la profundización bíblica, filosófica y teológica, el estudio d los documentos del magisterio universal y particular, un mejor conocimiento de las culturas de los lugares en donde se vive y se trabaja, así como la actualización profesional y técnica.

Permítaseme dos comentarios al respecto. Parecería que formación permanente, en este rubro, hubiese significado atiborrar las bibliotecas de las comunidades religiosas de cuanta novedad publican las casas editoriales, sin discriminación alguna. Se olvida, por tanto, de lo esencial, del Magisterio de la Iglesia, cuyos documentos ponen al alcance de la religiosa, los fundamentos para entender los cambios del mundo y las adaptaciones necesarias que deben realizarse. Hay religiosas que son expertos en autores de dudosa ortodoxia y que no han leído ningún documento del Magisterio, si no es que referido por los autores antes citados. “Hoy más que nunca, frente a repetidos empujes centrífugos que ponen en duda principios fundamentales de la fe y de la moral católica, las personas consagradas y sus instituciones están llamadas a dar pruebas de unidad sin fisuras en torno al Magisterio de la Iglesia, haciéndose portavoces convencidos y alegres delante de todos.”

Por otra parte, la formación permanente, para adquirir un mejor conocimiento de las culturas, de los lugares donde se vive y se trabaja, así como la actualización profesional y técnica, ha originado en muchas religiosas, un apasionado estudio por la Psicología. Adelante con estos estudios siempre y cuando, no se les quiera sustituir, como explicación a todo fenómeno, por la filosofía y la teología. No hay oposición entre unas y otras, mientras la Psicología, esté sanamente fundamentada en una Antropología cristiana, abierta al Trascendente y que no niegue la libertad del hombre y la capacidad para autodeterminarse

d) Un último campo, es la fidelidad al propio carisma, que se adquiere por un “conocimiento siempre mejor del Fundador, de la historia del Instituto, de su Espíritu, de su Misión, y un esfuerzo correlativo, por vivirlo personal y comunitariamente”

Quien es fiel a la Espiritualidad propia, sabrá encontrar la forma, siempre nueva, de adaptar el Carisma del Fundador a los tiempos y necesidades del momento. Esta fidelidad conlleva, el estudio personal del Carisma, para luego llevarlo a la vida. Sólo de esta forma, será la religiosa, capaz de infundir vida a su labor apostólica.

Bibliografía y documentos:
Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Caminar desde Cristo, 19.5.2002, n. 22
Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Instrucción: Religiosos y promoción humana, 28.4.1978, introducción.
Juan Pablo II, Carta apostólica Novo millennio Ineunte, 6.1.2001, n.38
Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita Consecrata, 25.3.1996, n 1
Juan Pablo II, Carta “On April 3” a los obispos de los Estados Unidos de América, 22.2.1989, Apostolado – Teología.
Sta. Teresa de Avila, Vida, VIII, n.5 “Castillo Interior”, morada IV, c.1,n.7
Conregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Caminar desde Cristo, 19.5.2002, n.25
Pablo VI, Constitución apostólica Lumen Gentium, 21.11.1964, n.17
Pablo VI, DecretoAd Gentes, 7.12.1965, n. 23
Conregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Potissimum institutioni, 2.2.1990, n 8: En la base de toda consagración religiosa, hay un llamamiento de Dios, sólo se explica por el amor que El tiene a la persona llamada. Este amor es absolutamente gratuito, personal y único. Abarca toda la persona hasta tal punto que esta ya no se pertenece, sino que pertenece a Cristo.4 Reviste también el carácter de una alianza. La mirada que Jesús dirigió al joven rico expresa este carácter: « poniendo en él los ojos le amó » (Mc 10, 21). El don del Espíritu lo significa y lo expresa. Ese don compromete a toda la persona a quien Dios llama al seguimiento de Cristo por la práctica de los consejos evangélicos de castidad, de pobreza y de obediencia. Es « un don divino que la Iglesia ha recibido de su Señor y que, con su gracia, conserva fielmente ».5 Y por esto « la norma última de la vida religiosa » es «el seguimiento de Cristo tal como se propone en el Evangelio ».
Juan Pablo II, Exhortación apostólica Redeptionis Donum, 25.3.1984, n.3
Conregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Religiosos y Promoción humana, 28.4.1978, n. 15
Germán Sánchez, “La formación de un corazón apostólico”, en Catholic.net, enero de 2004.
Conregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Potissimum institutioni, 2.2.1990, n, n. 67
Pablo VI, Decreto Perfectae Caritatis, 28.10.1965, n.2d: “Promuevan los Institutos entre sus miembros un conocimiento adecuado de las condiciones de los hombres y de los tiempos y de las necesidades de la Iglesia, de suerte que, juzgando prudentemente a la luz de la fe las circunstancias del mundo de hoy y abrasados de celo apostólico, puedan prestar a los hombres una ayuda más eficaz”.
Derecho Canónico, Canon 578: “Todos han de observar con fidelidad la mente y propósitos de los fundadores, corroborados por la autoridad eclesiástica competente, acerca de la naturaleza, fin, espíritu y carácter de cada instituto, así como también sus sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio del istituto.”
Conregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Potissimum institutioni, 2.2.1990, n 67
Antonio Furioli, Preghiera e contemplazione mística, Marietti 1820, Genova, 2001, p. 80
Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Caminar desde Cristo,19.5.2002, n 22.
Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Caminar desde Cristo,19.5.2002, n 32
Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Potissimum institutioni, 2.2.1990