Tan atrapados vivimos los humanos por lo inmediato y lo contingente, que acabamos por perder de vista el rumbo y la meta definitiva de nuestra existencia.
Las ocupaciones y preocupaciones materiales, nos agobian insistentemente y hacen que nos repleguemos al pequeño mundo de lo cotidiano y de lo efímero. Prestamos tanto interés y atención a lo que traemos entre manos, que nos falta el tiempo y sosiego necesarios para orientarnos bien en la vida y calibrar lo que es verdaderamente importante.
La mayoría pasamos la vida entretenidos en cosas fútiles y baladíes que nos privan del tiempo de reflexión para ver hacia donde vamos y qué hacemos en la vida.
La existencia humana no es otra cosa que un devenir continuo e imparable. Moverse, agitarse y pasar hacia un más allá que no comprendemos. Es el “ panta rei” de la filosofía griega. Todo fluye, todo pasa, nada es estable, nada es duradero.
Bien nos lo recuerda la liturgia de la Iglesia en el tiempo del Adviento. Somos peregrinos, caminantes, que vamos al encuentro del Señor. Dios es nuestra meta definitiva. De él venimos, de él somos, y hacia él nos dirigimos.
La finalidad que se propone la Iglesia en este tiempo de adviento, no es otra que alertarnos para que nos preparemos al encuentro –¡el más importante de nuestra vida¡- con Dios.
“Preparad el camino. El Señor vendrá” nos recuerda insistentemente la liturgia de estos días.”Vigilad ,porque no sabéis ni el momento ni la hora”,nos advierte Jesús en su Evangelio.
A todos nos conviene no echar en saco roto la advertencia divina.