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Predicatore

A veces, cuando debo dar una conferencia o una clase, cuyo tema no domino, le rezo a san Antonio de Padua y le pido que me preste su lengua para que yo pueda hablar bien. Otras veces, cuando veo que el auditorio está disperso, le pido a san Antonio que me obtenga de Dios el favor de predicar de tal manera que pueda lograr la atención de los oyentes para mover sus corazones y provocar su conversión. San Antonio, el gran predicador, nunca me ha fallado; y ¡cómo habría de fallarme si su ministerio entre los franciscanos siempre fue el de predicar! ¡Ah, San Antonio, il Predicatore, prega per me! le diría yo en italiano si estuviera en Roma, pero aquí en México pocos días hay en los que no le diga: ¡Oh, san Antonio, el Predicador, ora por mí!
 
Eso de voltear de cabeza su figura es una banalidad que en nada conviene, ni para quien lo hace; pues el novio que suelen pedirle a san Antonio puede resultarles malo, o el esposo puede ser irresponsable y golpeador; ni para el gran santo y predicador de Padua ni para el crecimiento en la Fe, que tanta falta nos hace. Eso de buscar magia en lo sagrado no va con Dios ni con sus amigos los santos.

En cambio, dado que nuestro san Antonio es el Santo Patrono de las cosas perdidas, y dado que suele encontrarlas para quien con devoción se lo pide, y como entre lo perdido se cuentan a veces la salud, amor, economía, prestigio, amistad, paz, alegría, y tantas de esas cosas que aunque no se ven, duele perderlas, san Antonio es el gran aliado para, al fin, recuperarlas.

Sé de una oración infalible para encontrar eso que no se ve, y también lo que se ve, sé y me consta que al momento aparecen las llaves que estaban perdidas, el celular que no aparece, la cartera que se salió del bolsillo y… bueno, todo lo que suele perderse... Esta oración la conozco por herencia de un sacerdote, el Padre Francisco Boluda, quien ahora goza de la presencia del Señor, pero que en vida la enseñó a quienes nos la han heredado. Sin magias ni cosas raras, y sí con devoción y fe, la oración dice:
“San Antonio de Padua, que en Padua naciste, que en Lisboa te criaste, y en el templo de nuestro señor Jesucristo predicaste; y estando predicando, oíste una voz que te decía: -Beato Antonio, Beato Antonio, a tu padre lo llevan a ahorcar-, y del susto que tomaste, el breviario perdiste, y el niño Jesús se lo vino a encontrar; y dijiste -Señor, tres cosas me has de dar: sea lo perdido encontrado, lo olvidado acordado y lo lejano acercado. Y para esto, cuatro señas me has de dar: perros ladrar, niños llorar, gallos cantar, puertas abrir y cerrar-”.

Esta oración se reza tres veces agregando al final de cada una tres padres nuestros, tres aves marías y tres glorias. No son pocas las ocasiones en las que antes de terminar se escucha alguna de las tres señas y luego las cosas aparecen o regresan o recordamos dónde están.

La Provincia Franciscana de san Pedro y san Pablo, de Michoacán, acaba de publicar con la editorial Buenaventura, los “Sermones de San Antonio de Padua, obra completa” en tres tomos, obra que es, de suyo, un documento valiosísimo, pues además de que son escritos que datan de hace casi 800 años, permiten constatar que San Antonio era, en efecto, un gran Predicatore.

He tomado de sus sermones, una parte en la que explica la insistencia en la oración:

 “Yo les digo: -Pidan y se les dará-. Dice el profeta Sacarías: -Pidan al Señor la lluvia de la tarde, y el Señor les enviará la nieve; y les enviará lluvia abundante, para que florezca la hierba en el campo de cada uno-. En la nieve, que es cándida y fría, está indicada la pureza de la castidad; en la lluvia abundante, la devoción acompañada de las lágrimas; en la hierba, la compasión por las necesidades de los demás, que siempre debe ser lozana en el campo de nuestro corazón. Estas tres cosas debemos pedir al Señor, no por anticipado, o sea, en primer lugar, sino al menos por la tarde, o sea, en segundo lugar, porque ante todo, deberíamos buscar el reino de Dios y su justicia. Los mundanos piden por anticipado las cosas terrenas, y por último las eternas, mientras, ante todo, deberían comenzar del Cielo, donde esta nuestro tesoro, y allí debería estar nuestro corazón, y también nuestra petición”.