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Personas e instituciones

Muy sabio el adagio latino: Humanum est errare. Equivocarse es propio de los hombres. Nadie se rasga las vestiduras por encontrar fallos de comportamiento, como se dice vulgarmente, entre las mejores familias.

La sabiduría divina en el Evangelio nos dejó unas normas de conducta válidas para todos los hombres y para todos los tiempos: “No juzguéis y no seréis juzgados...El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”.

Estas evidencias se olvidan con harta frecuencia. Muchos se dejan llevar por sus prejuicios, por sus simpatías o antipatías y sobre todo por sus intereses.¡ Qué difícil la profesión de juez¡. En casos públicos y notorios cada uno tiende a erigirse en juez infalible e inapelable del comportamiento ajeno. Muy peligroso e injusto.

Lo peor de todo es englobar, involucrar, condenar, por los fallos de uno o varios individuos, a toda la institución o colectivo a la que pertenecen. Injusticia mayúscula. Tales casos se dan, por ejemplo, en la Iglesia, en los Gobiernos, en los jueces, en los políticos, en la Guardia Civil y en casi todos los colectivos sin excepción. Injusticia suprema.

Toda prudencia, comprensión y tolerancia serán pocas para saber distinguir entre las personas y los colectivos a que pertenecen. Sólo Dios es justo y el único juez infalible e inapelable de todos.