Permitamos Que Brille La Estrella
Balaam, del que nos habla el Libro de los Números, es un profeta contratado por los enemigos de Israel para que maldiga a este pueblo, y así poder vencerlo. Balaam en la Historia Sagrada representa el fruto del cálculo de los hombres para que no se realicen los planes de Dios. Pero, al mismo tiempo, Balaam es el triunfo de Dios sobre los cálculos de los hombres, sobre el modo en el cual los seres humanos consideramos las cosas.
Nos narra la Escritura que cuando Balaam maldice al pueblo de Israel, un ángel se le aparece, pero sólo el burro en el que él va montado lo puede ver. Y aunque el profeta intenta que el burro siga caminando, no lo logra pues el burro está muy asustado. De pronto Baalam también ve al ángel y dice: ¡Cómo es posible que un animal haya visto lo que yo no veía! Esto hace que él reflexione y cambie. Y en vez de hacer una profecía de maldición, hace una profecía de bendición: "Qué hermosas son tus tiendas, son como extensos valles, como jardines junto al río".
Al ver que Balaam sin pertenecer al pueblo de Israel y sin ser profeta ungido en Israel es capaz de verse a sí mismo como vocero de la Palabra de Dios al pueblo de Israel, nosotros tendríamos que ser capaces de preguntarnos si ante Cristo que viene estamos poniendo una especie de barrera con nuestros cálculos, o si por el contrario, nuestra vida se abre a lo que Jesucristo nos pide. Si la mayoría de las veces vemos perfectamente lo que Cristo nos está pidiendo, ¿por qué razón no lo hacemos?
El Evangelio de San Mateo nos habla de una pregunta que los fariseos le hacen a Cristo, con la que quieren ponerle una trampa: "¿Con qué derecho haces todas estas cosas? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?”. A la que Jesús les responde: “Yo también les voy a hacer una pregunta, y si me la responden, les diré con qué autoridad hago lo que hago. ¿De dónde venía el bautismo de Juan, del cielo o de la tierra?”. Con esa pregunta Jesucristo está pidiéndoles a los fariseos que sean capaces de reconocer en su corazón dónde está la verdad y dónde la mentira. Los fariseos, aunque conocían la respuesta, y sabían que reconocer a Juan era también reconocer a Cristo como Mesías, prefieren quedarse con la mentira, porque si no, el pueblo que tenía a Juan como profeta, se les echaría encima. Y, entonces, contestan: “No lo sabemos”.
De esta misma manera nuestra vida pueda cerrarse sobre sí misma y buscar mil caminos para no abrirse a lo que Dios nos va pidiendo. Quizá nuestra existencia, como apóstoles dentro de la Iglesia, pueda estar calculando y midiendo la entrega. Podríamos estar refugiándonos en nuestra psicología, en nuestras ocupaciones o en nuestra situación particular, o podríamos estar haciéndolo en la última profecía que hace el profeta Balaam. "Lo veo pero no en el presente, lo contemplo pero no cercano”.
¿Es así nuestra vida? ¿El cetro de Israel, el predominio de Cristo sobre nuestra existencia, todavía no está cercano? ¿Lo veo pero lejano? ¿Qué obstáculo le estamos poniendo a ese levantarse de la estrella de Cristo sobre nuestra vida? ¿Dónde está la dificultad para permitir que su estrella ilumine nuestro corazón? Yo les invito a que cada uno reflexione con mucha seriedad: ¿Dónde me estoy refugiando? ¿Por qué no permito que brille la estrella de la que habla el Libro de los Números?
¿Podríamos afirmar que hace un año esa estrella brillaba en nosotros menos que ahora? ¿Nuestro corazón estaba menos enamorado de Cristo que hoy? ¿Nuestra libertad estaba menos comprometida? ¿En estos 12 meses hemos crecido en compromiso con Nuestro Señor? ¿Nos hemos enamorado más de esa estrella que brilla en nuestra existencia? ¿Nos hemos arraigado más a Cristo que se levanta sobre nuestras vidas? ¿O hemos permanecido en la indiferencia, en un ofrecimiento a medias, en una entrega calculada, en una menor fidelidad, en un menor amor? Recordemos que la respuesta de Cristo a los fariseos fue muy dura: “Pues yo tampoco les digo con qué autoridad hago lo que hago”.
Este reconocer a Cristo como estrella de nuestra existencia, este aceptar el cetro de Cristo sobre nuestras vidas supone exigencias y reclamos en muchos ámbitos de nuestra vida; supone el ser capaces de modificar, señalar, indicar, iluminar numerosos aspectos de nuestra existencia de una forma distinta, sin duda de una forma más dura, más recia, más firme.
¿Somos capaces de llegar a tocar lo que Cristo quiere para nosotros y abrazarnos a ello con un grandísimo amor? ¿Somos capaces de decir: “Señor, esto me pides, y de esto me voy a enamorar”? ¿O vemos qué es lo que Dios dice, y calculamos, medimos las distancias y decimos: “hasta aquí nada más..., sólo este trocito..., únicamente esta parte..., no todo...”?
¿Vamos nosotros a permitir que brille la estrella de Cristo como Él quiere que brille? O Nuestro Señor va a tener que mirarnos con desilusión y decirnos: Pues tampoco yo les digo..., porque mientras no te atrevas a reconocerme como la estrella de tu vida, como el enviado de Dios para tu vida, no te lo puedo decir pues no me vas a entender, no me lo vas a aceptar. Necesito que abras tu corazón, tu alma, tu conciencia a la posibilidad de reconocerme como tu único Señor, tu verdadero Salvador. Entonces sí te podré decir quien soy yo, más aún, me reconocerás inmediatamente, sin ningún problema, sin ninguna duda.
Que en esta Navidad toda la luz que empieza a haber en las casas, en las calles y en las tiendas, también brille en nuestro corazón. Y que la estrella de la que habla Balaam resplandezca en cada una de nuestras vidas para que podamos decir: “Señor, en esta Navidad te reconocí, te encontré, te vi, pude hacer la experiencia de tu Encarnación por amor a mí y a cada uno de mis hermanos”.
Números: 24, 2-7; 15-17
San Mateo: 21, 23-27