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Peor que la blasfemia

Para una persona educada en los valores democráticos del respeto a la opinión de los demás , la blasfemia es algo inadmisible. Quien carece de respeto a los sentimientos ajenos es un demócrata de pacotilla. El injuriar el nombre de Dios, de la Virgen o de los Santos descalifica a quien se precie de demócrata y nada digamos, de cristiano.

 

Ahora bien, hay otra manera mucho más solapada y peor que la blasfemia y es la indiferencia gélida, constante y pública de los que prescinden radicalmente en sus vidas de cualquier relación con el Ser Supremo.

El blasfemo arremete, en su ignorancia y vesania contra la imagen distorsionada que tiene del verdadero Dios, atribuyéndole ser el causante del mal existente, que no comprende. Dentro de su equivocado proceder, al menos cuenta con la existencia de AQUEL , a quien, quizás acuda más tarde, arrepentido. No así el radical indiferente, asimilado al ateo confeso, que permanece hasta el fin de su vida ajeno a la realidad trascendente. Rechacemos al blasfemo,  pero compadezcamos no menos al ateo práctico  indiferente.