He de confesar que cada día me impacta más enfrentarme a la “amoralización” de la sociedad. Desde siempre y por siempre han existido y existirán los inmorales es decir, aquellas personas cuya conducta va contra los principios morales -aquellos que se portan mal- pero, al fin y al cabo, dándose cuenta de ello. Sin embargo, basta escuchar un rato la radio a cualquier hora, para oír comentarios donde se mencionan ejemplos de desordenes morales a los cuales se les ha ido otorgando carta de nacionalidad. Tal parece que actualmente los únicos que tienen la capacidad de realizar actos inmorales son los asaltantes, los secuestradores, los narcotraficantes y los políticos.
Vivir en adulterio; decir malas palabras o desnudarse ante las cámaras de televisión o en un estadio; tener relaciones prematrimoniales; abortar; ganar dinero a través de publicidad pornográfica; publicar todo, de todos, sin respetar la intimidad; revelarse en contra de los padres de familia o faltar al respeto a los mayores; llevar una relación homosexual o lesbiánica; drogarse; burlarse de la religiosidad de la gente; hacer bromas pesadas a través de llamadas telefónicas que se trasmiten por radio, sin previo aviso de tales circunstancias a los interesados; y otros extravíos “ya no son pecados”. Es más, el mismo concepto de pecado se encuentra arrumbado en el rincón de las cosas inservibles esperando que llegue el día para venderlo, a uno de esos comerciantes que compran de todo por kilo, para rematarlo en los barrios pobres. (No sé por qué, pero me da la impresión de, quienes piensan así, son esas personas que se hablan de tú con las mayúsculas).
Quizás sea éste un buen momento para plantearnos si la moral sigue sirviendo, o también ha llegado el momento de deshacernos de ella, para poder vivir tranquilos sin fantasmas o inquietudes que nos espanten el sueño.
Uno de los errores más generalizados consiste en pensar que la moral es un asunto inventado y comercializado por la religión, y para ser más concretos, por los ministros de los diversos cultos, estableciendo, con ello, un sistema de control sobre sus fieles, en un régimen amenazador de castigos y escarmientos temporales y eternos. ¡Uy, qué susto se llevó el miedo! La verdad es que todo lo anterior no debería extrañarme, pues no podría ser de otra manera dado que tenemos un poco más de dos siglos de influencia liberal.
Conviene dejar claro que “liberal” y “libertad” no son lo mismo; pues la corriente liberal afirma que la esencia del hombre es la libertad, y si bien es cierto que, por naturaleza, el hombre es un ser libre, no deja de ser hombre cuando su libertad está restringida. La libertad es una característica fundamental de la perfección humana, pero en la cárcel, o en un campo de concentración, el ser humano sigue siendo hombre. Además la libertad absoluta e ilimitada es imposible. El universo con sus leyes me limitan, es más, mi misma naturaleza no me permite hacer todo lo que los demás seres hacen: como por ejemplo volar imitando a las aves, pues carezco de alas.
Ya sé que puedo usar aparatos para volar, pero entonces estaré limitado por el uso de algún combustible... pero también lo puedo comprar. Sí, pero necesariamente llegará el momento en que lo consuma y tendré que comprar más, además estaré sujeto a las leyes internacionales de aeronáutica, y a las condiciones del clima... en definitiva...: no soy pájaro, y si lo fuera, no podría hacer lo que como hombre hago.
Sin moral el comercio sería siempre un medio de explotación; la política sería mucho más peligrosa; la autoridad siempre terminaría en dictadura; la medicina en simple comercio; la familia dejaría de ser eso; la educación no pasaría de instrucción; la verdad y la mentira tendrían el mismo valor. Sin moral todo orden legal se vendría abajo; dejaría de existir la decencia y, por lo mismo, la gente decente. Sin moral la mujer pasaría de persona a objeto de placer; la sexualidad pedería su dignidad; la paternidad y la maternidad se reducirían a un conjunto de obligaciones molestas. Sin moral no habría diferencia entre noviazgo y promiscuidad. Sin moral, ninguna guerra sería injusta, y si lo fuera, no sería mala, pues la maldad y la bondad son conceptos morales, no jurídicos.
A los detractores de la moral les recomendaría considerar que la moral pueda ser el mismo fundamento de la civilización y acabar con ella traería consecuencias nefastas, como lo estamos constatando. La moral está siendo condenada a muerte... ¿Habrá, acaso, algún abogado que esté dispuesto a defenderla?