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Padres que consienten a sus hijos

  “El verdadero amor no consiste en ceder siempre, en ser blando, en la mera dulzura”, dice el Cardenal Ratzinger, actual Benedicto XVI, y continúa: “la ira no necesariamente debe ser opuesta al amor. Un padre no cumpliría con su obligación y deseo de amar, si por ponérselo más fácil al otro, no interviniera a veces críticamente en su vida, no lo corrigiera. Sabemos que, a menudo, a los niños a los que se les ha consentido, al final no logran salir adelante, porque no han aprendido a disciplinarse a sí mismos, a situarse en el buen camino” (Dios y el mundo, p. 173).

  

La famosa María Antonieta, fue hija de padres consentidores. María Antonieta, esposa de Luis XVI de Francia, nació en Viena en 1755. Fue hija del emperador de Alemania Francisco I y de la reina de Austria María Teresa. Su educación fue algo descuidada, se caracterizó por la ligereza y el capricho. De niña tiene como hogar una corte imperial; cuando adolescente, una corona; cuando joven esposa, la riqueza, el poder y un corazón aturdido que no pregunta por el precio y valor de estos dones.

 

Su esposo subió al trono cuando ella contaba 19 años. Siendo ya reina, el poco cuidado que ponía en la selección de sus amistades le creó problemas. Manejaba al rey a su antojo. Su esposo llevaba una política blanda y complaciente.

  

Durante años, la vida la mima y halaga, hasta que un día, una crueldad refinada la deja caer a un miserable calabozo, desde la simpatía universal al odio. Durante los primeros treinta años, de los treinta y ocho que vivió, recorrió su camino trivial, jamás sobrepasó la común medida. Nunca tuvo la curiosidad de interrogarse acerca de su propio ser antes de que el destino le planteara la cuestión. 

 

La tensión trágica no se produce sólo por la desmesurada magnitud de una figura, sino que se da también por la desarmonía entre una criatura humana y su destino. Se da cuando un hombre superior se encuentra en pugna con el mundo que le rodea. También surge lo trágico cuando una naturaleza de término medio, o quizá débil, le toca en suerte un inmenso destino, responsabilidades que la aplastan. Pero a veces el destino lanza al hombre medio por encima de su propia medianía; la vida de maría Antonieta es quizá el ejemplo más claro que la historia nos ofrece de ello.

  

Un carácter medio necesita ser arrojado fuera de sí mismo, para llegar a ser todo lo que es capaz de ser, acaso más de los que sospechaba y sabía antes. De tiempo en tiempo aparece un héroe insignificante para probar que también, con una materia bronca, se puede obtener el efecto más alto. A fuerza de martillazos extrae de sí dureza y dignidad. Con espanto, en medio de sus tormentos, reconoce, por fin, la transformación operada en su ser. Precisamente entonces, cuando termina el poder exterior, comprende que algo nuevo se inicia dentro de ella, cosa que no hubiera sido posible sin el crisol de la prueba. “Es en la desgracia donde más se experimenta lo que uno es”, dice al final de su vida.

  

Todo el odio de la revolución se volcó sobre ella. El 16 de octubre de 1793 fue condenada a la pena capital.