La recomendación evangélica “es preciso orar siempre y no desfallecer”(Lc 18,11) con frecuencia resulta excesiva o inalcanzable, incluso a personas de gran fe y practicantes. Piensan que Dios exige dedicarle un tiempo, modo y lugar, exclusivo y propio de almas consagradas y contemplativas. Nada de eso.
Una madre está amando siempre a su hijo, no sólo con palabras y gestos, sino con la vida toda. He aquí la clave.
S. Basilio dice: “La persona que se porta bien, ora sin cesar; su vida es una continua oración” y S.Agustín enseñó que “orar siempre es hacerlo todo para agradar a Dios”.”Para los santos el mismo sueño, dice S. Jerónimo, es oración”.
La gran maestra de la vida espiritual, Sta. Teresa de Jesús hablando de la oración mental dice:”Oración mental no es otra cosa que tratar de amistad a solas con quien sabemos que nos ama”
Según estos santos Dios no nos pide imposibles. Podemos y debemos orar siempre. Si no con palabras, sí con nuestra mente y nuestra vida entera. Basta estar unido a Dios por
su gracia santificante. Ofrecerle con mucho amor todo lo que constituye el entramado cotidiano de nuestra vida y ponernos totalmente en sus manos de Padre. Esto es todo.