No se entiende bien el revuelo que ha producido en ciertos ambientes la publicación de la nota del Vaticano, Congregación de la Doctrina de la Fe, presidida por el cardenal Ratzinger, sobre la recomendación a los políticos católicos para que no voten leyes que admitan como matrimonios las uniones homosexuales.
Para una persona medianamente informada, nada nuevo se dice en tal nota. A partir de la constante enseñanza del Magisterio eclesial , reafirmada con la publicación del Catecismo de la
Iglesia Católica, en 1992 por Juan Pablo II, nada ha cambiado, ni puede cambiar en este campo.
No vale rasgarse las vestiduras, apelando a los presuntos derechos de las personas homosexuales. Las leyes podrán regularizar los efectos civiles, nunca la licitud y moralidad de tales parejas. El matrimonio es una institución de un varón y una mujer, célula reproductora de la sociedad. Las uniones homosexuales son nocivas e inmorales. Los derechos de los niños adoptandos , son siempre prioritarios sobre los de las parejas.
Dado el desmadre actual , donde se hace caso omiso de los referentes éticos de las personas, la
Iglesia católica presta este insustituible servicio al bien común de la entera sociedad.