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Monjitas

Resulta de lo más cursi y empalagoso el escuchar o leer en los medios de comunicación, al dirigirse a las religiosas, el término “monjitas”. Esta palabra, así en diminutivo, tiene resabios de un cierto paternalismo trasnochado, propio de otros tiempos. Además de expresar una notoria simpatía, no exenta, por lo general, de cierto infantilismo, ingenuidad o protección hacia ellas, -cariño mal entendido-, se las venía considerando como personas frágiles, inferiores, o ajenas a los problemas humanos y sociales del mundo en que vivían.

Los tiempos han cambiado. En nuestra sociedad igualatoria, hasta las chicas de 13 y 14 años, desean ser tratadas como personas adultas. No soportan las discriminaciones nominales, que pueden indicar inferioridad, infantilismo o proteccionismo. Pues bien, parece que el único colectivo social a quien se sigue aún discriminando con el diminutivo, es el de las monjas, religiosas, hermanas o consagradas a Dios.

A nadie-en ningún medio- se le ocurre escribir o decir públicamente por ejemplo: las maestritas, las viuditas, las mediquitas, las empleaditas etc... Sólo a las monjas.¿Por qué, si ellas mismas lo rechazan?

En el fondo es que existe un gran desconocimiento de lo que son, hacen y representan las monjas en la sociedad actual y en la Iglesia. Están tan capacitadas o más como cualquier otro colectivo social por su titulación, por sus puestos de responsabilidad, además de su ejemplo y santidad para ser tratadas como personas adultas. Menos, pues, diminutivos de “monjitas” y más consideración humana, religiosa y social.