En medio de tanto desasosiego, de tantas tensiones y de tantas noticias de alguna manera preocupantes, llega Mayo, el mes consagrado a nuestra Madre la Virgen María y con él las palabras que los mexicanos recordamos muy bien, cuando nos encontramos angustiados y preocupados: “Hijo ¿qué no estoy yo aquí, que soy tu madre?” y esto cobra una gran importancia en momentos como los que atravesamos, pues no podemos tampoco olvidar que es María, la gran intercesora y el conducto por excelencia por el cual nos llegan a los seres humanos de todos los tiempos y de todas las razas, las bendiciones y las gracias que nuestro Padre Eterno, Nuestro Salvador y el Espíritu Santo quieren otorgarnos, por nuestra condición de hijos y por ser parte de la llamada “Iglesia Militante” que es la que aún peregrina en esta Tierra.
En tiempos como estos no podemos olvidar tampoco el enorme poder de la oración dicha y sentida con Fe profunda, con certeza en la esperanza y con la seguridad de que Dios mismo nos escucha y de hecho está ansioso de que al volver nuestros ojos a Él tengamos la confianza filial de pedirle su amparo y bendición.
No hay crisis financiera, económica o epidémica, que la Fe verdadera en Jesús y en María, corredentora con Él del mundo, no puedan vencer; solo es necesario que tengamos presente que las adversidades son “los tramos de avance” las “oportunidades para crecer espiritualmente” y también las “ocasiones para probar nuestras aseveraciones y oraciones cuando decimos: Jesús yo confío en Ti”. Efectivamente, el católico de Fe madura, sabe que tiene que hacer todo lo que a él corresponda para solventar la situación, para trabajar con mayor entrega, para cuidar su salud, para procurar mejores condiciones para los demás, pero también sabe, que no está solo, que no lucha en desventaja, sabe que cada día al encomendarse a Dios, tiene de Él su bendición, su apoyo, su consejo y desde luego la multiplicación de sus esfuerzos para alcanzar lo bueno y el bien.
Si tan solo los creyentes creyeran, sin dudar nada, los hombres y mujeres de Fe seríamos como un faro en medio de la acometida bravía de la tormenta de la incertidumbre y la desazón, de la angustia y de la preocupación, que en mucho son la causa eficiente de la ansiedad y de la desesperación, la cual supone una de las peores ofensas de un bautizado a su Dios y Creador, al suponer que éste lo ha dejado solo, lo ha abandonado a su suerte y a las circunstancias. No, nuestro Dios, que es AMOR, es un Dios activo, presente y aliado de los esfuerzos del creyente y María nuestra Madre, es precisamente eso, nuestra incondicional intercesora y procuradora de las gracias de su Hijo y del propio Dios Padre; ella representa y encarna nuestra esperanza y nuestra seguridad de que nunca jamás estaremos solos; que no hay un corazón que se levante y vuelva los ojos a ella, que no encuentre comprensión, consuelo y certeza de que las cosas, como dicen siempre nuestras madres, cada día irán mejor, porque ¡Dios proveerá!.
Si ahora, por la razón que se quiera, ya no es posible o ya no se practica la hermosa devoción en las iglesias de por las tardes de mayo, llevar a los niños a ofrecer flores a María, con el rezo del Rosario, que no pase un día, en que cada uno de nosotros, en el templo de nuestro corazón y de nuestra mente, no le ofrezcamos la flor de nuestra confianza, en medio de la oración de un Rosario en este Mayo, para pedirle por nuestros esfuerzos, por nuestros seres queridos, por nuestros bienhechores y amigos y por nuestro México, nación conversa en la que ella encontró la Fe para recibirla y tenerla cerca, allá en el Cerro del Tepeyac y en la casa de la enorme mayoría de todos los mexicanos.