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María y la Santísima Trinidad

María y la Santísima Trinidad  

Este tema de gran actualidad, por estar en los albores del inicio de un nuevo milenio, nos presenta la oportunidad de conocer con más profundidad la relación que existe entre María Santísima y el misterio central de nuestra fe que es el de Dios Trino, entre aquella por quien nos vino la redención y de el creador de todo el universo. El Nuevo Milenio nos presenta la oportunidad de fortalecer la gracia de la conversión y replantear nuestra vida dentro de una perspectiva más evangélica, y para ello no hay nada mejor que proponernos el modelo que la misma Trinidad pensó desde toda la eternidad; María Santísima. Sin embargo el estudio y reflexión del misterio que envuelve a María y la Santísima Trinidad es tan complejo y maravilloso que se puede contemplar desde diferentes ópticas. En nuestras futuras reflexiones propondremos para nuestra contemplación algunos de los elementos que dan luz a este misterio y que seguramente nos ayudarán no solo a conocer y amar más a María Santísima, sino que viendo su relación y participación en el misterio Trinitario, seguramente nos sentiremos invitados a imitarla y a buscar vivir como ella un relación, íntima, profunda y personas con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Una de las grandes diferencias entre nuestro concepto de historia y el del mundo pagano es que a diferencia de que ellos la consideran circular, es decir que todo se vuelve a repetir, nosotros, gracias a la revelación, consideramos que la historia es lineal. Es decir que tuvo su principio en la creación del mundo y que esta llegará un día a su final. Es en este proceso lineal de la historia, en donde Dios va realizando la salvación de la humanidad. Este proyecto llega a su culmen, cuando al llegar la plenitud de los tiempos Dios envió, por medio del Espíritu Santo, a su único Hijo, para que todo el que crean en él tenga vida y la tenga en abundancia (cf. Gal 4,4; Jn 3,10; 10,10). En este proyecto salvífico y precisamente en el momento culminante de la Historia en donde María Santísima encuentra su puesto, ya que es por su medio como la Santísima Trinidad pone en acto el proyecto que culminará con nuestra vida en el cielo, siendo por ella que se encarna el Verbo. De esta manera María se convierte en el punto de intersección entre la línea vertical divina y la línea horizontal de nuestra historia. En otras palabras María es el nodo que enlaza de manera definitiva la historia humana con la Santísima Trinidad, de ahí su relación única con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Para seguir el orden lógico expuesto principalmente por el Concilio Vaticano II en el capitulo VIII la Lumen Gentium, es necesario hablar primero de la relación que tiene María Santísima con El Verbo, ya que es por medio de la Encarnación como queda unida e integrada totalmente al misterio no solo de la salvación sino de la Santísima Trinidad. Por medio de la Encarnación del Verbo, misterio y milagro que escapa totalmente a nuestra comprensión, el Verbo, espiritual y eterno con el Padre, comienza a ser una realidad corpórea y humana gracias a la cooperación gratuita y amorosa de María. En palabras de san Agustín diríamos, que el Verbo sin dejar de ser lo que era (Dios eterno con el Padre y el Espíritu Santo) comenzó a ser lo que no era (humano, igual en todo a nosotros, excepto en el pecado). Si alargamos un poco nuestra contemplación hasta el momento preciso de la encarnación podríamos gozarnos interiormente en este misterio por el cual el Eterno comienza a vivir y a crecer en el seno de María Santísima. Si todos los hombres, por el hecho de nuestra gestación quedamos unidos de manera inexplicable a nuestras madres, podemos en esta contemplación imaginar la unidad y trascendencia de la unión entre María y el Hijo de Dios que tomaba carne en su propia carne. El Vinculo entre María y el Verbo de Dios no es entonces únicamente corporal o espiritual, sino trascendente, de manera que si ella ya vivía y era una realidad en Dios, ahora Dios empieza a ser de manera sustancial, una realidad en ella. Este es uno de los misterios que fundamentan la fe cristiana, por eso es que ya desde los primeros credos la Iglesia proclamará la Encarnación del Verbo con las palabras: - Natus Ex María Virgine – Nacido de la Virgen María.

Uno de los temas que se discutirán desde los primeros siglos es precisamente la relación que existe entre María y Jesús. Para algunos, María será simplemente la madre del “hombre” Jesús, por lo que la identificarán como la “Cristo-tokos”, es decir la madre de Cristo. La Iglesia, se opondrá tenazmente a esta herejía, que dividirá la Iglesia por espacio de casi 6 siglos, y en el Concilio de Efeso en 431, en consenso con todos los padres de la Iglesia, será proclamada como la “Teotokos”, es decir como la Verdadera Madre de Dios, de acuerdo a la humanidad del Verbo. Como vemos, esta relación íntima de María con la encarnación del Verbo es el punto de partida para la validación de la humanidad de Cristo, ya que si Jesús no fue engendrado como todo un humando en el seno de María, entonces no es hombre como nosotros, y si no es hombre como nosotros no puede morir, y si no puede morir, entonces, como dice san Pablo, no pudo realizar la salvación y aun vivimos en pecado. Por ello, como ya decíamos, la unidad que existe entre María y Jesús no es simplemente material, sino incluso teológica ya que María es el punto de referencia para proclamar que Jesús es verdadero hombre.

Otro de los elementos fundamentales de la relación del Verbo con María Santísima es que ella, por la concepción virginal, es también el punto de referencia para afirmar que Jesús es verdaderamente el Verbo de Dios consustancial al Padre. Solo si la concepción de Jesús fue por obra del Espíritu Santo podemos afirmar que el Verbo se encarnó, y que sin dejar de ser lo que era, empezó a ser lo que no era. La Perpetua Virginidad de María Santísima es la prueba irrefutable de que Jesús no solo es hombre como nosotros, sino que siempre ha sido Dios con el Padre y el Espíritu Santo. En el momento de la concepción del Verbo, producto de la generosidad y de la fe total de María, la humanidad queda vinculada para siempre con la eternidad de Dios, pues ahora el Dios creador, espiritual y eterno, empieza a ser parte de nuestra humanidad; es por el “si”, lleno de amor de María, como entra en acto el último momento del proyecto salvífico de Dios, el cual alcanzará la plenitud en el evento pascual de Cristo, por su muerte y resurrección. María se convierte así en la Madre de Dios, no conforme a su eternidad, sino conforme a su humanidad y dado que la humanidad de Cristo, después de la resurrección se convierte en el Primogénito de la humanidad resucitada, la maternidad de María no resta en el tiempo, sino que se hace trascendente, pues aun durante su vida terrena después de la resurrección de Cristo, el vínculo de la maternidad del Verbo de Dios, la mantenía unida de manera trascendente con él, el cual vive eternamente a la derecha del Padre.

Como ya hemos dicho es partir de la encarnación como María queda unida por la maternidad a la segunda persona de la Trinidad. Esta unión maternal se prolonga, se acrecienta, madura y se transforma a lo largo de los años en los cuales fue, como todas las madre hebreas, la maestra de Jesús. Ella lo alimentó con su pecho, lo abrazó, y le dio el amor que todo humano necesita de sus madre y que hace del hijo como una prolongación del mismo ser de la madre. En Jesús, Maria podía ver sus mismas facciones, su misma sonrisa, su misma dulzura. Sin embargo, Dios, en su infinito misterio quiso asociar no solamente a María con su hijo en la maternidad sino en la obra redentora, por lo que, como nos lo muestran las Sagradas Escritura, María aparece en los momentos más importantes de la vida de Jesús en donde ella no tiene solamente un papel pasivo sino activo. Y así la vemos, después del nacimiento, en la presentación del Niño al Tempo, momento en el que los israelitas consagran a su primogénito para que sea propiedad exclusiva de Dios. En ese momento, María no solo acompaña a José, sino que al salir del Templo le anuncian que su misión será la de acompañar a Jesús en su obra redentora hasta la misma cruz. Posteriormente la vemos de nuevo en el Templo cuando Jesús a los 12 años empieza a ser “ciudadano” judío y permanece en el templo, mostrando a todos la sabiduría divina y si identidad de Hijo de Dios. Es a partir de ese momento que la maternidad de María se irá transformando de biológica en trascendente.

El proyecto de Dios para María va siempre más allá de lo que nuestras pobres mentes pueden entender. La relación que existe con Jesús llega a su culmen en dos momentos fundamentales de la vida de Cristo: las Bodas de Canán y la Crucifixión. Sabemos bien que todo nos viene de Dios y que todo lo que Dios nos da es para nuestro beneficio, sobre todo espiritual, sin embargo, debido a la relación materna y amorosa que existe entre Jesús y María, ésta es capaz de influir PODEROSAMENTE en el proyecto de Dios. Este es un misterio que no podemos entender pero que podemos comprobar en nuestras suplicas hechas a Dios a través de su madre y que quedaran patentes el las bodas de Canán. Por otro lado este evento, al inicio de la vida publica de Jesús, nos presenta a María como la nueva Eva, la mujer asociada al proyecto creador de Dios en la nueva economía de la salvación. En el pasaje narrado por san Juan, vemos como al terminar el relato, los dos son unidos teológicamente por el autor para ayudarnos a comprender hasta donde Dios tiene a María como el nudo que abraza el cielo con la tierra.

Uno de los momentos de mayor unión entre el hijo y la madre es precisamente el momento del sufrimiento, pues por esa unidad trascendente que se crea desde el seno materno, la madre es capaz de sentir y de alguna manera vivir con el hijo el momento de sufrimiento. Si esto lo podemos decir de manera ordinaria respecto a todas las madres del mundo, podemos considerar lo que ocurría en la crucifixión de Jesús. El evangelista san Juan nos dice que María estaba ahí presente, a su lado, sufriendo con él, ofreciéndose con él al Padre, animando a su hijo a culminar la obra que Dios le había pedido; Estaba de pie, como el sacerdote cuando ofrece la victima; estaba de pie diciéndole como Job: “tú me lo diste, tú me lo pediste, bendito seas Señor”. Esta unión entre el Hijo y la madre no era solo en María sino en el mismo Jesús; san Juan nos dice que Jesús vió a su madre. Con estas palabras el autor del 4º evangelio nos invita a contemplar la mirada de Jesús a María, mirada de amor, pero a la vez una profunda mirada de consuelo, como quien dijera, “no llores, estaré bien”. Dos almas y dos cuerpos, pero un solo corazón. La espada profetizada hacia 33 años hería el corazón de María, para que el sacrificio realizado por Jesús, fuera acompañado también del corazón de su Madre, de aquella que unida por la Trinidad a la obra redentora, moría de amor y de dolor, para así ser la primera, como dirá más adelante san Pablo, en completar en ella lo que faltó a la pasión de Cristo. Quedó de esta manera sellada para siempre la relación de María con la Santísima Trinidad, relación única e irrepetible.

Cuando seguimos de cerca al vida, la actuación y el papel de María en la Historia de la Salvación nos encontramos que ella es, si lo podemos llamar a si, el marco que encuadra el proyecto salvador de Dios y que conocemos como “Misterio Pascual” y que se refiere no solo a la muerte y resurrección de Cristo, sino incluso al envío del Espíritu Santo, con lo cual queda concluido el proyecto. De manera que podemos decir que el proyecto salvífico se realiza entre la concepción del Verbo y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, y es precisamente en estas dos escenas o momentos de la historia en donde María juega un papel fundamental. En el primero momento contemplamos a María, que es presentada por san Lucas como la llena de gracia, es decir la rebosante del espíritu de Dios. En esta primera escena que se lleva acabo en “la plenitud de los tiempos”, María no solo es visitada y habitada por el Espíritu sino que es fecundada por él. Lo más asombroso y único es que esta fecundidad no es de tipo intelectual o espiritual, sino que es una fecundidad física que hace que el Hijo de Dios, el Verbo Divino, la Segunda Persona de la Trinidad se encarne y tome un cuerpo humano. Por ello, y con mucha razón, ha sido considerado el Espíritu, como el Esposo de María Santísima, ya que es por su medio y acción que se realiza la concepción virginal de Jesús en el Seno de María.

El segundo momento culminante del proyecto salvífico de Dios se realiza en Pentecostés en donde de nuevo María tendrá también un papel fundamental. Ella, la Llena de Gracia, como lo han admitido los Padres de la Iglesia y la mayoría de los teólogos, llamaba con su oración al Esposo divino, quien siempre atento a la voz de su Esposa, la siempre Virgen María, viene y como en Canán, llena con el “Vino Nuevo” todos los corazones de los ahí reunidos. En muchos iconos podemos ver ilustrada esta idea, pues el autor, seguramente inspirado por Dios, presenta a María orando al centro de la Iglesia naciente formada por los apóstoles y los discípulos que oran junto con ella, y se aprecia sobre ella el fuego del espíritu que desciende sobre ella, y desde ella se reparten las lenguas de fuego a todos los presentes. Desde entonces la Iglesia reconoce que la continua intercesión de la Llena de Gracia, mantiene vivo el fuego del espíritu en los corazones de los que como ella, oran y buscan con todo su corazón hacer la voluntad de Dios. Y esto no quiere decir que es de ella de donde procede el Espíritu, sino que por la relación tan íntima que existe entre ella y la tercera persona de la Trinidad, que hace posible no la creación o la donación del Espíritu, sino la vitalización de la efusión original del bautismo. Pero también, es creencia de la Iglesia que es por la intercesión de María que el fuego del Espíritu, el Buen Vino, continua derramándose y esparciéndose por todo el mundo. María, la primera Evangelizadora, la que llevó por primera vez la noticia de la salvación y el Espíritu a su prima Isabel, continua por su intercesión esa realizando esa obra misionera dentro de la Iglesia. De manera que hablar de misiones, Espíritu y María, es hablar del mismo proyecto en la construcción del Reino.

Es tal la relación que existe entre el Espíritu Santo y María Santísima que a lo largo de la historia, y en la misma teología, se han visto en María muchas de las funciones que en el estricto sentido de la palabra corresponderían al Espíritu. Sin embargo por esta reilación esponsal que hay entre ellos, la Iglesia nunca ha dudado, que aunque la acción le sea propia al Espíritu, no tiene empacho en atribuírsela a la Santísima Virgen María. Esta entre otras, esta es la base de la poderosa intercesión de María. Cuando nosotros pedimos algo a través de María y recibimos la gracia, de manera habitual decimos que nos la concedió la Virgen. Esto como decíamos, en un sentido estricto sería un error pues todo viene de Dios, sin embargo no podemos negar que en una relación esponsal, en la cual se comparte no solo los vienes sino el ser de la persona, lo que hace una pude ser aplicado aunque sea de manera indirecta a la otra. Pues este es el caso entre María y el Espíritu, por ello aunque la gracia recibida ha sido concedida por Dios mismo, no existe contradicción en aceptar que fue recibida por María. Esto tampoco quiere decir que María sea un puente entre Dios y los hombres, lo cual es erróneo pues sabemos que tenemos un solo mediador que es Cristo. Esto solo significa que María es en Dios y Dios es en ella, en una relación que sobrepasa nuestro entendimiento, lo cual no hace sino confirmarnos cuan íntimos son el misterio de Dios y de María.

De acuerdo a la teología, el Espíritu es conocido por su actuar, de manera que viendo su acción en María Santísima, en quien actúo de manera eminente, podremos conocer más sobre la Tercera Persona de la Trinidad. Jesús, cuando se refirió al Espíritu Santo en la sinagoga de Cafarnaúm lo presentó como el “Espíritu Septiforme”, es decir el Espíritu que se manifiesta de 7 maneras para enriquecer la vida del hombre, y es a lo que hoy llamamos los “dones del Espíritu Santo”. Debido a que María desde su nacimiento fue llena de gracia, esto supone la plenitud del Espíritu en ella por lo que la manifestación de estos dones son evidentes y la enriquecieron y adornaron no únicamente para ser la madre del Mesías sino para mostrar al mundo lo que Dios puede hacer en el hombre, si como María, es dócil a su gracia. Serían muchos los pasajes en donde se manifestaron con gran esplendor estos regalos de Dios, por lo que sólo presentaremos algunos en donde son más evidentes, sin que eso quiera decir que el don mencionado es le único que se manifestó, sino que no sirve solo de ejemplo. Así tenemos que el don de Sabiduría, que nos lleva a conocer las cosas de Dios y su voluntad es evidente en el “si” de aceptación incondicional que le dio María al ángel en el momento de la Anunciación. El don de Inteligencia, que nos ayuda a penetrar los misterios y la intimidad de Dios (iluminación divina) lo podemos apreciar en la paz que mantuvo María cuando José al no entender el proyecto de Dios realizado en la Anunciación, había decidió separarse de su Esposa. María, iluminada interiormente sabe que lo que está viviendo es parte de un proyecto de amor, por lo que con gran paz espera a que Dios actué. El don de Consejo, que le permite al hombre hablar en Nombre de Dios (de manera habitual identificado con la misión de anunciar el evangelio) se presenta con fuerza en la visita de María a su Prima santa Isabel, en donde proclama abiertamente la salvación a su prima (es evidente también en las bodas de Canana en donde dice: hagan lo que él les diga).

Los Dones del Espíritu no únicamente enriquecen nuestra vida, sino que son le medio por el cual se pude alcanzar al santidad y con ello la plenitud de nuestra. Es por ello que cuando vemos a María vemos, el modelo acabado de santidad, pues en nadie ha obrado tan plenamente la gracia. María, por medio del don de Ciencia, que nos posibilita el entender y ver las cosas del mundo como son en realidad y no como nuestros sentido nos las presenta, valora mucho más el hecho de estar con su Esposo que el tener que dar a luz en una cueva. Para ella lo importante está más allá de sus sentidos. Aunque no tenemos muchos testimonios sobre su oración personal, podemos ver el desarrollo del don de Piedad reflejado en su Canto de alabanza a Dios. El Magnificat refleja la profundidad de su corazón y el ardor de su oración. El don de Fortaleza que nos capacita para aun en medio de nuestros sufrimientos y dificultades, dar testimonio de fidelidad a Dios, se ve patente en ella desde la Anunciación hasta el calvario. Nadie como ella sufrió, nadie como ello manifestó fidelidad a Dios como ella, pues en nadie como ella actuó el Espíritu de Fortaleza como en ella. Finalmente, el don de Temor de Dios, que nos ayuda y posibilita para amar a Dios por sobre todas las cosas hasta el extremo de llegar a sentir tristeza de ofenderlo, se muestra con esplendor en la vida de María, que prefiere perder lo que más ama en este mundo (a José), incluso hasta la propia vida con tal de agradar y de serle fiel al Señor. Su fe en medio de la más densas oscuridad es prueba patente de su inmenso amor a Dios, es la manifestación más clara de su ser “llena de gracia”. Por ello en María, su Divino Esposo se recreo perfeccionándola no solo para que fuera modelo de toda la Iglesia y de la humanidad redimida, sino para el mismo gozares en la perfección que el mismo había creado y la docilidad y respuesta a su eterno amor que María siempre le brindo.

Finalmente trataremos de abordar en nuestra meditación el misterio inefable que envuelve el misterio de María y del Padre. Sabemos, ya de antemano, que no serán suficientes nuestra meditación para sondear un misterio tan sublime y profundo, por ello queremos, como lo hemos venido haciendo, proponer solamente algunas de las ideas teológicas y espirituales que pueden llevarnos, en nuestra meditación personal, a introducirnos en las profundidades del misterio de María en su relación con el Dios Trino. De acuerdo a al teología tradicional, María puede relacionarse desde dos perspectivas con el Padre: por un lado tendríamos su relación filial de hija, la cual le vine por la adopción realizada por la acción salvífica de Cristo; la segunda como producto de compartir la filiación con la segunda persona de la Trinidad. La primera contemplación nos presenta a María Santísima como nuestra hermana, es decir hija del mismo Padre, sin embargo el Concilio Vaticano II ha tenido cuidado de llamarla “Hija Predilecta”, ya que si la filiación divina nos viene por la acción del Espíritu, que es quien nos injerta en Dios, nadie ha estado tan llena de Gracia como María, quien ya al momento de la Anunciación es saludada por el ángel como “la llena de gracia”. Esto ha sido visto, no solo como uno de los signos eminentes de la Inmaculada Concepción, sino incluso de esta predilección. Podemos decir que si nosotros, como nos dice san Pablo llamamos “Abba” al Padre celeste, y lo podemos hacer con amor filia, nadie sobre esta tierra lo pude amar con más intensidad, (salvando todo cuanto se refiere a la filiación divina del Hijo con el Padre), que la Santísima Virgen María.

Si algo agrada al padre es la “Obediencia” y por ello, ya desde los Santos Padres, María ha sido llamada la Nueva Eva, ya que mientras en el Paraíso, por la desobediencia de una mujer (Eva), la humanidad fue sometida a la muerte, por la obediencia de otra mujer (María), Dios nos ha dado la gracia y la redención. De manera que María se relaciona de una manera íntima con el Padre, de la misma manera que lo hace Jesús por su obediencia incondicional y total a su voluntad. Por ello, su relación e intimidad con el Padre se fue

desarrollando hasta alcanzar el grado máximo de amor y fidelidad cuando, unida con Jesús en la Cruz, pronunciará en su corazón su último “fiat”, su último: “Hágase como tú dices y no como a mi me gustaría... hágase, según tu voluntad”. La actitud de María delante del Padre nos muestra que la oración del Padrenuestro solo tiene sentido si nosotros estamos también como ella dispuestos a hacer la voluntad de Dios, pues es precisamente en ella en donde crece nuestra relación de amor con el Padre.

La relación de María Santísima no se limita, como en todos nosotros en el hecho de ser hija de Dios, sino que comparte, como dice el p. Pikaza la generación de Jesucristo, pues con el mismo sentido y propiedad que Dios llama a Jesús “Hijo mío”, lo hace María Santísima. Jesús siendo verdadero Dios y verdadero hombre participa su filiación tanto con María como su Padre Eterno. Dios, establece así con María una relación de confianza infinita, pues siendo el “generador” del Verbo, confía totalmente la generación humana de Jesús no solo al seno de María, que como insinúa Jesús, podría haber sido cualquier seno, sino al amor perfecto y trascendente de la que en vías a su maternidad fue preservada del pecado y llena de gracia desde el primer momento de su existencia. Esta relación de confianza, ha hecho que su intercesión sea grande no solo ante su Hijo, sino ante el mismo Padre. Esto es posible si recordamos que Jesús había ya dicho que todo lo que se pidiera en su nombre lo obtendríamos. Si unimos esto a lo que acabamos de decir, que solo María se puede referir al Padre por medio del Hijo de una manera única, pues es la única que le pude decir al Padre: Te lo pido en nombre de NUESTRO Hijo, refiriéndose precisamente a Jesucristo.

Sabemos que en el orden natural, los hijos nos parecemos a nuestros padres. Esto ocurre, o al menos debería de ocurrir, también en nuestra vida espiritual. Por ello Jesús decía a sus discípulos: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”. En esta perfección, María se relaciona de una manera especial con el Padre del cielo, pues su ser “Llena de gracia” hace de ella un arquetipo de la semejanza con el Padre (hasta donde humanamente es posible). Podríamos decir que de la misma manera que viendo al hijo reconocemos los rasgos del padre, de igual manera, viendo a María podemos reconocer en ella de manera “eminente” esta semejanza. Esta semejanza hace por otro lado, que el hijo busque, no solo identificarse con su físico (lo cual es imposible en Dios), sino con sus metas y objetivos. Es así que María en esta identificación con “su” Padre, busque en todo momento, no únicamente hacer su voluntad, sino contribuir con todo su ser al desarrollo del proyecto del Padre, que es la salvación del mundo. Su “sí” generoso al anuncio del ángel, el acompañamiento a Jesús hasta la misma cruz y el estar en Pentecostés con los apóstoles para provocar con su intercesión que la “hora” se llegará, hace de ella, el modelo de los hijos, que sabiéndose identificados con el proyecto del Padre, ponen toda su vida hasta ver realizada la obra.

Terminamos esta presentación rápida, sintética y en muchos casos apenas esbozada, conscientes de toda su limitación y con la impresión de habernos asomado apenas a un espacio misterioso, fascinante y oscuro, luminoso y tremendo que produce la impresión cercana de lo divino. Dios ha querido unir a María, por medio del misterio de la “Maternidad Divina” a su propio misterio, creando como hemos visto, relaciones tan particulares con cada una de las personas divinas, que hacen de María un misterio del cual apenas, después de 2000 años de reflexión, parecería que nos hemos acercado a la playa de este insondable mar. Si queremos seguir adelante, en el profundizar y descubrir quien es María, para Dios y para nosotros, tendremos que continuar el camino de san Pedro, quien perplejo ante la pregunta de Jesús ¿quién dicen ustedes que soy yo?, se deja inundar por la gracia para responder: “Tu eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”. Sabiendo que la dilucidación de este misterio no puede venir, sino como lo dijo Jesús, por la revelación que el Padre le ha hecho, al iniciar el nuevo milenio debemos levantar nuestros corazones en oración y contemplación, para que El que la creó, la llenó de dones, la predestinó para ser la madre de su Hijo y finalmente la llevó a vivir con él por toda la eternidad, nos revele, en lo más íntimo de nuestro corazón, quién es María.