Ante el avance vertiginoso de la ciencia y de las nuevas técnicas, nos encontramos cada día con preguntas que parecieran no tener una respuesta segura y cónsona con la dignidad del ser humano. Estas preguntas las oímos en boca de los médicos, de los que nos surten la gasolina, del tendero, de los esposos, del estudiante, abogado, pescador, ingeniero, etc., todos necesitan tener una respuesta a las interrogantes que estos avances científico y técnicos crean en el individuo: ¿Qué piensa usted de la eutanasia? ¿Podemos tener un hijo con la fecundación artificial? ¿Y el uso de píldoras anticonceptivas? ¿Qué dice la Iglesia?
Estas y otras muchas otras preguntas nos indican que urge una seria reflexión en torno a las cuestiones actuales de Bioética, y que el ciudadano responsable pueda recibir respuestas morales-éticas sobre la conducta a seguir en cada caso específico.
Bajo este nombre de reciente cuño, podemos encontrar una variadísima gama de problemas que tocan directamente la vida humana, problemas, muchos de ellos nuevos, que han sido causados por los singulares avances de la medicina, que ha colocado en las manos del hombre moderno posibilidades insospechadas hasta hace poco, pero que a la vez le plantean situaciones que no sabe como manejar…
Nos encontramos ante una máquina que avanza de una manera descontrolada y sin freno, por ello, nos hallamos con la estremecedora realidad, por ejemplo, de que nada impide a la técnica utilizar un embrión fabricado en un laboratorio, con la “materia prima” óvulos y esperma obtenidos de algún “banco” anónimo para ser implantado o anidado en el seno de una mujer no casada.
Asimismo, contemplamos casos de abortos masivos con la llamada píldora del segundo día (RU 486) recientemente aprobada por las Constituciones de países “civilizados” y en “estudio” para su discusión por otras tantas naciones del orbe; como también podemos hablar de la utilización de las técnicas de: esterilización, fecundación in vitro, trasplantes, experimentación sobre embriones, manipulaciones genéticas, eutanasia, la cual ha llegado a ser más conocida por el término de “muerte feliz”; prácticas aberrantes todas ellas, que desfiguran la esencia del ser humano, produciendo una montaña de situaciones nuevas, problemáticas desconocidas, cuestiones espinosas y delicadas, que tocan el corazón mismo de la vida del hombre y que claman por ser definidas con valentía y VERDAD.
A la complicación proveniente de esta acumulación de nuevas posibilidades técnicas, se ha de sumar otro factor importante: en cada una de ellas se entrecruzan elementos diversos que no pueden ser ignorados al hacer un juicio humano completo: derecho de autonomía de la ciencia, incidencia en la salud y la vida de las personas humanas, ordenamientos jurídicos insuficientes, intereses económicos múltiples, y la entrada en juego de los sentimientos y de la vida de las familias…
Por ello la conciencia moral del hombre se encuentra muchas veces desconcertada y surgen las preguntas inevitables sobre el “qué hacer” ¿Es honesto fabricar seres humanos en tubos de ensayo? ¿Es lícito eliminar el “excedente” de seres humanos fabricados en tubos de ensayo, o mantenerlos congelados por algunos años para su posterior desecho?
Tales preguntas pareciera que las sacaran de una pesadilla, pero la verdad es que, en el mejor de los casos, alguien se cuestiona, cuando en la realidad estás son práctica común que está siendo utilizada con la mayor normalidad, mientras muchos practican la técnica del avestruz. Basta un mínimo sentido de responsabilidad ética, para darse cuenta de que los avances de la ciencia actual deben ser filtrados por un sano sentido crítico que discierna lo que es moralmente correcto y lo que no lo es.
Los fundamentos sopeso de su responsabilidad como guía de sus hermanos tiene la impresión de encontrarse perdido en alta mar, sin tierra a la vista. Surge una pregunta urgente: Aquel que le ha encargado el cuidado de “sus ovejas” ¿dejará al sacerdote desprovisto de una luz segura, ante problemas tan vivos y a veces determinantes para la vida moral de los cristianos?
Naturalmente la respuesta a una pregunta en torno al Magisterio ha de venir de la fe, ya que es ella la que nos permite comprender que el faro ha de estar enclavado en la Roca sobre la que el Maestro quiso edificar su Iglesia.
Sabemos bien que el papel fundamental del Magisterio consiste en el camino que lleva a la salvación, custodiando e interpretando la Revelación; pero también está claro que las cuestiones morales, aún de moral natural, se esclarecen a la luz de una verdadera concepción del hombre, en una visión que llega hasta el fondo de su identidad al escuchar lo que su mismo Creador le ha revelado. El Magisterio, pues, es depositario por querer divino de esa Revelación, ¿no tendrá nada que decir acerca del hombre, de su verdadera dignidad, y por tanto de las cuestiones que atañen a su conciencia moral?
En su misma labor, el Magisterio se sirve de las conclusiones de la ciencia y de la reflexión natural, pero la especificidad de su aportación deriva del mandato de Cristo de custodiar e interpretar la Revelación, también la Revelación sobre el hombre y su actuación.
Por ello la guía fundamental ha de ser el Magisterio auténtico. La atención a los teólogos moralistas, indispensable, debe completarse con la atención al Magisterio, y la concordancia de los primeros con el segundo debe servir como criterio de sano juicio crítico, sin embargo, esto no significa que la función del teólogo sea simplemente la de comentar la doctrina del Magisterio, ya que el estudioso tiene el derecho y hasta el deber de investigar seria y libremente, por ser ese su servicio eclesial, como nos lo recuerda Juan Pablo II en la “Redemptor Hominis” al reconocer y desear “un cierto pluralismo de métodos” (# 19), pero como afirma a continuación, “ese trabajo (el del teólogo) no debe alejarse de la fundamental unidad en la enseñanza de la fe y de la moral, que es su fin propio… Nadie, pues, puede hacer de la teología casi una simple colección de propios conceptos personales; sino que cada uno debe ser consciente de permanecer en estrecha comunión con la misión de enseñar la verdad, de que es responsable la Iglesia (ibidem). Por ello el estudioso debe tener el cuidado y la honradez suficientes para distinguir claramente entre doctrina probada e hipótesis de trabajo, esto lo define con sobrada claridad la “Catechesi tradendae”: “Los teólogos y los exegetas tienen el deber de estar muy atentos para no hacer pasar como verdades ciertas lo que pertenece, al contrario, al ámbito de las cuestiones opinables o de la disputa entre expertos” (# 61).
La lección que tenemos que asimilar, es con toda certeza, reconocer la coherencia con que la Santa Sede defiende los principios doctrinales que le fueron confiados en la Revelación, amparando con ello la moralidad en la sociedad y permaneciendo unida y fiel para recordarnos, que no somos libres de decidir que el error es verdad y el pecado es virtud.