Fuente: Mujer Nueva
Mami, de mayor quiero ser toda una mujer. Estas palabras,
pronunciadas por una voz angelical e inocente, han despertado el
orgullo y la esperanza de millares de madres a lo largo de la historia.
Nuestro siglo ha ampliado de manera inédita las posibilidades de
este deseo: no sólo es realizable si la que habla es una niñita, sino
también es posible para un hijo varón. Bienvenidos a la era del género:
hoy también ellos tienen derecho a convertirse en toda una mujer, y ellas en todo un hombre.
Hace algunos meses, en Ohio, Estados Unidos, los señores Lipscomb matricularon en la escuela a su hijita de seis años: Aurora Lipscomb. Nada tendría nada en particular si no resultara que el año anterior, la misma criatura había sido conocida como Zacarías. Se trataba de un niño al que sus padres habían decidido cambiar de género.
En Massachussets sucedió algo similar. Un estudiante de bachillerato sintió
que su verdadera identidad era la femenina, y apareció en su clase con
ropa de mujer. La dirección de la escuela le amonestó por ello, y a
cambio recibió una denuncia de la GLAD (Gay & Lesbian Advocates
& Defenders), porque impedir a un estudiante biológicamente varón
llevar ropa de niña suponía una violación de su First Amendment Right.
En palabras de Jennifer Levi, miembro de la GLAD: Este caso
confirma que una escuela no debe ejercer su autoridad para implantar
ideas estereotipadas sobre la apariencia externa de niños y niñas.
El mundo parece empezar a estar de acuerdo con Simone de Beauvoir en que la mujer no nace, se hace.
En consecuencia, todos tienen derecho a elegir libremente su propia
definición y orientación sexual. Hoy este debate alcanza su clímax.
Biológicamente, la persona existe en forma masculina o femenina,
sin término conciliador de ambos. Cada célula del organismo lleva el
sello de su sexo. En condiciones normales, el organismo se plasma
anatómica y fisiológicamente de una manera distinta y complementaria
según su género. Para un estudio más específico sobre las diferencias
cognitivas entre hombre y mujer, pueden consultarse las investigaciones
de Rachel Gur, de la Universidad de Pennsylvania.
Ahora bien, ¿debemos dejar que la biología determine a la persona?,
¿también en los umbrales del siglo XXI? Millares de embriones
congelados hablan por sí mismos de una generación que no está dispuesta
a someterse a la naturaleza. Hacer todo lo científicamente posible, en
un gesto de absoluta libertad, se ha convertido en el valor supremo.
¿Cuáles serán las consecuencias?
Karl Zinsmeister recogía algunas en un artículo publicado en el
periódico The Washington Post (1). En Estados Unidos, el número de
varones obligados a asistir a enseñanza especializada es doble que el
de las mujeres. ¿La razón? Nuestros hijos no acaban de acostumbrarse a
que en la escuela se ignore su carácter sexuado.
Es el escritor Leon Podles quien la señala: pon a un niño en una
escuela con un currículum designado para niñas y enseñado por mujeres,
cuyo mayor deseo en la vida es que los muchachos se comporten como
niñas, y tendrás la receta para un fracaso perfecto.
También The War Against Boys, de Christina Hoff, denuncia el prejuicio ocasionado en los estudiantes hombres cuando se trata por igual a niños y niñas.
Estos testimonios son elocuentes. Nos presentan frente a la
realidad inexorable de que las psicologías se quiebran cuando se ignora
o reprime la identidad sexual de la persona. La pequeña Aurora Limpscomb tuvo que ser hospitalizada 7 veces por crisis nerviosas, y sólo contaba con 6 años de edad.
Nuestra libertad no puede ir más allá de los límites de la propia
naturaleza, por más que la cirugía y la ingeniería genética lo hagan
posible.
Señores, aceptemos la evidencia: la naturaleza del hombre y de la
mujer no es subjetiva. Se nace hombre o mujer, guste o no guste.
Contradecir esta ley real sólo puede conducirnos a la autodestrucción.
Si no lo creen, pregúntenle a Aurora y a los doctores que han tratado
sus crisis nerviosas.
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