Cada vez se entiende mejor el por qué algunos desafectos, de dentro y fuera de la Iglesia Católica, abogan por todos y en todos los medios a su alcance, al pedir la dimisión del actual Papa. No se puede con él, a pesar de sus achaques, sus limitaciones y sus muchos años. Es un bloque granítico, un roquedal que resiste todos los embates.
De nada sirve el lenguaje, muchas veces ambiguo y diplomático de los que le visitan, frente a la verdad que expone y defiende el Pontífice con todos sus bríos y contundencia.
Buena e inolvidable lección la que ha impartido Juan Pablo II al muevo embajador socialista ante el Vaticano, señor Dezcallar. Buena nota deberían tomar de ella todos los pastores y obispos españoles y del mundo.
La fuerza de la verdad radica en sí misma, cuando ésta viene avalada no por argumentos especiosos y oportunistas, sino por la fuerza de la revelación y del evangelio.
Se podrán tratar los temas de la vida humana, de los derechos de la familia y de las bodas gays por ciertos políticos, con mayor extensión y énfasis que el Papa, pero dudo que alguien le supere en coherencia, valor y rotundidez. Que la Providencia nos lo conserve muchos años para bien de la entera humanidad.