Según una reciente encuesta, hoy en España, no está muy bien visto el manifestarse en público como cristiano. Existe, llamémoslo así, un cierto pudor o vergüenza a significarse como tal. Quizás influya un falso respeto humano o una ignorancia de lo que encierra en sí la condición de cristiano en medio de una sociedad secularizada, donde sólo cuentan los valores materiales. Para contrarrestar de algún modo tan penoso y cobarde comportamiento de muchos vergonzantes-cristianos, me ha parecido oportuno dar a conocer un precioso escrito del siglo II -III, titulado CARTA A DIOGNETO, que es “ uno de los documentos más bellos de la literatura cristiana. Su contenido revela a un hombre de fe ardiente y vastos conocimientos, un espíritu totalmente imbuido de los principios del cristianismo .Su lenguaje rebosa vitalidad y entusiasmo “(Quasten).Se trata de una apología del cristianismo en forma de carta dirigida a Diogneto, eminente dignidad pagana. Se atribuye a Cuadrato o Arístides y el destinatario podría ser el tutor del emperador Marco Aurelio. La fecha de su composición, según los entendidos, data del siglo III.
En este escrito, el autor pinta en términos brillantes la superioridad del cristianismo sobre la necia idolatría de los paganos y sobre el formalismo externo de los judíos. He aquí la trascripción de la mayor parte del contenido de esta preciosa carta, que, indudablemente, se presta a seria reflexión y comparación con el cristianismo actual.
”Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje ,ni por el modo de vida. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un lenguaje insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.
Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y ,sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.
Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas ,y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo ,y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama ,y ello atestigua su justicia. Son maldecidos ,y bendicen; son tratados con ignominia ,y ellos, a su vez, devuelven honor. Hacen el bien, y son tratados como malhechores; y, al ser condenados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos les combaten como extraños, y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que les aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.
Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo.”
Bellas y hermosas palabras, que constituyen un perfecto retrato del cristianismo primitivo.
Ante este espejo nos deberíamos mirar los cristianos actuales y contestar con la mano en el pecho si nos parecemos algo a los primeros cristianos. En el fondo ,quien se avergüenza de ser y mostrarse como cristiano en público, es por que en su interior es y se siente un mal cristiano