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Lo mío es mío y lo tuyo... también

Generalmente, al igual que el cariño entre hermanos, los préstamos o robos temporales también son mutuos, por lo que en algunos casos existe un guardarropa comunal donde todo es de todos.

Lo malo viene cuando dos personas quieren ocupar el mismo espacio
dentro de los mismos pantalones de mezclilla, o cuando a ambos se les
ve padrísima la misma gorra.

En ese momento es cuando pueden surgir las desavenencias, que van
desde una ligera discusión, hasta lo que a una servidora le pasó hace
tiempo.

Mi hermana dejó de hablarme, de verme, de usar todo lo
conscerniente a mí, ¡sólo porque no quise prestarle una falda! Pasamos
de ser dos amigas a tratarnos como extrañas. Aunque mi mamá habló con
las dos, no arregló nada. Mi hermana estaba ofendida, yo desconcertada
y orgullosa... total que ninguna daba su brazo a torcer... y seguimos
sin hablarnos.

Lo malo fue que una vez que ella dejó de pedirme cosas, yo tampoco
podía pedirle nada y la desconfianza ya se había instalado en medio de
nuestra relación fraternal. El episodio duró poco y aunque fue duro,
logramos reiniciar nuestras relaciones después de dos mes, pues
comprendimos que ambas habíamos fallado y nos tocaba a las dos
rectificar.

Aprendí la lección: nada en el mundo vale más que mi familia -ni un
perfume, ni un vestido, ni un boleto de cine...- además, si no me voy a
llevar nada a la tumba, realmente no poseo nada. También sé lo que es
compartir algunas cosas con el resto de la familia.

Sin embargo, hay una que otra regla -no escrita pero que debe
respetarse, por lo menos en mi familia- si todos queremos seguir
llevándonos bien.

1. Cuando alguno sale de la ciudad.

Si en alguna ocasión un miembro de la familia se va de viaje, debe buscar rascarse con sus uñas; no puede dejar al resto de la familia sin pasta de dientes, secadora de pelo o sin champú.

2. Ser compartido.

No sólo compartir lo que no nos gusta, lo que está pasado de moda o lo que ya no nos queda.

3. Saber qué, cuándo y cómo pedir.

Los hermanos deben tener cierto tacto al momento de pedir las cosas
prestadas. Y además, entender que una cosa nueva -sea una camiseta o un
carro- sólo la puede usar el dueño. ¿Cómo vamos a privarlo de
experimentar el placer de lo nuevo? Sobre todo cuando compró aquello con esfuerzo e ilusión.

De esta forma, una vez que el objeto de nuestra mira fue estrenado por su legítimo dueño, procedemos a solicitar el placer de la segunda puesta.

El cómo y cuándo también son muy importantes:

- Nunca pedir prestado algo a alguien dormido, ya sea porque no nos
pondrá atención o porque nos lo negará una vez que despierte
enfurecido.

- Jamás pedir algo que sabes que está a punto de usar otra persona,
puesto que podrían suceder dos cosas: con todo el dolor de su corazón
te la negará, o te la prestará sacrificándose por ti.

4. No andar con indecencias.

Dicen por allí que el que de ajeno se viste, en la calle lo desvisten, y ese no es el caso (¡qué indecencia!). Si ya le prestaste algo a tu hermano(a), deja que disfrute de ello, pásale
la propiedad de eso por el tiempo que lo está usando. No es de buenos
hermanos meter la cizaña y cometer la traición de andar diciendo a
cuanto cristiano se te pone enfrente: ese vestido que trae fulanita, es mío, ¡ah! ¿te gusta su chamarra? pues... ¡es mía!, hoy no tuve que ponerme, porque todo lo trae puesto mi hermano(a)...

5. Saber realmente qué poseemos.

¡Nuestras pertenencias son tan pocas!, pero tan poquitas, que se
pueden contar con una mano y sobran dedos: un cuerpo, una inteligencia,
un espíritu. ¿Me faltó algo?

No somos dueños de nada, porque con nada llegamos a esta vida y con
nada nos iremos (ni siquiera somos dueños de la gente que queremos,
porque las personas somos libres). ¿Entonces por qué tanto amor por las
cosas?