Nunca habrá total acuerdo en fijar lo que es bueno y verdadero entre personas creyentes e increyentes. Una vez más quedó plenamente confirmado y de manifiesto, en el programa de TVE 1 (20/5/04) “Hijos a la carta”,
En este controvertido y polémico tema, las posturas - como en la vida real misma – fueron irreconciliables y no se llegó a ningún punto de común acuerdo. Ni en el uso y empleo de embriones humanos, ni siquiera qué se entiende por vida o persona humana y cuándo deben considerarse como tales.
La postura de los creyentes es clara y diáfana. El proceso de toda vida humana se inicia en el momento de la concepción. Nadie, sino Dios, puede disponer de una vida humana ( el embrión lo es ); ni siquiera, por curar otra vida ( caso de los padres que engendran un segundo hijo para sanar al primero).
Los increyentes, se apoyan en su condición democrática para aceptar o rechazar lo que la mayoría determine. Según esto, el empleo de embriones no está sujeto a criterios externos de moralidad “ impuesta” por razones religiosas, sino por lo que legisle la mayoría del pueblo soberano. He aquí las dos posturas irreconciliables.
Con el magisterio de la Iglesia, pienso que el decidir lo bueno o malo –sobre todo si hay vidas humanas de por medio- no depende de mayorías o minorías, sino del Creador de todo.