Las terapias del lenguaje y el abandono familiar
Andrew no habla... bueno, no exageremos. Andrew tiene problemas para hablar. De esto se dieron cuenta sus padres cuando en un remoto pueblo de Gales lo llevaron a la escuela por primera vez.
Sus padres comprobaron asombrados que la mayoría de los compañeritos de Andrew tenían un vocablo más rico que el de su querido primogénito y no titubeaban ni tartamudeaban tanto.
Todo hubiera quedado en un caso aislado anecdótico, digno de ser reconocido sólo en los anales escolares, pero la terapeuta en cuestión, que por cosas del azar había nacido en el mismo pueblito que Andrew, realizaba su labor en diferentes escuelas de diferentes zonas de Gales.
Hechas las comparaciones estadísticas que marca el rigor científico se dio cuenta de un perfil compartido por varios de los casos por ella tratados: aprendizaje lento y difícil del lenguaje, poca fluidez y expresión pobre y reducida, junto con un vocabulario muy estrecho. ¿Las causas?
Descartado cualquier posible daño fisiológico o neurológico, fueron las indagaciones familiares que comenzaron a lanzar una luz en la oscuridad. Familias tipificadas como normales. Pero... ¿cuáles eran las notas características de esta normalidad?
Papá y mamá trabajan de sol a sol. Andrew y otros muchos de sus congéneres, habían pasado los primeros años de su vida confinados a una casa de cuna y cuando por la edad ya no era posible retenerlos más tiempo en ese establecimiento, debían compartir el hogar familiar. ¿Compartir? ¿Qué es lo que los niños galeses comparten en familia?
Muchos de ellos deben pasar horas en soledad, mientras sus papás trabajan. Expertos en videojuegos se entretienen delante de una pantalla. Sus destrezas manuales y su coordinación motora fina sin duda alguna aventajan con creces a las de los niños de su edad promedio, pero las destrezas del lenguaje se han visto notable disminuidas.
Si además añadimos que la gran mayoría de estos matrimonios cuando llegan a casa se dedican pocas frases entre sí, pocos diálogos, encerrándose cada uno en su propia convivencia, el resultado no parece otro que el de generar en los hijos problemas del lenguaje.
Las habilidades del lenguaje no se aprenden en la escuela. Son habilidades que se adquieren por imitación de lo que se escucha. En la escuela lo que se aprende es la gramática, la ortografía, el vocabulario. Se construye sobre una base que se ha aprendido en casa.
Pero cuando en casa el papá sólo ve la televisión, la mamá se dedica a cultivar sus amistades fuera de casa y el hijo queda confinado al Internet, a la televisión o a los video-juegos, las destrezas y estructuras que para el lenguaje debieron adquirirse en los primeros meses se perdieron en el laberinto del olvido o del descuido, los resultados están siendo recogidos por muchas terapeutas que se encuentran con casos como Andrew.
¿Exageraciones? Muchos de los métodos más prestigiosos del aprendizaje del lenguaje confirman la teoría de que el lenguaje se aprende por imitación de lo que se oye. Tal es el caso de las escuelas de idiomas que ofrecen como gran novedad el pasar una temporada en el país de la lengua que se desea aprender, llamándoles cursos de inmersión completa (full immersion).
Pero si a nuestros pequeños los dejamos inmersos en los gritos del papá y de la mamá que no se entienden (o no quieren entenderse), inmersos en la soledad del egoísmo de quien los deja a sus anchas por preferir ganar un poco más dinero para tener siempre el coche de moda, inmersos en la pantalla de un televisor o una computadora porque así se tiene más tiempo para disfrutar... las terapeutas del lenguaje tendrán trabajo asegurado por varios años.