En la literatura, abundan las aventuras, en las que el protagonista emprende un duro viaje, para regresar al punto de partida, convertido en una persona nueva, más fuerte, más sabia. En la vida real, ese tipo de itinerario circular es también frecuente, aunque la utilidad del viaje se reduzca a mostrarnos la estupidez cometida al desviarnos del trayecto inicial. Las nuevas tecnologías son un excelente catalizador para estos procesos. En las estaciones de autobuses de buena parte del tercer mundo, un comercial avispado ajusta el precio de los pasajes sobre la marcha, según la oferta y la demanda. El mundo rico y serio había superado esta anárquica costumbre, pero el comercio electrónico ha recuperado el regateo... Más todavía se nota la fuerza restauradora de las nuevas tecnologías con los videojuegos. Nacieron como pasatiempo solitario y sedentario, pero, con los nuevos avances, ya no se juega sentado, sino con grandes aspavientos de brazos y piernas, que el artilugio traslada a la pantalla. Y gracias a Internet, ahora se compite en línea contra otros. La evolución lógica de estos juegos es, por tanto, a desaparecer, y que once chicos jueguen contra once, no en línea, sino en el parque, y con un balón de fútbol... ¿Y los itinerarios circulares en materia de moral y costumbres? El feminismo hizo a la mujer competir como hombre. El precio fue hacerle cargar con toda la responsabilidad de los hijos, con el agravante de que la competencia igualitaria y despiadada en el trabajo tradujo cada nuevo hijo en una disminución de sueldo para la madre, que se había buscado ella solita el problema. A la vez, se abandonaron costumbres como ceder el asiento a las señoras. Pero ahora el feminismo ha descubierto la violencia de género: pegar a una mujer es mucho peor que pegar a un hombre, como bien sabían ya nuestros abuelos... Y por esa vía, el feminismo comienza su vuelta a casa.