Laicidad y libertad religiosa
La Generalitat “de Catalunya, a través del Departamento de la Presidencia, quiere establecer una línea de colaboración con la ‘Lliga per la Laïcitat’”. Esto dice el documento que se está difundiendo por los Ayuntamientos de Catalunya, titulado “Moció de laïcitat”, promovido por varios colectivos (entre otras la ‘Gran Lògia de Catalunya i Balears’, ‘Gran Orient de Catalunya’, ‘Ateus de Catalunya’...), y habla de la conveniencia “de la separación o distinción entre el poder político y las creencias religiosas, es decir, la laicidad”. No proponen sólo la separación entre Iglesia y Estado (cosa buena), sino entre “política” y creencias “religiosas”, es decir excluir la religión de la vida pública.
Es un atentado contra la sociedad excluir actividades humanas (como también lo son la cultura, el deporte...) de la vida pública. Precisamente la democracia se forma con la aportación de las ideas de todos, siempre y cuando haya respeto a los demás, así se da la construcción de los valores democráticos. Limitar esta libertad en la vida de los ciudadanos, es la profanación de la democracia, se pierde la auténtica “tolerancia” y el “respeto democrático”. Yo no puedo dejar de ser yo mismo cuando salgo a la calle. Es una falacia pensar en arrancar a la gente toda “adherencia” religiosa: con la ausencia de valores, ya no habría la suma de los valores de todos, excluirlos es irnos a los tiempos de los nazis y de Stalin. Y esto es lo que hace el documento: “la laicidad exige la separación entre el ámbito político, que rige la organización general de las sociedades humanas, y el ámbito religioso o filosófico, que permiten a todo ser humano escoger el sentido que da a su vida. El primer dominio pertenece al derecho público, mientras que el segundo pertenece al derecho privado”.
Pienso que se quiere dar un cariz como de una nueva religión a la laicidad, con unos dogmas, que son presupuestos: no se explican, se creen y basta. La guerra ideológica de nuestra historia reciente costó más de medio millón de muertes. Ahora, bajo el eslogan de ser igualitarios, se quiere que todos vamos siguiendo la pauta que ellos indican... El dogma principal de esta religión laicista es este: “Las convicciones espirituales, religiosas o no, pertenecen al ámbito privado”. Pero nos llamamos la mayoría de nosotros con nombres de santos, mucha parte del arte que tenemos está en las iglesias (me decían que el folleto turístico que la diputación de Barcelona edita sobre el Lluçanès, trae sólo fotos de iglesias, unas 12), que destacan en sus edificaciones como el centro de muchos pueblos. No hay concentración pública más numerosa en nuestro país cada semana que la gente que va a Misa en las múltiples iglesias, y muchas de las fiestas laborales son de significación religiosa, desde Navidad a Pascua. Además, nombramos el año según el tiempo pasado desde el nacimiento de Jesús. Tienen, pues, una dimensión social y pública.
Cuando el documento habla de que la democracia “genera la construcción de la ‘Ciudad’ como aquel espacio en el que todos sus habitantes se reconocen iguales” pienso que como siempre no se toma en cuenta el ambiente rural, sólo saben hablar de “Ciudad”.
Dice también: “El reconocimiento del otro es el primer valor, precisamente, de la laicidad... La laicidad... preserva la unidad del espacio público, al cual todo el mundo pertenece”. Se quiere una “unidad” que se impone como pensamiento único, barrera para no tener otras ideas en la vida pública que esta: la que dice el Estado. Siempre deja “ser diferentes en el espacio privado”, menos mal que deja en privado tener ideas propias. Pero, excluyendo la aportación de las ideas de cada persona al bien público, ¿qué queda de los valores democráticos?
Habla “de impulso de los valores humanistas que integran la tradición del pensamiento progresista catalán.” Lo importante es ser “progresista”, otra palabra clave: quién no piensa como ellos no lo es. Para acabar, decir que el convenio que proponen firmar en los ayuntamientos comprende, entre otras cosas, “separar las actuaciones propias de la gestión municipal de cualquier manifestación de cariz religioso”, y por lo tanto evitar cualquier signo religioso, rompiendo tradiciones tan ricas como tenemos. Penoso. Me recuerda otros tiempos. Yo en cambio propongo que seamos todos más abiertos: busquemos los valores auténticos de nuestros pueblos, mejoremos nuestras tradiciones sin destruirlas, busquemos entre todos la paz...