Pasar al contenido principal

La vida como camino

“Easy Rider” es el título de una película (producida en EEUU, 1969) que habla de la búsqueda del destino. Dennis Hooper, director, y también actor, plantea cómo desde California dos amigos motoristas deciden viajar hasta nueva Orleans para asistir a un festival de música. Por el camino se les une un pintoresco abogado y viven diversos encuentros en la carretera, hasta que éste muere apaleado por unos gamberros; los dos siguen el viaje sin dejarse cohibir por la muerte del amigo, hasta que llega un inesperado final: mueren bajo los tiros de unos granjeros, que no soportan esas formas “nuevas” de vida, ese bagabundeo: no llegan los jóvenes motoristas al destino, su vida es un camino truncado, un proyecto roto por culpa de la incomprensión de una sociedad egoísta, pero también por la falta de prudencia de un camino sin protección, por la falsa ilusión de que todos son como una proyección de lo que yo me imagino. Trata de la época hippie, y es un film duro, independiente, iconoclasta, que confronta la vida americana tradicional (violencia, racismo) y la juventud ansiosa de abrir horizontes. Es la crónica de la generación hippie en sus momentos de formación y natural desamparo, mostrada en una carretera, y constituye (junto al documental de “Woodstock” y las novelas de Jack Kerouac), un canto al camino como forma de vida, con una banda sonora que tiene evidentemente el “Born to be Wild” de Steppenwolf.

Hay una diferencia entre la sencillez y “ser simples” y es que las cosas no son como uno desearía, sin nada de maldad: el mundo está tocado por un desequilibrio que es la tendencia al mal. Quizá el naturalismo de pensar que todo es bueno en su estado puro pertenece más al mundo del arte vanguardista, los cuadros de danzas que muestran la “alegría de vivir”, pero eso no existe. En la realidad, se desenvuelve una batalla del bien contra el mal, que a su vez es un reflejo de la guerra que cada uno mantiene consigo mismo, de quitar las actuaciones del ego y “plantar” cada día las semillas del amor a los demás. La actuación desenfadada de los hippies de la película es imprudente, su simplicidad es simplería porque la vida no es como la pintan, en su utopía ignoran un pequeño detalle: la existencia del mal.

La película muestra bien la idea de una vida como camino; como desde la Odisea se ha pintado tantas veces; es la búsqueda del ideal, el camino a conseguirlo. Todos tenemos la experiencia de desear ardientemente algo, o alguien, que nos gusta con pasión, pero también tenemos la triste experiencia de que una vez conseguido, ante nuestra sorpresa aquello nos desencantó. No es que las cosas que nos gustan se estropean con el tiempo, tampoco se trata de que todo se reduce a pura ilusión pasajera. Por una parte, la búsqueda era auténtica: “yo pensaba que esto era lo que necesitaba, con vehemencia lo buscaba, era algo urgente”; pero nuestras espectativas van siempre más allá de estos bienes que ansiamos; mi deseo, la tendencia, el gusto, la intuición que tuve, no fue un engaño: era un punto de partida sobre el que construir el camino, para ver en el fondo qué estoy buscando, un punto de referencia para comenzar a buscar, al igual que la insatisfacción que siento tantas veces por fines ilusorios, me da también pistas para ver lo que verdaderamente busco en la vida. En el fondo la cuestión es cómo encontrar el camino de la felicidad, qué contenidos tiene.

Serán muchos elementos, que tendré que integrar en mi vida (trabajo, salud, placer, dinero, amores) dándole una unidad, una direccionalidad, una opción de vida, y además he de encontrarlo yo, no me basta seguir modelos preconcebidos, necesito pensar, entender, quererlo yo.

No puede ser algo pasivo, la “buena fortuna” que parece que ha vuelto al cine americano (“estar en el sitio oportuno en el momento oportuno”), la diosa del destino que determina los casos fortuitos, inesperados y casuales, independientes de la libertad que hace que “unos nazcan estrellas y otros estrellados”. Es algo activo, que he de buscarlo día a día. Además, no puede ser sólo subjetivo, sólo un gusto, algo del momento, un placer sin contenido, como la canción “Viatge a Itaca” de Lluís Llach donde importa sólo el viaje y no la realidad del destino, esto nos llevaría al hedonismo, a la búsqueda de placer del momento; pero tampoco puede ser sólo algo abstracto, pues el racionalismo lo transformaría en una cosa fría: es un estado de gozo pleno de la conciencia que satisface de una manera total y con carácter estable todas las apetencias, deseos y potencialidades del hombre, por el carácter totalizante que tiene la bondad de aquello que se ha conseguido; y esto no en “momentos Nescafé”, sino de manera estable, una plenitud para siempre.

“¿Qué es ser feliz?”, se preguntaban en clase un grupo de alumnas: - “Sentirse amado”, respondían. Pero sólo cuando se ama uno puede descubrirse amado. Entonces amar de verdad –entendiendo amor como donación para siempre- es la clave, todo lo demás es accidental; y así mientras una persona no descubra su amor, se encuentra incompleta, no puede ser del todo feliz; éste es el recorrido a descubrir, como dice el Papa en el mensaje de esta cuaresma: “hay más felicidad en dar que en recibir”.