La tentación de no amar
“Fue un amor tan profundo que en un segundo me acaparó. No sabía que existiera un sentimiento así... lo vi y todo mi mundo anterior se derrumbó... Supe entonces que él formaba parte de mi destino”. Así habla Corinne, en una entrevista. Y cuando le preguntan: “- ¿Cuándo pasó el amor?” Responde: “me fui porque me estaba volviendo loca, nuestros mundos no eran conciliables…”
Ante tantos casos de rupturas, ante la moda actual de la “monogamia sucesiva”, la gente se pregunta: ¿el verdadero amor reclama exclusividad? Se entiende que los que se aman no necesiten de “alguien” de afuera para dar plenitud a su corazón, y a esto se llama fidelidad, que protege el amor, e implica un esforzarse “para siempre”. No dejar dormir el corazón, demostrarse el cariño que es regar el jardín del amor cada día, también en el campo del pensamiento y en el deseo.
En esa lucha, puede haber dificultades, pero en el fondo de la conciencia surge el imperativo de aguantar la decisión de permanecer con la persona elegida, tener paciencia ante una crisis familiar que parece insoportable y de la que se quiere huir enseguida, de cualquier forma... Esto cuesta, entonces el amor duele y se desea “escapar” de aquello. Pero al mismo tiempo viene al pensamiento: ¿y el compromiso adquirido? En estos momentos, es bueno recordar que la familia no es que siempre dé la felicidad, pero es donde las cosas ocurren de verdad, sobre todo las importantes, como son los hijos y su felicidad. Y ahí está el sentido de la palabra amor. Lo otro… ¡es tan variable! Es como el caledoscopio, muchos colores que se multiplican, pero con poca consistencia pues se hace con espejuelos, trocitos hechos de un corazón roto por el resentimiento. Hay sentimientos epidérmicos, con promesas de amor eterno bajo la luna, idealistas... pero “si la luna hablara, cuántas verdades nos diría a cerca de tantas mentiras”. Contaba Mn. Agustí Sala de un joven que amaba mucho a su novia y llegó a decirle: “te quiero tanto que te llevaría el sol a tu casa”. No hay que decir que ella estaba feliz, oyendo lo que decía, pero el joven no había acabado, pues continuó: “-¡si llueve, no me esperes!”
Pero aún en el descorazonamiento, se añora la unidad perdida, se ansía recomponer aquello, pues la vida no está hecha de éxitos sino de amor. Cuando llega el dolor, no es fácil superar la tentación de no amar, separarse del problema concreto y mirar más allá de la obsesión del momento, pues se absolutizan algunos aspectos (defectos del otro, faltas de consideración…) y cuesta tomar distancia, tener visión de conjunto: pero la fidelidad es dinámica, y sabe también de problemas y de cómo superarlos. Y habrá que volver a empezar, sembrar, construir, aprender a amar pues eso es algo que dura siempre.
El amor crea una realidad: dos se hacen uno, y esto exige un compromiso. Y un nido, para ir creciendo. Lo demás, implica miedo al compromiso y por tanto no entregar la libertad. Cuando viene el huracán, los problemas, hay que volver a mirar al otro por primera vez, que es conocerle de nuevo, con el deseo de volver a empezar, reconstruir con aquella luz que queda en el recuerdo –revolver en el corazón- y volver a entrar ahí, como dice una historia sufi: "Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: ¿quién es?. / Contesté: soy yo. / La puerta no se abrió. / (Y así otras veces) / Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: “¿quién es? / Y contesté: “yo soy tú”. / Y la puerta se abrió". Sólo cuando estás dentro del otro, cuando eres el otro, hay “una sola carne”: ya no son dos, pues estando uno es “el otro”, para el otro... “Sólo quien está dispuesto a perderse en el amado, a hacerse uno con lo que se ama, está listo para iniciar el combate del amor” (Rogelio Villegas).