Un hogar sin televisión
-En casa no vemos televisión- me dijo orgulloso un buen amigo el día que me lo encontré con su esposa y sus dos niños jugando pelota en un parque.
-Un día se nos descompuso la tele y no teníamos dinero para llevarla a reparar; comenzó entonces para nosotros una nueva vida. Nos dimos cuenta de cuánto dependíamos de la televisión y, al principio, hasta nos pusimos neuróticos porque no sabíamos qué hacer con nuestro tiempo libre. Es lo que se llama síndrome de abstinencia para los que dejan una droga. Hicimos una reunión para hablar del problema y decidimos planear mejor nuestro tiempo. Ahora pasamos más tiempo juntos, mis hijos estudian mejor, nos sentamos a la mesa y comemos bien, no sólo bocadillos frente a la pantalla; nos acostamos más temprano, salimos con frecuencia y mi esposa y yo nos llevamos mejor.
-¿Y los niños están de acuerdo?- le pregunté.
-A ver, niños, ¿quieren que reparemos la televisión?- cuestionó el padre de familia dirigiéndose a los pequeños.
-¡No!- dijeron al unísono.
Y es que los niños estaban encantados con el experimento.
¿Qué son las adicciones?
La naturaleza es muy sabia y rodeó de placer los actos necesarios para la sobrevivencia del hombre. Nos causan placer, entre otras cosas, la comida, la bebida, el sueño, la fantasía, la contemplación de la belleza, los olores agradables, los sonidos armónicos, la frescura en el calor y el calor en el frío, las buenas compañías, las caricias, el conocimiento de lo que nos interesa, la sexualidad y tantas y tantas experiencias con las que se enriquece nuestra vida. La vida, toda, habla a nuestros sentidos y eso contribuye a nuestra plenitud.
El problema comienza cuando abusamos de ese placer e introducimos un desorden en nuestra forma de vivir. Cuando convertimos en fin lo que la naturaleza nos dio como un medio.
El abuso
Comedores compulsivos, alcohólicos, drogadictos, neuróticos, violentos, fumadores y demás a los que añaden la palabra “anónimos”, son un testimonio del esfuerzo por dejar de abusar de los legítimos placeres de nuestra vida.
No es malo tomar bebidas embriagantes, pero es malo embriagarse y echar a perder la propia vida y la de los demás.
Cuando se abusa de un placer constantemente, se convierte en una obsesión enfermiza que nubla la razón y la capacidad de decidir. El abuso esclaviza y enferma.
Causas
¿Por qué nos volvemos adictos? ¡Por la falta de valores!; cuando no tenemos por qué vivir ni ideales superiores, nuestra vida se vuelve obsesivamente egocéntrica y ya nada más vivimos para proporcionarnos placer: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”, como decían los hedonistas, que pensaban que todo terminaba con la muerte.
San Pablo decía de los buscadores de placeres que su dios era el vientre. Los modernos hedonistas han acuñado también su frase: “¿Qué tiene de malo, si me gusta?” y han hecho del placer sensible la regla de la moralidad.
Aquí entra la templanza
La templanza es el equilibrio en el uso de los placeres sensibles. Nos ayuda a no dejarnos llevar por la fatal atracción del abuso.
¿Qué hace que tengamos templanza? En primer lugar el aprecio de nuestra propia dignidad. El amor a los nuestros es también una fuerte motivación para liberarse de una obsesión. El amor a Dios y el querer vivir haciendo su voluntad es, para los creyentes, una fuerza poderosa que ayuda a salir de ese infierno que son todas las adicciones.
El ayuno y la abstinencia que se nos piden a los católicos en la Cuaresma son un medio de practicar la templanza y de demostrar que para nosotros el comer y el beber no es lo más importante.
Un hogar en el que hay sobriedad es la mejor forma de evitar que los hijos caigan en el alcoholismo o la drogadicción.
Abusos que dañan a la familia:
Amor desordenado al dinero. Avaricia.
Exceso de trabajo en los papás que hace que descuiden a sus hijos.
Pasatiempos que se convierten en vicios: un deporte, juegos de apuestas, colecciones, música, el mismo estudio.
La pornografía es un adulterio virtual.
Excesivo cuidado del cuerpo, que lleva al narcisismo y a la anorexia.
El cultivo de amistades de una clase exclusiva y la discriminación.
El orden y la limpieza obsesivas.
El nacionalismo radical que se convierte en xenofobia.