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La sombra de la cruz se alarga

La sombra de la cruz se alarga

Están en Belén que está muy cerca de la Ciudad Santa, Jerusalén. Razón de más para ellos ir al Templo y ofrecer su primogénito a Dios.

Hay que ver en este episodio del Evangelio no sólo un afán por cumplir con unas normas litúrgicas de los judíos, sino la manifestación exterior de una actitud oblativa de María. Esto es mucho más sorprendente cuando se considera que muchas veces el amor de una madre hacia sus hijos, y especialmente hacia su primogénito, no carece de cierta imperfección, pues tiende a ser posesivo. Aquí vemos que María está totalmente desprendida de su bebé.

De nuevo nos encontramos ante algo totalmente insólito en María como lo vimos antes en el desprendimiento de sí misma por ir a ayudar a su prima Isabel. Estas actitudes sólo se pueden explicar por la armonía alcanzada por ella entre sus disposiciones naturales y la gracia de Dios. Es que Dios realmente “posee” a María totalmente de tal manera que tiene un modo sobrenatural de reaccionar en los diferentes momentos de la vida. En términos teológicos diríamos que ella ha desarrollado muchísimo su vida teologal, que es la forma de reaccionar y actuar guiado por las tres virtudes teologales de fe, esperanza y caridad.

Parece que el viejo Simeón intuye la madurez espiritual de esta muchacha. El se atreve a decirle cosas bastante duras, como siempre han hecho los verdaderos profetas. No sólo revela que Cristo será perseguido (“será signo de contradicción”), sino también ella participará personalmente en ese dolor (“una espada de dolor atravesará tu corazón”).

Ciertamente hasta este punto la sombra de la cruz ha aparecido muchas veces en la vida de esta jovencita, pero nunca con tanta claridad profética como en este momento. ¿Por qué entra la cruz en escena? Estamos delante del núcleo del misterio de la salvación obrada por Cristo. La respuesta es que Cristo es el Buen Samaritano que se pone a caminar junto a cada hombre; quiere mostrarse solidario con cada hombre; si Cristo no se hubiera identificado con el sufrimiento de cada ser humano, no hubiera brillado tan claramente la verdad de que Dios ama infinitamente a cada hombre.

Dios ama a María y le va a mostrar todavía más las inmensas dimensiones de su corazón, dejándole participar en su cruz. De esto tendremos que ocuparnos más adelante.

Al mismo tiempo que Simeón revela a Cristo como “signo de contradicción”, lo revela también como “luz de las naciones.” Entre estas dos expresiones o títulos que da a Cristo no hay ninguna contradicción, pues Él es “luz de las naciones” por medio de la cruz (“signo de contradicción”). Los primeros evangelizadores de las Américas se dieron cuenta de esto, ya que la primera cosa que hacían al llegar a una nueva tierra era clavar una cruz en el suelo y “tomar posesión” de esa tierra en el nombre de su Rey, Jesús.

Dijo el gran teólogo Urs Von Balthasar que “el sufrimiento humano es la plena posibilidad del hombre.” Es una frase densa, pero deja traslucir una verdad: el hombre que no sufre con sentido nunca se realizará plenamente como ser humano.

Vemos aquí en este episodio evangélico que Dios Padre tenía un grado muy alto de santidad preparado para su hija predilecta. Esa santidad, como toda santidad, pasa por la cruz.

Si tenemos que sufrir mucho, si Dios permite que nosotros tengamos muchas adversidades en la vida...es porque Él quiere que seamos grandes santos. ¿Acaso ha existido un gran santo que no ha tenido que llevar una gran cruz?

      

Fuente: autorescatolicos.org