Pasar al contenido principal

La Revelación y la filosofía

El mensaje de Dios al hombre necesita ser presentado a cada generación humana. Para ello, la Iglesia busca los mejores modos para explicar, en los distintos momentos de la historia, lo que vale siempre, lo que Dios desea comunicar a cada uno de sus hijos.

En este esfuerzo, la filosofía ofrece una ayuda insustituible. Pero no cualquier filosofía sirve, sino sólo aquellas que sean capaces de avanzar hacia la verdad, que respeten un mensaje que no puede ser encuadrado en las modas cambiantes ni en las ideologías.

Juan Pablo II nos dejó algunas indicaciones preciosas para encontrar qué filosofía sería la más adecuada para reflexionar y para presentar la Revelación. Tales indicaciones están recogidas en la encíclica “Fides et ratio”, publicada con fecha de 14 de septiembre de 1998.

Vamos ahora simplemente a recordar tres de entre las muchas indicaciones que entonces ofrecía el Papa, pues sirven para evitar algunos peligros y para acercarnos a la Revelación con un buen instrumento intelectual.

La primera indicación (“Fides et ratio” n. 81) se refiere a la necesidad de superar la fragmentación que es típica de la ciencia moderno. Hoy nos dedicamos a ser especialistas de “pedazos” muy reducidos del saber. Desde los estudios universitarios (si no antes), cada uno se centra en un campo concreto, en un segmento de la realidad. Pero el hombre tiene una vocación imborrable a descubrir el sentido profundo de la vida, las verdades que nos hablan sobre el bien y el mal, la vida y la muerte, el tiempo y la eternidad, el origen y el fin del universo.

La filosofía necesita devolvernos un espíritu abierto, universal, completo,  para que la mente no se agote en “pedazos” inconexos de la ciencia.

Debemos tener esto presente a la hora de leer la Biblia o de interpretar la Tradición: sería triste tener un conocimiento exhaustivo de una parte de las cartas de san Pablo y no poder descubrir el mosaico estupendo que Dios nos ha manifestado a través del Pueblo de Israel, en el Antiguo Testamento, y de la Iglesia, a partir de la venida de Cristo al mundo.

La segunda indicación (“Fides et ratio” n. 82) se refiere al apoyo imprescindible que ofrece la filosofía cuando se construye sobre la capacidad que el hombre tiene de conocer la verdad. Esto supone superar cualquier tipo de filosofía que quiera limitarlo todo al estudio de los fenómenos, que se centre sólo en lo que aparece, que defienda que no es posible alcanzar ninguna verdad absoluta, o que diga que todo depende del punto de vista de cada uno (la visión típica del relativismo moderno).

Estudiar la Palabra de Dios sólo es posible desde aquellas filosofías “realistas”, es decir, desde filosofías que defiendan y muestren que el hombre sí puede conocer verdades. Ciertamente, nuestro conocer no es perfecto ni intuitivo, y existen muchas dificultades en el camino hacia la verdad, incluso errores, debidos en parte a lo limitado de nuestras fuerzas, en parte a los efectos del pecado original. Pero ello no impide que permanezca en nosotros una inteligencia, don de Dios, capaz de buscar, acoger y comprender muchas verdades. También en el ámbito religioso y en lo que se refiere a la Revelación que Dios ha querido ofrecer a todos los hombres a través de su Hijo encarnado, Jesucristo.

La tercera indicación (“Fides et ratio” n. 83) que ofrecía Juan Pablo II se refería a la necesidad de recurrir a una filosofía que tuviese un valor auténticamente metafísico. Es decir, una filosofía capaz de ir más allá de lo sensible, de lo experimental, para avanzar en la búsqueda de lo absoluto, de lo que sirve para fundar todo lo demás.

Especialmente el Papa recordaba la urgencia que tiene el hombre contemporáneo de pasar del “fenómeno” al “fundamento”. Es decir, no podemos limitarnos a lo sensible, a lo que aparece, sino que hemos de explicar dónde se funda nuestro experimentar, nuestra interioridad, nuestra apertura a la verdad, a la belleza, a los valores morales, a la persona de los demás, a Dios...

La Palabra de Dios es estudiada en la teología, y la teología necesita apoyarse en una filosofía capaz de elaborar una correcta metafísica. ¿Por qué? Porque “una teología sin un horizonte metafísico no conseguiría ir más allá del análisis de la experiencia religiosa y no permitiría al intellectus fidei expresar con coherencia el valor universal y trascendente de la verdad revelada” (“Fides et ratio” n. 83).

Después de 2000 años la Iglesia, que conserva y propone a todos los hombres la Revelación de Dios, los tesoros de la gracia divina, sigue su reflexión sobre un Mensaje que no es suyo. Lo hará con la ayuda de una buena filosofía, capaz de ir más allá de la fragmentación moderna y de superar las visiones relativistas que dominan en muchos ambientes intelectuales, apoyada y sostenida por una metafísica capaz de ir hacia el fundamento. Un fundamento, lo sabemos los creyentes, que se llama Dios, que es Trinidad de Amor, que se ha manifestado a los hombres desde que el Hijo quiso venir a compartir nuestra condición humana y a mostrarnos el camino que nos lleva al encuentro definitivo con el Padre de los cielos.